martes, 30 de abril de 2024

Sánchez. La regeneración pendiente / por HUGHES

Sánchez, jefe de la Liga de la Nueva Decencia (una decencia con el visto bueno de la ETA) controla el Ejecutivo, el Legislativo y el vital Tribunal Constitucional y le faltan unas islas, apenas islotes, del Judicial y de la prensa. Es lo que él llama la «regeneración pendiente».

La regeneración pendiente

HUGHES
La Gaceta/30 de Abril de 2024
Eran las 11 de la mañana y Sánchez comenzó dando las buenas tardes. Íntimamente, nadie sintió fuerzas para contradecirle. Venga, buenas tardes. Acudimos a los discursos de Pedro Sánchez agotados ya, previamente vapuleados.

Porque tampoco era algo nuevo. Estamos hablando del presidente que se nos aparecía cada dos por tres en la televisión durante el encierro del Covid. El abuso en tiempo y forma no es ninguna novedad, y tampoco lo es el contenido.

Lo que dijo ayer, 29 de abril, no está muy lejos de su discurso de investidura en noviembre de 2023. Entonces planteó un bloque, un muro. Por encima de izquierdas y derechas se trataba del algo más, mucho más, un «dilema existencial» para vestir de sentido su alianza con los golpistas catalanes y los palmeros de la ETA. Ya habló entonces de la «democracia contra el odio» e, igualmente, lo conectó con lo que pasa en el mundo: España sería, otra vez, el lugar donde defender la democracia frente a las amenazas de la ultraderecha global.

Han pasado unos meses: la Ley de Amnistía, noticias de la corrupción covidiana (que es infinita y filosófica pero la dejamos en Koldo-Ábalos) y el auge innegable de Bildu y ahora Sánchez vuelve a ello, pero incide de otra forma, con otra fuerza y concretando un poco más la intención.

Lo que ha hecho en su discurso y con estos días de reflexión ha sido construir una escena para un relato que ya se estaba formando; ha intensificado la narrativa, ha hecho visible para los suyos un estado de cosas. Ha creado una necesidad.

Sánchez habló ayer de un «acoso», de un «intento de destrucción de la dignidad», de unos «sentimientos» (los suyos) unidos a uno «valores» (de todos) frente al «odio» y lo «tóxico»; de la defensa del papel de la mujer y del derecho a su realización profesional y de algo parecido al cuidado psicológico frente a una «sociedad que exige mantener la marcha a toda costa». Un lenguaje de coaching, sentimental, emocional, con dimensión feminista, un lenguaje de «víctima» y para «víctimas» frente a la agresión. ¿Verdad que queremos espacios seguros y librarnos de la agresión y el bullying en todos los ámbitos de la vida? Era un discurso político que repetía el esquema de la violencia de género. Pero en este caso no es la violencia de género sino algo más complejo que había que representar, ponerle imágenes, caras para podernos sensibilizar: la unión de «bulos deliberados» y un sistema judicial que obliga a responder ante ellos igual que la mujer agredida es obligada a probarlo.

Es decir, la pareja bulo-jueces conservadores, o de otro modo, fake news-lawfare (que los términos sean en inglés no es casual y delata cierto origen intelectual).

Sánchez, con no poca genialidad, ha dado un golpe de propaganda, una intensificación ofreciendo su caso (el de «mi mujer») como ejemplo, como martirio personal y como forma de explicar y de hacer patente la necesidad de un cambio. ¿Qué significaba exactamente ‘lawfare’ para esos socialistas zombis que entrevista Vito Quiles? Nada. Tampoco para nosotros tiene gran significado. ¡Pero ahora sí! Él lo ha encarnado en una especie de miniserie, una superproducción de cinco días. Lawfare es lo que le ha hecho a Begoña un monstruo ultraderechista de dos cabezas: los bulos informativos y los jueces derechistas (hijos del privilegio opositor); también llamados «maquina del fango» (un monstruo de lodo para sustituir a ETA como enemigo de la democracia).

Sánchez ha creado, con su paréntesis reflexivo, una escena, un marco, un ejemplo, un caso explicativo: esto es lo que nos pasa.

Y mientras lo hacía, mientras le ponía cara, ojos, sufrimiento de mujer y de marido enamorado a un problema esdrújulo y de estructura de Estado, la coalición que dirige iba intensificando la melodía y el mensaje: Bildu, ERC, Zapatero (PSOE), Sumar, su prensa acérrima y «el mundo de la cultura», pedían, mientras él callaba y sufría, que meta mano ya de una vez a los medios díscolos y los jueces (de «limpiar» y «limpieza» hablaron Bolaños y Sánchez). Al poco de acabar la intervención («buenas tardes»), el horno del CIS ya tenía una encuesta recién hecha, humeante aun de oportunidad: el pueblo entiende que hay que intervenir en la justicia. Sánchez ya controlaba la propaganda, pero con este redoble ha creado un «debate necesario», «un debate que ha entrado de lleno en los hogares», dijo en TVE.

El pueblo, al que llamó a movilizarse, es la «mayoría social», es decir, los suyos, su coalición entera, convertida en una Liga de la Decencia frente a la ultraderecha. O en palabras de Zapatero: «la democracia del respeto». De política «decente» habló Picardo, el de Gibraltar, al celebrar el me quedo de Sánchez.

¿Y qué quieren hacer con la justicia? Aquí Sánchez todavía evita ser del todo explícito, habla callando, alterna cal y arena, pero otros hablan por él. Quieren mandar sobre ella de principio a fin. De principio, dándole la instrucción a la fiscalía (que es del gobierno), para que nunca más una Begoña haya de pasar por algo así; y quieren controlar el final de los grandes juicios, cuyas sentencias dictan los jueces que nombra el CGPJ. De este modo, su mayoría (que incluye a los golpistas catalanes y a los palmeros de ETA) decidiría el inicio y el final de los procedimientos judiciales. Es decir, controlarían cómo se interpreta y aplica la ley.

Porque la ley ya la controlan. La Constitución es la norma suprema y la ley (incluso si es la ley de Amnistía) no tiene más límite que los que determine el Tribunal Constitucional, politizado y en su poder. No solo controlan la ley en cuanto a su producción, es que también controlan sus límites y posibilidades.

Controlar la ley es importante, pero para dar el giro confederal impunemente (la plurinacionalidad) les falta aun asegurarse totalmente la interpretación de la ley y el ordenamiento. Este control absoluto es algo grosero, venezolano. Entrar ahí no puede hacerse a las bravas, sin más. Ese último paso requiere una dramatización previa que Pedro Sánchez ha ofrecido en unos días de paripé propagandístico. Convertir el desmontaje del supuesto lawfare, el golpe judicial, en un problema femenino, familiar y moral es una genialidad. Así, en cinco días ha dramatizado y encarnado un debate para luego abrirlo democráticamente a la sociedad.

Repitamos: la producción legislativa y hasta dónde puede llegar la ley ya lo controlan, les falta controlar totalmente su aplicación. Como esto no pueden explicarlo sin más, y además entraña cierta complejidad, Sánchez ha creado una escena de «acoso»: una mujer perseguida por ultraderechistas encorbatados. Ante esto, ante una mujer así, y en nombre del amor, ante el sufrimiento psicológico laboral en grado sumo, ¿cómo no va a colaborar la España almodovariana? (La derecha salvable será invitada también y no es descartable que acuda, pasado el ruido, si el planteamiento toma la forma parlamentaria, dialogada, institucional…).

Sánchez, jefe de la Liga de la Nueva Decencia (una decencia con el visto bueno de la ETA) controla el Ejecutivo, el Legislativo y el vital Tribunal Constitucional y le faltan unas islas, apenas islotes, del Judicial y de la prensa. Es lo que él llama la «regeneración pendiente».

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