viernes, 24 de mayo de 2024

'San Isidro'. Intolerable corrida de desertores de la labranza para Ortega, Rufo y Talavante, que le arrancó una oreja al Timi, él sabrá cómo. Márquez & Moore



¡Piadoso buey! Al verte mi corazón se llena
De un grato sentimiento de paz y de ternura,
Y te amo cuando miras inmóvil la llanura…


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Hoy hubiera disfrutado un montón en Las Ventas el chisgarabís de Ernesto Urtasun, el Ministro de Cultura (léase Propaganda) que no ama los toros, para ver cómo una Plaza llena con cartel de «No hay localidades», que lo de «No hay billetes» ya queda poco fino y no se pone, era ninguneada por un deleznable encierro de bóvidos, más cercanos al charolais que el toro de lidia, para dar al traste con las ilusiones de los que fueran a la Plaza llenos de ilusión que, como dijo el clásico, «hay gente pa tó».

Otra vuelta de tuerca más en Madrid de esa broma ganadera llamada «Puerto de San Lorenzo», que nos tragamos año tras año por si acaso sale una especie de perro pachón que adecúe su mortecina embestida a las condiciones excelsas de algún tocado por la mano de Dios, que vaya a aparecerse en Las Ventas como Moisés con las Tablas de la Ley, a revelar a los palurdos los arcanos del «arte» para el cual sobra siempre el toro de casta, de poder, de presencia y de personalidad. A San Lorenzo, natural de Huesca, le asaron los sayones en Roma en una parrilla y los toros de El Puerto de San Lorenzo no merecen mejor suerte que la de su Santo protector.

Decir que la tarde la echaron a perder los toros sería de una enorme injusticia hacia esos 3.456 kilos de carne que salieron de los chiqueros que custodia celosamente el veedor de Plaza1, que serían 4.006 kilos si contamos el sobrero, dado que hoy era del mismo rebaño que los titulares, porque la culpa de este enésimo fiasco de la peste lisarnasia es principalmente de los toreros que se avienen a anunciarse con esa bueyada y de la empresa que, a sabiendas de la porquería que anuncian, no se priva de echarnos una tras otra los deleznables productos ganaderos de esta carne de matadero. 
Alimentaba el viejo Lisardo Sánchez, señorío ganadero del campo charro, la fábula de que él había «nacido en un pajar, criado por una cabra», y tuvieron que llegar los Fraile a dar al traste con la herencia de sus desvelos con la estirpe que inició «El Tío Botines», eliminando lo anterior, para hacer los desmanes que se les han ido ocurriendo con lo de Atanasio y con lo de Lisardo para llegar a esta mofa ganadera de la tarde de hoy, a esta corrida de chotos de engorde, de eliminar lo presente y lo futuro y aplicar todo su know how en la cría del porcino.

La terna que, vergonzosamente, se avino a anunciarse con este desecho ganadero estaba compuesta por Alejandro Talavante, Juan Ortega y Tomás Rufo.

¡Piadoso buey! Al verte mi corazón se llena
De un grato sentimiento de paz y de ternura,
Y te amo cuando miras inmóvil la llanura…

Cubanoso, negro, número 138, asoma por la puerta de los chiqueros y sale como cuando cambias a las vacas lecheras de establo, sin prisas y sin interés. En la puerta de los chiqueros se para y olfatea la tierra, ventea, vuelve a olfatear, da dos pasos y vuelve a olfatear. Unos tíos agitan capotes, pero Cubanoso sigue más interesado en el olisqueo. Luego se va hacia el burladero del 6 como podía haberse ido al del 9 y cuando se encuentra con un capote se frena espantado, que él no está para sustos. Esta salida es la profecía de lo que ha de venir, reafirmada en la deleznable pelea en varas del buey, al relance la primera y al escozor en la segunda. Tras un segundo tercio de ir y venir y tras los bocinazos de rigor ahí tenemos a Talavante, burdeos y oro, en el platillo de Las Ventas citando a Cubanoso con la muleta plegada en la izquierda para dar un poco de ilusión que en seguida se frustró al comprobar que Talavante toreaba con más soltura al público que al toro. 
Verdaderamente las gentes, que más bien habían ido a los toros por Juan Ortega, aprovecharon ese ir y venir del toro que organizó Talavante para jalearlo como si aquello fuera toreo de oro molido. Y ver a Talavante era como ver a un funcionario de una Mutualidad poniendo sellos en los expedientes sin medio gramo de pasión, ni medio atisbo de verdad, todo mecánico, frío, sin alma ni sinceridad: pornografía. Cuando mató al buey de una estocada le pidieron la oreja y el generoso Timi consideró que los pañuelos y los silbidos superaban a los que ni pañuelo ni silbido. Oreja de funcionario y de nulo peso. Talavante lleva ya unos años a cuestas de matador de toros como para ser algo más exigente consigo mismo y no ir por ahí rebañando aurículas.

Todo lo ha sujetado
bajo sus pies la oveja corredora,
y el manso buey domado:
la cabra saltadora,
y el ganado cervil que el campo mora…

En este caso Cartuchero, número 85, corrido en segundo lugar, tenía casi más de cabra que de buey. Bajo y falto de fuerzas fue saludado por Juan Ortega, de elegante buganvilla y oro, con unos pingüis que fueron jaleados como si estuviera toreando Curro Puya, que las gentes habían venido a lo que habían venido. Lo picó Manuel Quinta en dos puyazos de quinta categoría, pegándole como si fuera un Miura, para tratar de restar lo que le pudiera quedar al bicho de fuerza tras el denodado trabajo en ese sentido de sus ganaderos. El tercio de banderillas se caracterizó por su patente inanidad y sirvió para acrecentar la certeza de que el bicho quería irse al fresquete de los toriles, donde estaba tan a gusto antes de que le echasen a esa Plaza en la que nada tenía que hacer. Cuando Ortega, el Ungido, se fue al toro con la muleta ya cundía la certeza de la patente mansedumbre del buey que devino en sosería supina. Todo el mundo agradeció a Ortega que agarrase el estoque y despenase al cacho de carne con ojos.

Ora, manso animal, inmovil miras
Cual fijo bloque, el campo floreciente;
Ora al pesado yugo das la frente…

Otro desertor de la labranza nos habían preparado los Fraile para ir en tercer lugar, en este caso Forcadillo, número 117, negro como su alma, al que Rufo, malva y oro con cabos blancos, recibe con verónicas de pegolete, de esas a pies juntos, con las que, pasito a pasito, se lo saca hasta los medios y remata airosamente su labor, recibiendo la que acaso haya sido la única ovación sincera de toda la tarde. La responsabilidad de las varas, ese injust
o castigo a tan manso ser, recae en las manos de José Antonio Barroso, que tiene una actuación embarrada tanto en la primera como en la segunda vara. En la cosa de banderillas hay una pasada en falso de Daniel Duarte, otra pasada clavando una, un par de Fernando Sánchez a toro pasado y un par digno de Joselito Calderón, muy sobaquillero y de poco arte, de Duarte. Por lo que fuera parece que el buey imponía algo de respeto. 
El trasteo de Tomás Rufo con el ovejo es tedioso, largo y plúmbeo, llegando a hastiar hasta a los más pacientes. Cuando Rufo se da cuenta de que nadie le está echando cuentas se va a por el estoque y desde el callejón le dicen que siga y el hombre resignadamente se vuelve a la cara del bóvido a echar otro innecesario rato. El resumen de su faena es que puso ciertas posturas y que se quitó al bicho de encima con una estocada que fue suficiente.

Bajo un árbol sombrío
el manso buey estaba…

Con la certeza de que esto ya no hay quien lo arregle, tras los graves sonidos del timbal de don Lamberto Amador aparece en escena otro ser amansado desde la cuna que atiende por Gironero, número 98, también negro, como nuestra suerte en esta tarde. El bicho sale encogido, como para querer dar pena, y huye del caballo en el primer encuentro por lo que Manuel Cid le pica de cualquier manera en la segunda, sin hacerle más aprecio. Durante el tercio de banderillas suelta Gironero una lozana coz hacia el burladero del 10 donde está guarecido Jorge Fuentes, que si le pilla le desguaza. La seña más patente del comportamiento del astado es una patente descoordinación motriz, como la del que llega a casa a las 7 a.m. tras haberse trasegado la cosecha de Johnnie Walker. La «faena» de Talavante con este lumiago tiene su referente más inmediato en la pelea con palos, hoces y navajas entre los Georgevich y los Marinkovic que tiñó de sangre anteayer la calle del Padre Damián. Poco o nada que ver con el toreo, a la vista del esperpento del toro triscando como una cabritilla. Lo mató Talavante de estocada y descabello y nadie echó cuentas de si lo hizo bien o de si lo hizo mal.

Rápido corre la feraz campaña,
Allanando las selvas; el arado
Y el buey tardo arrebata , y la cabaña
y al pastor dentro arrolla descuidado…

Ya va quedando menos para el final cuando aparece una especie de sardina negra llamada Cubanoso, número 16, dispuesta a dar su particular cante. 

Por no andarnos por las ramas digamos que el semoviente es de aspecto cutre, chico y desnutrido, y que es recibido por la parroquia con patente hostilidad, que ya va estando bien la cosa. 

Recibe como saludo unos trapazos, como el que sacude las migas de un mantel y deja que José Palomares se gane el jornal por la cara, porque eso que se vio no fue un tercio de varas. La bronca va en aumento, pero la inmundicia negra que corretea por el ruedo no se cae. Cuando Timi saca la sábana blanca y cambia el tercio el clamor es aún mayor. Cuando termina el prescindible segundo tercio el toro debe llevar encima unos mil capotazos y en ese momento Juan Ortega se apresta a iniciar su trasteo entre destemplados gritos de ¡miau! que nos llevan a añorar el elegante maullido de gato de angora que interpretaba de manera magistral nuestro añorado Mariano (qDg). Entremedias de los maullidos el toro trompica al torero que se queda en el suelo tumbadito e inmóvil como una momia inca. Una vez recobrada la bipedestación tras el sustillo, Ortega prosigue su trasteo con más torpeza que acierto, no siendo capaz de hacerse con el mando sobre el pitón izquierdo del Cubanoso. Con la derecha le da tres, jaleados como si fueran de oro blanco, de esos que se jalean a un torero en el ocaso, como recuerdo de un pasado, con la diferencia que este hombre tiene 34 años y toda su leyenda por escribir. En general acompaña la embestida más que torear y su resumen es muchos pases y poco toreo. Mata de medio sablazo.

Me hubiera muerto de dolor si no
hubiera visto un buey, si no me alzara
su noble vista un buey, su testa dura,
su testa corniforme, su fiel cara…

Y ya por fin ahí tenemos al 144, Cubatisto, negro como la roña de las uñas, que por no desmerecer del resto de la piara nos va a dar su disertación sobre la mansedumbre, perfecto corolario de la tarde. En cuanto al animal diremos que constaba de cabeza, tronco y extremidades, cada cual de su aire y su propia apariencia, acaso con aptitudes como para contratarse a guardar una viña. Su paso por las sensibles manos del hermano de «Espartaco» se resumen en un picotazo y un picotacín que en el saber de Timi son argumentos suficientes como para cambiar el tercio. Inicia su faena Rufo de rodillas y el toro a veces le acompaña también de rodillas, no siempre. Con Rufo de pie la cosa cambia y el animal decide no gustar de la muleta por lo que trata de largarse a la salida de cada pase, tomando al pie de la letra lo del Génesis 13.9: «si tú te vas por la izquierda, yo me iré por la derecha»
El descaste de éste es ya mayúsculo y hace sudar tinta a Rufo para tratar de sostenerle, cosa imposible para él. Si el trasteo comenzó frente al 10 la cosa en seguida se va al 9. Le pega una serie en tablas y luego le hace la noria agarrándose al toro, única manera que ve para que no se vaya, y ya tenemos a Rufo y a Cubatisto en el 7. La llegada de ambos al tendido 5 es saludada por el toro con una elegante coz y en el 4 vuelve Rufo a hacer la noria por segunda vez, pero en el desplante el bicho corre hasta el 3, donde recibirá la estocada baja que le ha de matar, no sin antes huir hacia el 1 y acabar doblando en el 10, con lo que toro y torero culminan su particular vuelta al ruedo, con la que finaliza el festejo.

Lance talavantino premiado por el Timi con una oreja



ANDREW MOORE

Susto en Administración



La cara del buey

La oreja del Timi

De rodillas el toro

De rodillas el torero





FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario