martes, 20 de octubre de 2009

TAUROMAGIA /GUILLERMO SUREDA III

DEL VALOR Y SU MISTERIO

- Belmonte y Gallito -

""..Quien quiera ver el miedo reflejado en los ojos, en las pupilas de los hombres, que mire a los toreros, cara a cara en un patio de de cuadrillas, momentos antes de liarse el capote a la cintura, casi siempre a esa hora lorquiana de las cinco de la tarde….""

- Julito Aparicio -
Guillermo Sureda (1968)
DEL VALOR Y SU MISTERIO (III)

Hay una anécdota atribuida a varios personajes, pero que yo pongo en boca de Romea, el famoso actor de teatro, y de Mazzantini, el no menos famoso torero. Como el primero se pasara toda la lidia de un toro chillándole al segundo, este, a la hora de matar su toro, se acercó al actor y le dijo: “Le brindo a usted este toro, para que vea, que aquí, en el ruedo, puede uno morirse de verdad, y no de mentirijillas, como hace usted cada tarde en el escenario.”
Cierto, en la plaza, queramos o no, pende siempre sobre el torero la espada de Damocles sostenida por la muerte. Y una corrida de toros es el único espectáculo en que esa Muerte es el protagonista esencial.
Quiere decir esto que, incluso cuando no lo parece, el peligro existe, y, por eso mismo, el torero merece, cuando menos, nuestro respeto. Ya sé que ahora está de moda no dar ninguna importancia a lo que un torero hace en la plaza. Pero eso no pasa de ser una solemne estupidez.

Está bien que se desmitifique a los toreros, entre otras razones porque cada desmitificación me parece saludable. Pero no caigamos en el extremo opuesto de creer que lo que hacen en el ruedo tiene el mismo peligro –por tanto, el mismo talante- que lo que hacemos los demás en nuestras oficinas. No. El torero es un hombre que al filo de las cinco de la tarde sale a la plaza a jugarse la vida.
Queramos o no. Nos parezca fácil o difícil, lógico o ilógico. Por eso mismo, el miedo, ese cacareado miedo de los toreros, es, sigue siendo, será mientras la fiesta exista, el gran turbador, el gran torturador de los que salen a la plaza con el traje de luces. Porque mientras haya Muerte habrá Miedo.. Y mientras que haya Miedo habrá, puesto que es su contario, Valor.

¿Qué es el valor? Manolo Martínez, Gallito de Zafra y Mariano Rodríguez “El Exquisito”, -dos valientes y un artista, según tópica clasificación- estaban en Bogotá a la espera de que se inaugurara una plaza. La anécdota me la cuenta el mismo Mariano Rodríguez: “Estábamos los tres en el hall del hotel y, cuando más entusiasmados estábamos en nuestra conversación, uno de mis compañeros –que ensayaba un lance con una bata- dio un respingo tremendo y se encaramó de un asalto a lo alto del diván.
Los otros dos, en el acto, hicimos lo mismo ¿Qué había sucedido? ¡Casi nada!...Sobre la alfombra del improvisado “ruedo” hizo de pronto su aparición….¡un ratón!

Esta anécdota podemos ponerla en el extremo del tema que nos ocupa; en el otro esta obra: El 12 de Marzo de 1922, en la Plaza del Toreo de Méjico, Ignacio Sánchez Mejías, al rematar un quite en el primer toro, se arrodilla y, de espaldas, provoca la embestida de la res para hacer callar la partida de “La Porra” que, una y otra tarde, se estaba metiendo con él, siendo volteado sin consecuencias. ¿Qué es el valor?

Vayamos a los clásicos. Paquiro en su Arte de Torear, nos dice que: “El verdadero valor es aquel que nos mantiene delante del toro con la misma serenidad que tenemos cuando este no está presente”; es la verdadera “sangre fría” para discurrir en aquel momento con acierto qué debe hacerse con la res”.

Casi un siglo y medio más tarde, otra cumbre del toreo, Domingo Ortega, dirá que “lo más difícil es pensar ante de la cara del toro”.

Como puede verse, ambos conceptos son iguales. Sin embargo, debemos aclarar por nuestra parte que el valor en el torero no es algo constante. Quiero dejar bien claro que incluso los toreros valientes, o que han pasado por tales, no lo han sido siempre –ante todas las situaciones planteadas en el ruedo-, sino que, por el contrario, unas veces lo han sido y otras no, unas veces se han jugado la vida de un modo un tanto descarado y gratuito y otras, en cambio, se han tirado de cabeza al callejón. ¿Qué es el valor?

Ahora debemos hacer un inciso sobre el valor de los toreros que están fuera de la órbita de la “normalidad”, los que aparecen como meteoros, de un modo subitáneo y cegador, no sujetos nunca a normas de escuela más o menos tradicional, aunque entre ellos mismos haya enormes diferencias, sencillamente porque algunos han sido restaurinadores de la norma clásica, otros la han escarnecido, otros han sido algo así como marionetas del teatro guiñol….Son los toreros que dan una patada a lo que, para entendernos, podríamos llamar “el tablero del ajedrez”, al dos y dos son cuatro, a la lógica infalible. Son los que tienen gancho con el público, precisamente por eso mismo, y una personalidad más o menos carismática.

Cada uno a su estilo, a su modo, con su “aderezzo” particular y personal, cada uno en su puesto y a veces en el extremo opuesto. Pero nada de eso importa aquí y ahora. Lo que importa, y es a lo que iba, es que todos ellos han tenido como denominador común el valor.. Y, sin embargo, todos ellos, en un momento determinado, han tenido más miedo que nadie. ¿Por qué? Precisamente porque -como decía- el valor no es una constante, sino que está respaldado por un estado de ánimo, por una fuerza de voluntad, por unos conocimientos, por una afición, por otras variadas circunstancias…..
Más claro, quien hoy es valiente en el ruedo, mañana puede no serlo, y de hecho así suele suceder.

Entre los tres tipos de toreros – es decir, entre los que saben torear y torean bien, los que torean mal y saben torear y los que torean bien pero no saben torear –, los que suelen tener más valor son los primeros, los que toreando bien o mal -en cuanto a estilo se refiere, claro está-, saben torear, es decir, los que tienen el conocimiento de los toros, de los terrenos y de las querencias.

En puridad, estos y sólo estos son los buenos toreros, los únicos que torean con “conocimiento de causa”.

Los del tercer grupo, los que no saben torear -pero torean bien a un escaso número de toros, claro está-, son los que, justamente, están siempre a merced de la mayoría de las reses que salen por los chiqueros.. Su ignorancia les da miedo, y por eso su valor es siempre menguado, escasísimo.

Los que no saben una palabra de todo eso, y se adaptan a la absurda terminología “romántica” –que tanto daño ha hecho, hace y hará a la fiesta- dicen que la irregularidad de esos toreros que torean bien pero que no saben torear es consecuencia de su “genialidad”, cuando lo es de su inconsistencia técnica, de su falta de oficio, de su carencia de conocimientos básicos: del toro, del terreno, de las querencias. Sólo tienen el conocimiento de las suertes, y eso no basta para dominar su temperamento personal, para domar su miedo, para enfrentarse racionalmente con el toro. Por eso huyen, huyen….
- Antonio Ordóñez -
Me decía Antonio Ordoñez, uno de los toreros más valientes que ha tenido el toreo en estos último treinta y cinco años –tuvo el valor del arte y el valor del saber, porque toreaba bien y sabía torear- , que cuando un torero sabe por qué le ha cogido un toro, las cornadas no hacen mella en su ánimo; no así, en cambio, cuando sucede lo contrario.

¿Qué es el valor? De sus formas todavía hay mucho que hablar.

Decíamos antes que el valor no es una constante, e intentaba demostrar que el conocimiento del toreo y de los toros da valor a los toreros, siendo, por el contrario, la ignorancia uno de los vehículos más efectivos del miedo.

Ahora creo que debemos repetir una vez más, la pregunta siguiente: ¿qué el valor?
Por de pronto, y perdón por la perogrullada, lo opuesto al miedo. Y quien crea que los toreros no tienen miedo, que se vaya a la habitación de un hotel una hora y media antes de la corrida, cuando el matador, a solas consigo mismo y con su mozo de espadas, se va vistiendo lentamente, ritualmente mientras, sobre una mesita, se consume la lamparilla encendida dentro de una taza de aceite.
El incrédulo podrá escuchar en esos momentos el silencio asesinado por el miedo, podrá ver el miedo integral y angustioso aleteando por todos los rincones de la habitación.

Quien no crea en el miedo de los toreros, que vaya en un coche de cuadrilla a la plaza y se dará cuenta enseguida de la terrible tensión que va por dentro de los cuerpos, del miedo apagado y sordo, como un tiro lejano, que pasan esos hombres vestidos de plata y oro.

Quien quiera ver el miedo reflejado en los ojos, en las pupilas de los hombres, que mire a los toreros, cara a cara en un patio de de cuadrillas, momentos antes de liarse el capote a la cintura, casi siempre a esa hora lorquiana de las cinco de la tarde….

Pero he ahí que los miedos son distintos y se cruzan unos con otros inmisericordemente: miedo al toro, miedo a la propia responsabilidad, miedo a hacer el ridículo, miedo al miedo en abstracto, miedo no ya al toro en sí mismo, sino cómo saldrá.: bueno, regular o malo, etcétera.

No interesan, claro está, todos esos tipos de miedo, pero, muy especialmente, el miedo más específicamente taurino, el más normal y frecuente de cuantos miedos sufre el torero: el miedo al toro. Mejor dicho, el miedo a la cornada; en última instancia, pero presente, el miedo a una posible muerte. Es decir, más que eso que podríamos llamar miedo “profesional”, nos interesa el miedo “vital”, común denominador de todos cuantos se visten de luces.
También ese tipo de miedo se nos presenta de muy variadas maneras, de muy distintas formas. Y aunque el tema es casi inagotable, y está pidiendo a gritos un estudio serio y en profundidad, vamos a ver nosotros algunas de ellas.

Vamos a ver. El miedo al toro se concreta, como decía antes, en el miedo a una posible cornada, y, sobre todo, a que esa cornada pueda ser mortal. Eso, claro está, no lo piensan los toreros durante la corrida -¿o sí lo piensan?-, pero es algo que actúa sobre ellos como un mecanismo de defensa, incluso de una manera subconsciente, de un modo más o menos incontrolado, con momentos de mayor o menor intensidad, con mayores o menores soluciones de continuidad, pero de una manera, en uno u otro sentido, notable.
Ahora bien, como el toro es quien tiene la posibilidad de dar la cornada, en él se concretan los miedos de los toreros. Y ahí empieza el laberinto, un laberinto que carece de hilo de Adriana; y, por tanto, por el que nos perderemos por mil vericuetos insospechados y acechantes.

Hay toreros que sienten menos preocupación por el tamaño de los pitones, incluso por la agudeza de sus puntas, que por la aparente fuerza de los cuartos traseros de la res. Los hay que se sienten “a gusto” cruzados con el toro, citando siempre más bien en corto, y muy incómodos cuando tienen que citarlo desde lejos.
También existe el torero que se siente seguro y es incapaz de citar en corto con serena seguridad. Son formas de torear, maneras de hacer el toreo, se dirá. ¡Claro que sí! Pero son modos dictados por “cierto” tipo de valor, condicionados por un sentido certero y lúcido de la seguridad personal: del ir al ver venir, del aguantar al provocar…

Pero el misterio del valor y del miedo no para ahí ¿Qué decir del torero valiente con la muleta, pero medroso con la espada?
¿Qué decir del valiente con la espada y medroso con la muleta? ¿No será, otra vez, que el valor lo da el conocimiento de las suertes?
Pero ¿Cómo es posible, por ejemplo, que con valor natural no se coja el secreto de la suerte suprema?
¿Por qué hay toreros que hacen con valor las suertes dinámicas y con miedo las estáticas, y viceversa?
¿Por qué, por ejemplo, Manolete tenía tanto valor a la hora de entrar a matar y no solía dar a gusto los pases de pecho?
En todos los casos ¿Se es, o se está valiente? ¿Es lo mismo o no lo es?
¿Por qué un torero es capaz de darle a un toro ochenta pases –suponiendo que a un toro auténtico se les pueda dar tantos, que no lo creo- y se siente incapaz de darle cierto muletazo determinado?
¿Por qué un torero “naturalmente” valiente lo es ante es toro y no lo es frente aquel otro?

Preguntas, preguntas, preguntas que encierran, en definitiva, una sola. Esta, ¿qué es el valor y qué misterios encierra?

Como colofón cuento una anécdota que encuentro en el estupendo libro de Las memorias de “Clarito” de mi admirado César Jalón. Cuenta que toreando juntos una tarde en Madrid Belmonte y Rafael El Gallo, este último le pregunta al primero:

--¿Tiene usted miedo?

Y Belmonte contesta:

--Yo sí, porque pienso arrimarme mucho y estoy preocupado. En cambio, usted no lo estará ni pizca.

Algo parecido cuenta Manolete: “Es 24 de Julio: cuarta de feria y tercera de Manolete, y vuelvo a la habitación a decirle ¡hasta luego!, cuando vistiéndose, le aprieta Camará los machos de la taleguilla.

--¡tengo miedo! –musita Manolete .

--¿Usted? ¿Con lo que se arrima? – se extraña un visitante admirador.

Pues, por eso, porque me arrimo…”

¡Cuánta grandeza tiene ese miedo!

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