Para cualquier momento eufórico, producto de muchos factores, está la presidencia como medida correctora de las desmesuras. Equivocada o no, una y unívoca en sus criterios: con mando en plaza, sin ataduras, presiones ni intereses creados.
De ahí que sea, Bilbao, feria muy cara, la que más del mundo, para los toreros, sin que estos se sientan maltratados como en otras, Madrid, por ejemplo. Acuden gustosos, dentro de la responsabilidad, sin ningún recelo u obligación. El respeto mutuo conducente a un afecto y cariño recíprocos. Una ecuación perfecta cuya incógnita de triunfo o fracaso solo la despeja el toro.
El toro, en Bilbao, por encima de todo, y de todos. Santo y seña. El toro de Bilbao, perfectamente definido, que debería, debió en esta edición, salir cada tarde.
Pero ese toro, de Bilbao, salió muy pronto (como si el gordo de navidad se cantara en la primera tabla, el resto del sorteo tiene interés menor hasta llegar a la mínima esperanza de la Pedrea).
El toro de Bilbao es la corrida de Alcurrucén que abrió el ciclo. Punto. No el toro, los seis, que es lo que marca a Bilbao. Se habla de toro por síntesis implícita que afecta al festejo en conjunto.
Bolívar hizo un esfuerzo, triunfó en “do menor”, Aguilar en la cama por no dosificar riesgos y Barrera no los asumió.
El encierro de Alcurrucén fue la muestra y la referencia. De ahí que algunos botones posteriores fueran la impostura que fue minando la fe de los aficionados en el toro de Bilbao. Unas pocas manzanas podridas que contagian el arqueo final.
El toro de Bilbao, corridas de Bilbao, fueron la apertura y también la de cierre. La de Escolar. Un escaparate de casta, problemas y complicaciones para lucir garra y coraje Fundi y Rafaelillo. Enfibrado Morenito de Aranda que además lo conjuga con calidad poco común. Festejo sin triunfos para disfrutarlo.
Principio y fin de feria.
A la de Alcurrucén le siguió la de Fuente Ymbro, que no desdijo la teoría; pero en la fachada, salvo el sexto, quedó todo. No hubo decepción pero sí frustración a pesar del esfuerzo de Perera y Luque en contraste con el conservadurismo de Fandi.
La de Victorino del miércoles también fue de Bilbao, y al menos tres de los toros renovaron ilusiones.Suele ocurrir, para mantener los postulados que sustentan el prestigio de Bilbao, que ese toro sea para las grandes figuras del momento y calibrar su grado de responsabilidad ante una de las tres citas del año. No ocurrió con la de Alcurrucén ni con la Escolar. La de Fuente Ymbro se compuso con un cartel raro y la de Victorino con un clásico donde el tirón del reclamo es del ganadero, todo insuficiente para llenar la plaza, más en tiempos de crisis.
Pero fue la de Victorino tarde intensa con Urdiales y Padilla cortando una oreja, cada uno, de las de Bilbao: por jugársela y por torear. Y El Cid, con momentos muy brillantes de toreo que acreditan su paso al frente, pero quizá no sea la agresividad de un “Victorino” de Bilbao para estar relajado, reverdecer viejos tiempos y triunfar rotundo. Si evidenciar su progresión hacia la “reconquista”. Puntualmente, extrapolando, el esfuerzo —grande- fue insuficiente.
Por medio, el encierro de Tajo y la Reina, el entremés del glamour —otra constante de Bilbao- cuyo encanto decreció por la ausencia de Cayetano. Y hubo toros de Bilbao, varios, pero otros no eran del “mismo Bilbao” latiendo la mosqueante sombra del “team Vázquez” con el ausente y Morante en el cartel inicial más Castella, torero de los propietarios de Alcurrucén y que tan buen tándem han hecho en las plazas de mayores compromiso con excelentes resultados para ambos.
Joselito, como ganadero salvó más que el honor con dos toros de nota alta y otro notable para defender el festejo la calidad de Leandro, sustituto, al que le faltaron ambición y espada para, siendo Bilbao, no quedarse como llegó. Morante, sin suerte y Castella con su desgracia, un segundo toro bueno.
El no hay billetes llegó, lógico, con la corrida que siempre definió esta feria: un encierro, de Bilbao, y las tres máximas figuras compitiendo. Los “ventorrillo” eran, todos, de Bilbao, bien comidos y con “txapela” importantes pero sin el ADN de la casta y la bravura. Ponce enseñó el camino de que todos los mansos y aquerenciados tienen su lidia, a la que había renunciado Juli, y no sólo tuvo que cortar la oreja, de no ser por su espada, si no que le “puso las pilas al madrileño” y motivó a un Manzanares que desde el primer momento se dio cuenta que está llamado a ser un “consentido” de Bilbao y que abusó de tal confianza para lucir fuegos artificiales de gran emotividad y belleza en vez de traca ensordecedora tan sólo con haber enseñado alguna vez la pierna contraria.
Pero entre unas cosas y otras, de verdades de disposición y medias verdades de “toreo”, la tarde, con la lección de Ponce y las orejas de Juli y Manzanares, saldó una satisfacción razonable para todos.
El viernes repetían Juli y Manzanares con Morante. Segundas partes nunca fueron buenas, dice el refrán, y el aforo se resintió. Y la feria, sus organizadores y los triunfadores del día anterior echaron un borrón: anunciarse con los “zalduendos”: todos los implicados llevaron en el pecado la penitencia.
Es fácil hablar, o escribir, a toro pasado. Pero a nadie se le oculta, menos si se es profesional, la trayectoria de Zalduendo, tanto en el concepto del toro como en el momento que se encuentra, más si para ir a Bilbao tiene que zagziguear entre su criterio de toro chico y bobo con el toro de trapío y encastado: es de sentido común.
Fue tarde de fracaso general, la Junta y Chopera también.
Tanto alivio en la segunda tarde en Bilbao por parte de Juli y Manzanares no es recíproco con el cariño de este público que el viernes les absolvió por labores en las que tiraron de oficio y tablas y sobre todo por que, injustamente, en esta ocasión, tenían un chivo expiatorio, un blanco fácil, la fragilidad de Morante en esta plaza en la que nuca entró, salvo para estar anunciado incluso dos tardes.Juli, Manzanares la Junta y Chopera le deben una al de La Puebla, a poder ser en un “txoco” para , visto lo visto, evitar mayor sufrimiento a un torero, que en esta ocasión, no es más ni menos culpable que todos de “falsificar” el santo y seña de esta plaza y su afición “el toro”.
Del cuarto menguante, al cuarto creciente. Tampoco luna llena. La corrida de Puerto de San Lorenzo no era de Bilbao; sí de Pamplona. Hay una diferencia importante: lo que va del toro al buey.
Fue tarde muy dura con Perera gravemente resentido de una lesión y Urdiales haciendo la cobertura con dignidad y coraje. Tarde que se cobró dos heridos graves: el banderillero Mario Romero y su matador Iván Fandiño, quedando certificado que toda la culpa de la tragedia no era sólo del toro; “se veía venir” —no hay más declaraciones-.
Cierto es que con vísperas de escasez más vale que sobre que no falte: una ley de compensación que no redime de nada salvo de la asunción de compromiso con Bilbao de Enrique Ponce respecto de sus compañeros, figuras, en el día que hacía su 50 paseíllo en Vista Alegre.Y mientras unos, como escribí, en el pecado llevaron la penitencia, otros —Ponce- tuvieron el premio de la apuesta y sorteó el toro de la corrida, el único de Bilbao y no de Pamplona (por hechuras, armonía y seriedad). Mentira no es que Ponce toreó para el toro y consiguió el doble objetivo de lucir más allá de su justo fondo al animal y triunfar rotundo en fecha tan señalada.
Faena de dos orejas de Bilbao. Hizo bien y despacio la suerte de matar pero la espada se fue dos, tres o cuatro dedos, según versiones interesadas en ambos sentidos, y Matías González, Presidente de Bilbao, siente que la suerte de matar, tan obviada y prostituida en otras plazas, Madrid y Sevilla, inclusive, es fundamental para que Bilbao sea la feria más cara y no una ONG.
Don Matías comulgaba de la rotundidad del trasteo del maestro valenciano y su premio justo de los dos trofeos. La prueba es que sacó el pañuelo nada más doblar el toro consciente de la bronca posterior y asumiéndola. No se dio coba aguantando el primer pañuelo y esperar que las mulillas arrastraran al toro para guarecerse, cínicamente, en la falta de tiempo para sacar el segundo.
El respeto por la suerte de matar en la preservación del prestigio de Bilbao impidió a Ponce salir en hombros que no erigirse, otra vez más, en el legítimo triunfador de esta feria.
Aquí no abundan los “borjamari”, los curritos ni los jurados manipuladores.Pero Bilbao es mucho Bilbao y Ponce mucho Ponce. Su ambición no le para en triunfar si no en constituirse en el “lehendakari” vitalicio de una de las tres plazas más importantes del mundo (para no herir sensibilidades) pero la más cara —para los toreros- sin duda.
Ignoro si habla euskera en la intimidad. Pero los de Bilbao, ufanan, nacen donde les da la gana. Le debió pasar a Ponce, y lo Chiva, Valencia, un capricho de sus padres o del destino.