miércoles, 1 de junio de 2011

Las Ventas. La tarde de los Peñajara. Puerta Grande de Joselito Calderón / Por José Ramón Márquez

-Despedida de mayo-

La tarde de los Peñajara
Puerta Grande de Joselito Calderón



José Ramón Márquez

El toro es el problema. Si esto no se entiende, ya no se entiende nada. Si todos los toros hubiesen de ser iguales, con esa tontería bovina a la que los modernos y los ignaros llaman bravura, con ir una vez a ese espectáculo, ya valía. Pero el toro es el que trae la incertidumbre sobre su comportamiento, que nadie, afortunadamente, conoce. Creo que en general se mira muy poco al toro y la inmundicia televisiva -la de la prensa también, con esas absurdas reseñas, pero llega a muchísima menos gente- ha convencido a muchos de que aquí sólo hay dos categorías, la del toro que “sirve” y la del toro que no. E incluso entre aficionados se tiende a reducir la visión sobre el toro, pues es tal la preponderancia de la faena de muleta sobre todo el resto de la lidia que parece que todo lo que ocurre en la plaza hasta que el matador toma la franela y el estoque -simulado, excepto Viejo Maestro- carece de interés. Sin embargo, es el toro el gran enigma que hace esto interesante. Tiene doce minutos para mostrarse al público y sucumbir. Enfrente tiene a toda la vida de su matador dedicada a aprender.

A Peñajara le pasó algo que es propio de las ganaderías serias, no de las torifactorías de eliminando lo anterior, que a ésas nunca las pasa nada. El día 21 de mayo de 2009 por la mañana destaparon un azulejo de esos que ponen en el Patio del Desolladero de Madrid acreditando a la corrida de ese hierro del año 2008 como la más completa de la Feria. No entraremos en la discusión sobre el galardón porque no hace al caso. Esa misma tarde, confirmación de El Payo, la corrida que echó en Madrid la ganadería de la divisa azul y oro fue un auténtico desastre sin paliativos, destartalada, floja, parada, tres toros se fueron con los cabestros y los otros tres se podían haber ido también. Un año de diferencia.

Hoy, en Madrid, tras un año de castigo, vino una corrida seria, encastada y bien presentada para que la despachasen Eugenio de Mora, César Jiménez y Javier Cortés.

Peloverde, número 75, negro listón, no quiere saber del caballo. Cuando entra a la llamada de “Jabato” y siente el hierro en seguida huye. Lo traen de nuevo ante el aleluya y en una oleada derriba al penco, a continuación sale huyendo hasta llegar al tendido 4, donde Marcial Rodríguez le echa el palo. Peloverde se defiende y cabecea para quitárselo. Pasa en falso Pedro Vicente Roldán en el primer par y el toro le acosa, pero un providencial quite del capote de Jesús Arruga conjura el peligro. Se coloca de nuevo y reúne un par correcto al cuarteo. Sale andando de la suerte. Victor Cañas cuartea sin convicción y sin arte, dejando las dos banderillas en los lomos de Peloverde. Pedro Vicente vuelve a cuartear con convicción y por segunda vez sale andando de la reunión. Eugenio de Mora recibe por bajo al toro, obligándole, pero cuando toma distancia y le cita, el toro le desborda una y otra vez. Lleva la muleta en la mano derecha la mayor parte de la faena. Cuando pretende torear por la izquierda, el toro, que no ha sido sometido en ningún momento, protesta y no le deja tranquilo al torero. Lo mata de estocada baja cuarteando.

Rodalito, número 48, negro listón, entra al caballo que monta El Legionario sin alegría y se deja pegar sin apenas empujar. A la salida del peto lleva escobillado el pitón izquierdo. La segunda entrada al caballo es similar a la primera, sin emoción. Lo sacan los peones sin haber recibido mucho castigo y habiéndose dejado pegar sin empujar ni protestar.
Carlos Casanova reúne un correcto par de banderillas. Jesús Arruga, torerísimo, vestido de azul y plata, se deja ver y cuartea al toro dejándole venir para conseguir un buen par sacando los brazos de abajo. Casanova en su segunda entrada cuartea, y acosado por el toro toma el olivo como modo de huída.

César Jiménez se ha dado cuenta de la bondad y buen tranco del toro y se lo lleva al tendido 5 donde principia su faena con cinco redondos de rodillas y uno por alto que gustan mucho por allí. Ya de pie, se coloca aceptablemente para lo que se ve por ahí cada día e inicia una serie por la derecha, pero en seguida se descoloca, dejando retrasada la pierna de salida. Se cambia la muleta a la zurda, citando en el límite de lo admisible, y consigue un par de naturales estimables antes de ceder todo el terreno al toro, animal de una gran bondad. A medida que avanza la faena, el torero demuestra que no tiene interés en pasar más allá del pitón, el toro no para de moverse y muchos aclaman al torero. Remata su faena con unos impostados desmayos, eco lejano de su época ‘pepista’ y tumba al toro de una estocada desprendida, frente a la excitada solanera.

Sevillano, número 55, negro listón, recibe un puyazo en los bajos de Rafael da Silva, alza la cabeza doliéndose y se deja pegar sin empujar. La segunda entrada al penco la hace sin alegría, flojamente, y una vez allí se vuelve a dejar pegar.
Banderillean sin pena ni gloria Fernando Téllez y Llaverito. Javier Cortés inicia su faena queriéndose doblar con el toro, pero una inconveniente zancadilla del animal da con él en el suelo. El torero se hace el quite él solo antes de que lleguen las asistencias y el toro se queda parado sin hacer por él. Torea sin emoción ni sentimiento, sin tener nada que decir. El toro se queda parado entre pase y pase, que es lo peor que en la actualidad le puede ocurrir a un torero. Decide finalizar la faena y pincha al toro en la suerte natural. Inmediatamente lo coloca en la suerte contraria donde le asesta a Sevillano una puñalada digna de El Tempranillo que pone feamente fin a su vida terrenal.

Primero, número 14, negro bragado corrido, calcetero, coletero. Salta al callejón frente al burladero del 9 y sale en persecución del hondero que a duras penas consigue llegar corriendo al burladero del 6. La gorrilla de un arenero le da los segundos precisos para que el toro no le coja. En su primer encuentro con la acorazada se deja pegar por Marcial Rodríguez, se duele y cabecea. En la segunda entrada, Marcial, que en este caso no es ni mucho menos el más grande, le arrea un lanzazo bajero. El toro no empuja y se va suelto. Juan Carlos Ruiz en su primera entrada deja colocado medio par. Víctor Cañas acude con el par a medio hacer y se lo deja sin más ni más. Juan Carlos Ruiz mete los brazos y deja el par mientras el toro echa peligrosamente la cara arriba. Ésa será la característica del animal durante la faena de muleta. Eugenio de Mora recibe a Primero a base de enganchones frente al 7. Torea en redondo rematando los pases hacia arriba, sin someter ni corregir, y finaliza la serie con el innecesario pase por alto al que hemos dado en llamar ‘el obligado’. La sensación de nuevo es que el torero no resuelve y el toro le desborda. En un momento dado el animal no pasa, pero nada de lo que el torero ha echo ha servido para mejorar al toro. La faena prosigue a base de enganchones y pases rematados por arriba. Cuando decide matar, deja una estocada baja y trasera de la que el torero sale trompicado. La faena finaliza en el tendido 5.

Gardenio, número 29, negro, entra al caballo sin fuerza y Francisco Javier González se conforma con señalarle levemente el puyazo. A la salida del caballo se cae y el usía le saca el pañuelo verde para algazara de los múltiples seguidores de los bueyes que hay en la plaza.
Sale en su lugar Soldadito, número 39, negro listón, de la ganadería de Carmen Segovia, procedencia Torrestrella. Entra al caballo que monta Francisco Javier González con la cara alta y nada más recibir la herida de la puya se echa hacia atrás y sale suelto. Puesto por segunda vez al caballo, entra sin emplearse y se cae al salir de la jurisdicción del picador. José Daniel Ruano anda decidido hacia el toro, remata el cuarteo dejando clavado el par y sale huyendo para tomar el olivo. Jesús Arruga coloca otro buen par con suficiencia. Ruano en su segunda entrada al toro deja un par de sobaquillo. César Jiménez decide llevar su faena al tendido 5, tan hospitalario. Comienza por redondos muy por fuera rematados por el imprescindible ‘obligado’. La segunda serie es idéntica a la primera con los redondos por fuera y el ‘obligado’. La tercera serie, lo mismo; también en redondo y con el necesario ‘obligado’. La cuarta serie, por no desentonar, la hace de idéntica manera con los derechazos, con la novedad de que aquí remata con el pase del desprecio mirando al tendido. Mata de estocada baja.

Campanillo, número 10, colorado, bragado, meano, es el sexto de la corrida. Sin apenas fijar, el usía saca el pañuelo blanco y según salen los picadores Campanillo se abalanza sobre el caballo que monta Joaquín Sevillano que no es capaz de sujetar al toro, especialmente cuando toma al penco por las manos, levantándole y derribando con una formidable costalada. Durante unos segundos está el toro, con el caballo y el picador en el suelo y Fernando Téllez, que es el primero en llegar, se queda parado sin atreverse a hacer el quite. Cuando se llevan al toro el ruedo es como un zoco moruno lleno de gente, peones, matadores, monos, picadores y caballos. Sevillano llega al 9 y en sus ojos se lee con claridad la palabra ‘venganza’. Busca al toro más allá de las rayas ridículas ésas que hay pintadas en la Plaza y aunque el toro no se emplea, él se busca las mañas para darle su merecido. José Manuel Infante cuartea sin gloria. A la salida del par el toro hace por él y César Jiménez en un oportunísimo quite se lleva el toro en su capote. Llaverito pone un par al cuarteo y en su segunda entrada al toro José Manuel Infante se quiere quitar la espina del apretón que recibió antes y se esmera en hacer bien la suerte. Javier Cortés comienza por naturales, pero sólo consigue enganchones. No consigue mandar ni templar y el toro se va haciendo dueño de la situación. Tan sólo una vez corre la mano de forma mandona y el toro se entrega en ese solitario muletazo. Se cambia la muleta de mano y continúa con enganchones, sin conseguir meter al toro en su muleta, luego vuelve a la zurda y continúa la sinfonía de enganchones. Para matar cobra un pinchazo echándose fuera y una estocada algo desprendida pero fulminante
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