Adiós a Antoñete: fitoterapia e imagen
Pedro Javier Cáceres
Madrid, 30 de Octubre de 2011
El pasado lunes enterramos al gran maestro. Dimos el último adiós a Antoñete.
El efecto Antoñete hizo que muchos aficionados, al inicio de los 80, recobraran la fe en la tauromaquia y que advenedizos de aluvión rumiaran que se les estaba dando gato por liebre.
Su muerte -el sábado 22, sobre las nueve de la noche- tuvo efectos fitoterapeúticos para que apresuradamente los barandas de la Comunidad de Madrid desempolvaran uniformes funerarios, burlaran su amnesia selectiva y graves y solemnes impusieran al “maestro” la Gran Cruz de la Orden del 2 de mayo sobre el féretro que embutía su consumido cuerpo yacente.
Una condecoración que ya poseían José Tomás y Victorino, y Florentino Pérez, Del Bosque Santana, Ángel Nieto, Alfredo Landa, Lina Morgan, Alaska (sin los Pegamoides) Elio Berhanyer (el modisto) Lucio “el tabernero”, José Luis (el de la extraordinaria tortilla de patatas) entre otros, todos vivos.
Antoñete no es el primer caso de efecto “fitoterapia”, recuperador de memoria y blanqueador de conciencias de nuestros “próceres” madrileños, puesto que tal sucedido emparenta en primer grado con las otorgadas a Paco Fernández Ochoa y más recientemente con Enrique Morente, lo que sublima la figura de Chenel tanto como empequeñece la talla de los gerifaltes regionales.
Apuesto doble contra sencillo que el próximo “a título póstumo” será Di Stéfano.
Pero hubo más.
No sé si fuimos muchos o pocos los que nos reunimos a despedir a Antoñete.
Como en sus tiempos de lucha y sobrevivir, debatiéndose entre hacerse banderillero o seguir hasta encontrarse con el toro de Félix Cameno en agosto del 65, pórtico, meses después, de la gloria de un día de San Isidro y un toro “blanco”; como ahora en Las Ventas fuera de abono, el “aforo” no llegó a “ cuarto de plaza”.
En cualquier caso el último adiós se lo dimos “los cabales”.
Entre estos no estaban ni sus compañeros de fatiga del cartel de “Triana Pura” (Romero y Paula) ni la “plana menor” de la torería actual: el G-10. Ni Juli, Manzanares, Morante, José Tomás…tan solo, de estos, Enrique Ponce y Cayetano. Talavante y Castella están en América por lo que el “parte facultativo” era obvio.
Un “parte”, del resto de ausentes, que por otra parte o no llegaron o se desconocen.
Se especula que esta aristocracia toreril temiera la masificación del acto y tener que soportar pelmas en una concentración de plebe. O bien que anduvieran concentrados en preparar, noche y día, la asamblea de su sindicato vertical que se celebró el pasado jueves con dos puntos básicos a tratar: los recortes para las llamadas figuras en Francia y, sobre todo, el asunto de la televisión y los derechos de imagen.
¿Cuál imagen?
¿La que proyectaron con su ausencia en el ultimo paseíllo en Las Ventas del “maestro” de todos ellos?
Si fuere así, urge nombrar para el sindicato como Presidente de Honor a Cagancho.
No al caballo de Hermoso de Mendoza, no, Cagancho el de Almagro.
Y de madrina Tomasa, la de los títeres. Que esa es la imagen que propician con sus actitudes y por la que quieren derechos.
¿Derechos? ¡Dinero, coño!
El sindicato vertical
La siete plazas de primera de Francia, con muchos de sus alcaldes representándolas decidieron hacer públicas sus decisiones acordadas en reunión asamblearia: reducir, colegiadamente, un 20% los honorarios de aquellas figuras que superasen los 60.000 euros de caché, e igualmente con los ganaderos de élite que se mueven en términos parecidos.
Aquí nos hemos manifestado a favor de la adecuación de los honorarios de las figuras a los tiempos actuales. Mejor dicho, no exactamente a los tiempos actuales, si no como consecuencia de la crisis, adecuarlos a los ingresos que generan, es decir, a lo que “meten en taquilla”.
Nos parece bien las inquietudes de los empresarios franceses y de los alcaldes que representan la propiedad de los cosos. También ¿por qué no? que se unan en debate y saquen conclusiones corporativas.
Pero en una sociedad de libre mercado, sujeta a oferta y demanda, de contratación individual me parece una absoluta frivolidad que los acuerdos los hayan hecho públicos elevándolos al rango de norma cuando un entendimiento tácito, entre ellos, hubiera dejado libertad de acción para gestionar cada uno sus cosos en aras de los intereses comunes sin lesionar los particulares de cada plaza ni soliviantar a las figuras del toreo provocando que estos pasen a la acción para terminar todo en un conflicto de consecuencias imprevisibles.
Esto ha ocurrido en Francia, y empresarios españoles hubo que estuvieron pendientes por si fuera extrapolable a España.
Circunstancia improbable. En España el “navajeo” y la competencia desleal entre empresarios, lo mismo que entre ganaderos e incluso entre los toreros, es moneda de curso legal.
Se demostró en el último concurso por Valencia donde tan solo tres empresarios fueron incapaces de ponerse de acuerdo para partir en igualdad de circunstancias asumiendo el canon mínimo, lo que encareció el producto en 120.000 euros. Va a ocurrir en la próxima subasta de Madrid.
Quizá sea en ese punto, los costes del piso plaza, los que, entre otros que aducen, dan razón a los toreros sin que a estos se les exima su responsabilidad en muchas ruinas empresariales.
Por la misma razón, los toreros, se contradicen cuando pretenden negociar los derechos de televisión bien colectivamente, o bien de forma individual a través de una sociedad mediadora especializada que les agrupe corporativamente, que por supuesto no trabajarán gratis, para al final la pelota de la contratación global, honorarios y derechos, va a estar en el tejado del empresario taurino porque así lo quiere la única operadora que ha mostrado interés por La Fiesta y porque es de sentido común un solo interlocutor para un festejo, o una serie de ellos, tal que las ferias, en el que intervienen tres toreros y tres cuadrillas por tarde más un ganadero lo que haría más imposible que proceloso el proceso de conjugar contrataciones.
Los clubes de fútbol a través de la Liga de fútbol profesional son los que negocian los derechos de los espectáculos, es decir, los partidos. En su caso el empresario negocia la, o , las corridas. Nada nuevo bajo el sol.
Otro asunto son los derechos de imagen a título particular de este o cualquier torero en otros ámbitos que no sea un colectivo como la corrida o una secuencia como una feria.
Bien está que establezcan unos mínimos que protegerán a los no figuras, pero es un viaje con alforjas censadas: mínimos profesionales y mínimos de imagen igual a mínimos totales, si las cuentas cuadran, adelante. Si no, o no hay televisión o no hay festejo, lo más probable.
En el caso de Francia, con su propuesta alternativa, altamente demagógica, de que lo que se quita a las figuras se les aumenta a los “modestos” los toreros no han entrado al trapo de socializar la “grandeur”.
Pero son insaciables con las miserias de la televisión.
Con sus alardes napoleónicos dando tres cuartos al pregonero sobre sus decisiones, los indiscretos franceses pagarán su pecado de soberbia de tanto regalarles los oídos que son la pureza de La Fiesta.
Con su usura depredadora los toreros van a contribuir a que siga bajando el número de festejos y aumente el paro toreril.
Y cuando esto ocurre, en el toreo como en cualquier estadio de la sociedad civil, el rico se hace más y el pobre linda la indigencia.
Son cosas de los sindicatos verticales, antes que de clase, aunque todos los matadores, rejoneadores y novilleros pertenezcan al mismo gremio.
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