sábado, 9 de junio de 2012

El regreso de los victorinos. ¿Y quién los torea? / Por José Ramón Márquez


Victorino con la muleta en la mano
"Para tundirme a derechazos, me tundo yo"

Victorino trajo a Madrid una corrida de toros seria. Seria no quiere decir gorda, quiere decir que cualquiera de los tíos que se ponían delante de cualquiera de los toros no las tenía todas consigo de que no le pudiese llegar a ocurrir algo... El segundo tuvo una espectacular muerte. Con el estoque clavado hasta la gamuza y la boca cerrada, el toro en el último estertor hace una arrancada, una última embestida, contra su matador, y se desploma a sus pies rodando sin puntilla, embistiendo

El regreso de los victorinos. ¿Y quién los torea?

José Ramón Márquez

“No se puede llegar a los graderíos toreando 
en el pitón ‘de acá’, al filo del pitón, sin coraje 
para ir hasta el contrario, que es donde están 
las orejas, los triunfos y los millones.”

Vicente Zabala Portolés

Al fin otra tarde de toros, que se les coló o la colaron entre medias de la cultura, como si dijésemos un poco de Art-brut, cosa marginal que se acepta por no se sabe bien qué, pero que los que están en la pomada saben que no es lo que debe ser. Hoy, un viernes, con una corrida de Victorino Martín, divisa azul y roja, no se llenó tampoco la Plaza Monumental, por si alguien quiere recibir esta señal de que algo no está yendo lo que se dice bien, aunque echarán la culpa a la crisis o a esa casquivana prima de Riesgo, con tal de no ver lo mal que se están haciendo las cosas en la gestión de Las Ventas, empezando por la absurda propuesta de esta ridícula feria de artycultura.

Por fin los toros de nuevo en Madrid, después de la burla de los Valdefresno, de los Cuvi, de los Puerto de San Lorenzo y como entremés a ese delirante cartel de mañana. Volvió hoy la Acoronada a Madrid con la vitola de la cultura, en vez de ponerla en la feria de San Isidro, que es su sitio, porque ya estamos hartos de repetir que los toros que meten miedo son de Interior y los que mueven a risa son de Cultura, que los victorinos no pintaban nada en esa feria de la cultura, vaya.

Y con Victorino, la polémica. Resulta que hoy hemos visto a los aficionados más pastueños, a los mayores aplaudidores de la bazofia, a los que se les ponen los ojos en blanco con cuatro trapazos ligados a un becerro lengüilongo protestando la presencia del toro en la Plaza y sacando contra Victorino el pecho que no les hemos visto sacar contra los Montecillos o los Cuvillos. Y luego, Faustino el del 7, que ya debe estar mayor, protesta a un toro de salida y le aplaude en el arrastre con la misma devoción que si fuese Conchi Ríos. Parece que hay signos en el firmamento de que la propia Plaza está en un momento de revulsión del que no da la impresión de que vaya a salir nada bueno.

Victorino trajo a Madrid una corrida de toros seria. Seria no quiere decir gorda, quiere decir que cualquiera de los tíos que se ponían delante de cualquiera de los toros no las tenía todas consigo de que no le pudiese llegar a ocurrir algo. A mí, particularmente, me encantó la lámina del segundo, Minoico, número 173, al que protestaron los que se fijan más en los kilos que en el tipo, y el tercero, Poeta, número 85, hondo y serio. El Minoico tuvo una espectacular muerte. Con el estoque clavado hasta la gamuza y la boca cerrada, el toro en el último estertor hace una arrancada, una última embestida, contra su matador, y se desploma a sus pies rodando sin puntilla, embistiendo.

Corrida de toros totalmente a contraestilo de los tiempos que corren, donde el toro sólo debe dar facilidades, y no es que estos estuviesen a bocaos con los toreros, como Moncholi con sus emparedados de galufo, pero algo había ahí que se notaba que los toreros no estaban lo que se dice a gusto. Y como cumplió en el caballo y sacó casta, pues podemos decir que fue una buena corrida de toros, porque lo que había en el ruedo, al fin, eran toros. Y el que se esperase la del 82 seguro que salió defraudado, pero el que fuese a la Plaza a ver toros, como es mi caso, no.

Antonio Ferrera quiso lucir sus dos toros poniéndolos de largo al caballo y es cosa de agradecer; puso banderillas de forma atlética, comenzando el cuarteo muy próximo al toro y pegando ese salto que pega al clavar, que a mí particularmente no me gusta. En su segundo puso un par al quiebro en el 6 que fue un buen par, dejando llegar mucho al toro y saliendo por el terreno de adentro. Ferrera hace muy bien el quiebro. Con la muleta le faltó decisión para irse al pitón contrario, para obligar más al toro, que en mi opinión es una de las claves para torear al toro de Victorino, toro muy exigente, y se eternizó en un trasteo largo y monótono. En su segundo dio la impresión de haberse aburrido.

De Diego Urdiales ya no se sabe qué pensar porque es que no es ni la sombra del que tan excelentemente nos deslumbró hace tres años en una purísima faena en la Feria de Otoño, precisamente a un Victorino, faena de poder a poder emocionantísima y torerísima. Los que conocen dimes y diretes seguramente tengan una explicación para este fenómeno, pero la impresión que llega al tendido es que Urdiales está totalmente desdibujado. Tan sólo en el inicio de la faena a su segundo hubo un breve fulgor de aquel Urdiales, todo torería, que es de los poquísimos toreros de los últimos quince años a quien hemos visto ir hacia el toro con el empaque que iban los grandes, antes de la peste de las escuelas.

Y Alberto Aguilar estuvo decidido y, como decían antes los revisteros, ‘voluntarioso’. El hombre pone al toro de largo, como una declaración de principios y da miedo ver correr al toro Poeta hacia la muleta de Aguilar; le engancha bien, se gira y se la vuelve a poner con verdad y luego abrocha un gran pase de pecho. Magnífico inicio de la faena de un torero a un toro, hastiados como estamos de los pases cambiados por la espalda a las cabras. Luego, Aguilar propone el cite con el medio pecho y aguanta la posición con decisión, aguanta algún parón de su primero a base de ganas, de valor y de aguantarse la natural intención de dar un respingo. Se cambia la muleta a la mano izquierda y en ese pitón aguanta con entereza las tarascadas del toro sin acabar de someterle. Luego vuelve a la derecha, improvisa un alegre molinete y mata mal. 
En su segundo, Botero, número 108, toro de aire ibarreño por hechuras y encornadura, tarda una barbaridad en darse cuenta de las condiciones del animal, especialmente por el izquierdo y la faena no llega a cobrar aire hasta la mitad de la misma. Luego, como tantas veces suele ocurrir, cuando tiene el triunfo al alcance de los dedos y sólo tiene que tirarse como una fiera detrás de la espada, se conforma con una media estocada desprendida, renunciando de forma totalmente voluntaria a lo que pudo haber sido su gran día de gloria. Es muy difícil que tenga otra oportunidad así en Madrid.
***

Mañana, con los juampedros de El Torreón y con El Cordobés, Paquirri y Fandi, o precisamente a causa de esas circunstancias, no iré a Las Ventas. A ésa, en Madrid, no.

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