lunes, 7 de enero de 2013

Añoranza de la soberbia y hasta de la chulería en el toreo / José Antonio del Moral


Manolo Molés, el que maneja el tinglado de las retransmisiones

Ahora no sucede nunca nada de eso....El año pasado se unieron las principales figuras para defender al unísono sus derechos de televisión...también aunque más secretamente para intentar acabar con quien maneja el tinglado de las retrasmisiones..... 
“El Juli” solamente mostró su disconformidad con quien quería cargarse el G10 negándose a actuar en las ferias previamente contratadas con el canal PLUS encargado de hacerlo.

Añoranza de la soberbia 
y hasta de la chulería en el toreo

 “Tengo el gusto de brindar la muerte de este toro a don Manuel Lozano Sevilla – primer plano de Ostos y sonido a tope en las pantallas de miles de televidentes – que es el trincón más grande y más sinvergüenza que hubo jamás en la crítica taurina”.

José Antonio del Moral
Hace un par de semanas tuve el honor de dar una conferencia en el Club Taurino de Milán, presidido por el joven gran aficionado Paolo Mosole quien venía pidiéndome reiteradamente que les hablase sobre Antonio Ordóñez, a sabiendas de la amistad que tuve con el gran torero rondeño y de lo mucho que le seguí de plaza en plaza. Fue un placer hablar sobre quien fue mi torero predilecto porque, la verdad sea dicha, nunca lo había hecho en forma de conferencia en solitario.

Al ver a tantos aficionados italianos que acudieron desde varias regiones además de los milaneses – algunos vinieron a escucharme desde Turín, Roma, Bolonia, Florencia y hasta desde Regio Calabria – me di cuenta del interés que había despertado mi disertación sobre este colosal torero. Muy larga fue la sesión – tres horas y media entre el propio discurso, las muchas preguntas que me hicieron y los vídeos que se proyectaron – que fue seguida con enorme atención. La excepcional ocasión dio lugar a recordar toda clase de anécdotas y relatos vividos por mi y, por tanto, ocasión de analizar a fondo la personalidad humana y profesional de Antonio Ordóñez desde la A hasta la Z.

Lo que más noté que interesaba al auditorio fue cuando conté hechos y dichos del maestro a propósito de los muchos desplantes, retos, osadías y hasta sinrazones que protagonizó. Fue una época en la que las grandes figuras no se limitaban a torear, sino que llevados por su orgullo y en el caso de Ordóñez por su indeclinable soberbia y hasta por su osada chulería, daban lugar en las plazas a no pocos altercados seguidos muchos de ellos de sorprendentes y apasionadas rendiciones de cuantos después de dedicarle monumentales broncas e irreproducibles insultos, caían a los pies del maestro por las tantas y tantas veces que en una sola tarde pasaba de ser el más odioso y odiado de los toreros al más apasionadamente adorado. Hubo temporadas en que se emperró en no hacer nada en sus primeros toros aunque fueran buenos y en darlo todo triunfando apoteósicamente en sus segundos oponentes aunque resultaran muy difíciles. Por eso recibió tantas cornadas y triunfó muchas veces tras ser gravemente herido. Increíble, pero cierto.

No sería justo dejar de señalar al respecto que entonces no solo se comportaba así el rondeño, también y muy principalmente su famosísimo cuñado y asimismo grandioso torero, Luís Miguel Dominguín, aunque éste lo hacía sabiendo siempre lo que hacía – fue un inteligentísimo y premeditado provocador – mientas que Ordóñez se dejaba llevar por su propia pasión sin que le importara equivocarse ni que no pocos ofendidos se convirtieran en furibundos enemigos de por vida.

Otros diestros menos importantes aunque no menos admirables de aquellos tiempos también solían dar rienda suelta a sus sentidas pasiones toreras con los alborotos consiguientes. Entre varios, recuerdo sobre todos al gran César Girón, a Miguel Mateo Miguelín y al más joven Jaime Ostos que llegó a ser el más osado cuando, en un brindis, se cargó al crítico brindado, Manuel Lozano Sevilla, que en aquella corrida comentaba las imágenes de su retrasmisión en directo, anécdota a la que me referiré después por lo que supuso de inaudito ejemplo.

Confieso que añoro aquellas temporadas y aquellas corridas. Echo de menos el indudable apasionamiento que convertía el devenir del toreo en auténticas tempestades públicas y en algo bastante más apasionante que lo que desde hace años parece ahora el toreo: un calculado lago calmoso y aquietado aunque no pocas veces las procesiones se lleven por dentro y las más queden ocultas al conocimiento general. Y es que los toreros contemporáneos son mucho más educados y respetuosos – o mejor dicho, temerosos – entre sí y ante los públicos que los de entonces, pero infinitamente menos digamos atrevidos aunque tanto unos como otros sigan teniendo un mérito indiscutible. Es cierto que cualquier gran figura de ahora lo hubiera sido en otras épocas. Pero no hasta el punto que comentamos de Ordóñez y de varios de sus competidores. Incluso diestros más pacíficos y menos conflictivos como Paco Camino y José María Manzanares padre se abofetearon vestidos de luces ante el público con Manuel Benítez El Cordobés en Aranjuez y con El Soro en Valencia respectivamente por los inoportunos y sin duda molestos aunque legítimos quites que tanto Camino como Manzanares hicieron en los toros de sus colegas.

Ahora no sucede nunca nada de eso. Los toreros se llevan siempre como hermanas de la caridad y, aunque compiten, celebran abierta y cortésmente los triunfos de los demás como si la disputa no fuera con ninguno. Cada cual a su aire y todos tan contentos.
El año pasado se unieron las principales figuras para defender al unísono sus derechos de televisión sin tener en cuenta que en esta cuestión cada cal es cada cual según su fuerza taquillera, y según se dice, también aunque más secretamente para intentar acabar con quien maneja el tinglado de las retrasmisiones. Ninguno se atrevió a decirlo abiertamente y menos colectivamente. Una vez deshecha la supuesta “unión”, tampoco quien lideraba la rebelión, “El Juli”, que solamente mostró su disconformidad con quien quería cargarse negándose a actuar en las ferias previamente contratadas con el canal encargado de hacerlo. Y en las que no tuvo más remedio que aceptar las cámaras, advirtiendo previamente que no se dejaría entrevistar en ningún momento del festejo.

Antes me referí a lo que hizo Jaime Ostos para cargarse a Manuel Lozano Sevilla, por entonces crítico de Televisión Española, Radio Nacional de España y de la Vanguardia de Barcelona – entonces, en La Monumental recientemente clausurada para el toreo, se celebraban más corridas que en ninguna otra plaza de España –, además de propietario y director de la revista semanal “Torerías” en la que ganaba dinerales por cada página de publicidad que se hacían los toreros y a los que no la hacían ni pagaban les ponía a caldo en sus otros tres poderosos medios. El escándalo era mayúsculo.
Y es que Lozano Sevilla, además, era nada menos que el taquígrafo personal del jefe del Estado, Francisco Franco, y no había nadie capaz de toserle y menos aún de acusarle de venal.

Una tarde en la plaza de Marbella donde se televisaba una corrida en directo por la única televisión que funcionaba aquellos años, fue el ya mencionado Jaime Ostos el que se atrevió a terminar con el intocable corrupto de una vez por todas. Se acercó a la barrera bajo tarima en donde se situaban las cámaras y el comentarista y cuando Lozano Sevilla vio que se dirigía a él, se levantó quedando espantado y sin osar apostillar nada a las siguientes palabras del ecijano: “Tengo el gusto de brindar la muerte de este toro a don Manuel Lozano Sevilla – primer plano de Ostos y sonido a tope en las pantallas de miles de televidentes – que es el trincón más grande y más sinvergüenza que hubo jamás en la crítica taurina”.
Lozano dimitió al día siguiente de sus tres tribunas y, según cuentan, cuando a Franco le contaron lo sucedido, comentó: ¡Ah, no sabía que era crítico taurino….”.
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