viernes, 5 de abril de 2013

LIBRO: 'DIOS' de Fréderic Lenoir




DIOS 

Fréderic Lenoir 
Kairós, 2012 
A esta suerte de guía de la historia del teísmo firmada por Fréderic Lenoir le es atribuible la principal virtud de cuestionar y rebatir muchas mendacidades puestas en circulación casi como dogmas de fe por el fundamentalismo laicista. Como contrapartida, el tono de libro de autoayuda en que ha sido escrito, si bien abre el abanico de eventuales lectores, no es el más fructífero a la hora de abordar cuestiones teológicas e historiográficas de hondo calado. El afán divulgativo y el ansia por resultar comprensible por toda categoría de lectores –a fuer de indoloro al establishment académico- merman siempre la profundidad de las obras escritas en este “formato”. En rigor, y perdónesenos la cordial ironía, preguntarse quién “inventó” el monoteísmo nos parece un poco como preguntarse quién “inventó” el árbol. 

La misma introducción resulta problemática de asumir en su conjunto, ya desde la afirmación inicial de que: “Dios aparece bastante tarde en la historia de la humanidad”. ¿Qué significa “tarde”, hablándose de épocas prehistóricas muy remotas, o de hombres sobre cuyas condiciones de vida y hábitos mentales apenas conocemos vagos indicios, suscitadores de más interrogantes que certezas? Lo mismo decimos de la dicotomía establecida por el autor entre lo “sagrado” y la “espiritualidad”, conceptos -a nuestro entender- indisociables. Nos “chirría”, por ejemplo, el lugar común del “monoteísmo” como “fase” que habría sucedido al “politeísmo” y, tras un breve experimento en el Egipto del siglo XV a. C., no se habría consolidado hasta diez siglos después. Esto es válido como simplificación “wikipédica” y hace el apaño para un refrito de urgencia, pero el Dios único forma parte de las doctrinas hindúes desde muchísimo antes: de hecho, los “dioses” hindúes no encarnan sino atributos y funciones de ese Dios único, siendo en realidad –a entender de autoridades como Coomaraswamy- más o menos equivalentes a los ángeles de las religiones abrahámicas. Tampoco se atiene a la realidad la afirmación de que la civilización china es la única donde, en la actualidad, goza de vigencia el culto a los antepasados, que conoce gran raigambre en, mismamente, el mundo hindú. Nada, en mi humilde opinión, autoriza tampoco a asumir que el sacerdocio judío viese en algún momento amenazado su poder por la predicación de Jesús, ni que éste afirmara que Dios no intervenía en los asuntos de los hombres. También denota falta de información afirmar que Darwin no ha sido “jamás cuestionado científicamente”. 

Igualmente, distamos de ver tan claro que la “revolución” religiosa acontecida en torno al siglo V-VI a. C. en todo el mundo, con la aparición de Lao Tsé, Confucio, Buddha, Mahavira, Pitágoras, Zoroastro y los profetas bíblicos no constituyera más una purificación que la “evolución” asumida por Lenoir. Quizá se esté confundiendo con una “evolución” lo que acaso no se trató sino de la divulgación de textos y doctrinas –como los Upanishad- hasta entonces iniciáticos y de circulación muy restringida. 

Es importante, no obstante, el acento puesto por Lenoir en cosas como que Jesús nunca practicó otra religión que la judía, o en el carácter simbólico de los relatos bíblicos y evangélicos (mucho más subrayado por Gómez de Liaño). O su constatación de que la Europa actual constituye el primer ejemplo en la historia en que “una civilización intenta crear vínculo social al margen de la religión”, lo que, aunque no lo formule de forma tan expresa y contundente, la convierte en una anomalía en el conjunto de las civilizaciones. Y la segunda parte de la obra, por cuanto se desliga bastante del tono de manual de autoayuda, tiene más peso, presentando un sólido panorama histórico del ateísmo, el budismo (el yoga, como bien señala, está lejos de ser la “gimnasia suave para ciudadanos estresados” difundida en Occidente) y el nacimiento del Islam (que se adelantó a la Iglesia Católica, en nada menos que mil años, en el reconocimiento del dogma de la Inmaculada Concepción de María). 

No obstante las objeciones antedichas, este Dios de Fréderic Lenoir es un libro que queremos recomendar, por cuanto rezuma honestidad y voluntad de síntesis, aboga por el entendimiento interreligioso, puede abrir los ojos a más de un despistado integral y viene a recordar cosas tan elementales como que, diga lo que diga el Código Da Vinci, entre los manuscritos de Qumran no ha sido descubierto ninguno que hable sobre Jesús o desmienta lo escrito en la Biblia. O como que, en la Antigüedad griega, no hubo un solo filósofo a quien se pueda, en propiedad, calificar de ateo. O como que la Iglesia, cuando detentó el poder político, pudiendo haber depurado y esquilmado impunemente la Biblia y los Evangelios de todos los pasajes molestos o problemáticos, no lo hizo. 

Joaquín Albaicín 
Altar Mayor nº 152, Marzo-Abril 2013

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