jueves, 23 de mayo de 2013

La de la Prensa. A quien la Crítica se la dé, que Juan Pedro se la bendiga / Por José Ramón Márquez

 Infanta de España

José Ramón Márquez

«Tengo lo mismo que vosotros y más», se cuenta que dijo don Vicente José Vázquez, ganadero seminal, cuando consiguió hacerse, mediante un famoso ardid, con el ganado del Conde de Vistahermosa que le faltaba para completar su proyecto de ganadería. Venía a la mente esta tarde ese pensamiento mirando el cuadro genealógico de los toros de hoy que publican en el programa, cuando se ven esas dos cajitas de las que salen las dos flechas que convergen en este Parladé: de un lado Juan Pedro Domecq -como quien dice Bécquer, Casa Ulloa y Cabrera- , y del otro Domingo Hernández -como quien dice el Conde de Vistahermosa- para alumbrar a este Parladé del siglo XXI, compendio de la juampedrez, del toro al servicio del arte. Juampedros del Alentejo criados por la Sociedade Agropecuaria do Río, toros del Tajo que nos echan cuando lo que querríamos ver anunciados es a aquellos toros jarameños de “el cuello corto; el cerviguillo, ancho y levantado; los lomos, fuertes; los pies ligeros».

Para la Corrida de la Prensa se eligió a Parladé y para acabar con ella a El Cid, Iván Fandiño y Daniel Luque.
Podemos decir de manera general que la corrida salió «buena para el torero», lo cual quiere decir que los toros ofrecieron a sus matadores sus embestidas, sus carreras de viaje largo y su disposición a que les toreasen, sin que al tendido llegase la sensación de que los animales eran la tonta del bote. Eso es lo que habría por el lado bueno, diríamos. Por el otro lado tenemos que apenas si se picó o más bien que la corrida se fue sin picar, o mejor aún que con lo que echaron los seis toros no daba ni para hacer un análisis de sangre; que también falló la cosa de las fuerzas, que anduvieron algo tasadillas, aunque por fortuna el que más falló en eso fue el primero; y luego tenemos además lo que se dice esa costumbre genética de la cosa juampedrera de sacar la lengua a pasear a la primera de cambio, esa burlonería tan consuetudinaria en este encaste.

El primero fue un toro que en otra vida debía haber sido un buey de yunta, porque lo que más le gustaba era arar. Clavaba el bicho los pitones en la arena de manera incesante para ir trazando su besana y entre tanto le fastidiaba a El Cid su labor, que no había forma de ir construyendo una faena ni nada con la inclinación agrícola del bueyuno Atención, número 30. Con los que vinieron detrás, la cosa cambió y aunque no se pueda decir que la de hoy fuese una corrida fuerte, si que se puede hablar, al menos, de una corrida digna en el último tercio.

El primero de Fandiño se llamaba Grosella, número 34. Se planta Fandiño en el tercio del tendido 6 y haciendo galopar al toro le sacude tres pases del Celeste Imperio, sin modificar su posición, y uno del desprecio con mando y gusto. A partir de ahí, brillante inicio, la faena tiene altibajos, casi más bajos que altos. Su mejor momento es en una serie de redondos en que Fandiño se queda y se lleva al toro toreado. Sus momentos más bajos, las dos veces en que el torero se aflige y no aguanta la posición, retirándose con un respingo. Faena de tono menor en la que Fandiño deja que se le vaya escapando el toro sin intentar dar la vuelta a las circunstancias, conformándose con una escasa cosecha y una verdad dicha desde los altos de la solanera: ¡El toro se va sin torear!
Luego, la crónica de sucesos de la cogida, puesto que al entrar a matar a Grosella, el torero no hace la cruz y permite que se le lleve el diablo de la certera cornada que recibe en el muslo. Faena falta de auténtica ambición, podríamos decir, puesto que si la cornada la llega a recibir toreando cruzado y con arreglo a los cánones, en este momento Fandiño habría ingresado directamente en la leyenda.

Con Iván Fandiño en la enfermería salió Daniel Luque, cuyo padre me invitó en cierta ocasión a un café, a despachar su primero. Luque movió el capote con menos gracia que Esteso y los expertos públicos, avisados como estaban de que lo fuerte de este muchacho es la cosa capoteril, le jalearon aquello como si fuese la segunda venida de Cristo. A partir de ahí la luquez se hizo omnipresente y desalentadora, por las trazas deplorables de que este hombre se vale para simular el toreo. Lo más deprimente, no obstante, es que ya le hemos visto con seis toros en este año, y aún le queda otra más en Madrid, por lo que en breve será el torero que más veces hayamos visto en lo que va de temporada, sin haber ido jamás a verle expresamente a él. Al morir el toro cundió el desánimo por la Plaza al constatar que la corrida se había quedado en un mano a mano. Si no tuvimos bastante tostón en Sevilla, en abril, ahí va una buena jarra de agua muy, muy fría.

El cuarto llegó de dulce también a la muleta. El Cid planteó una faena modernosa y predominantemente sobre la mano derecha, sin el encaje cidiano de ganar la posición y hacer al toro entregarse a base de dominio y de hacerle ir por donde no quiere. Las gentes aplaudieron tibiamente, porque es justo que si en la arena está el torero que mejor y con más pureza ha interpretado en Madrid el toreo en todo lo que llevamos de siglo XXI, se le deba exigir al menos que se sujete al canon que él mismo ha dictado y no se pierda en vericuetos sin interés. En resumen, El Cid hizo una faena por debajo de las posibilidades del toro y volvió a dar esa imagen un poco vacilante que últimamente ofrece.

El quinto fue el sexto, que se corrió turno. Se llamaba Holgazán, número 26, y con él volvió a aparecer en escena Luque, esa fantasmagoría, armado de su tienda de campaña para veinte personas en forma de muleta. Venía a lo mismo de antes, con la diferencia de que ahora ya nadie le hacía ni caso, bien por lo aburrido o bien por lo previsible que resulta este torero.

En sexto lugar salió A-reír, número 54, que menudo nombrecito. Cid lo brindó sentidamente a la cuadrilla de Fandiño y en este toro dejó por momentos la marca de su manera de torear. Es lástima que quisiese hacer el esfuerzo en éste y no en el cuarto, que tenía mejores condiciones, porque cuando el toro recibió su taza del poder muletero de El Cid, cambió. El Cid fue labrando al toro con conocimiento y en algunos momentos, con la izquierda, trajo muy vívido el recuerdo del gran Cid, lo justo para dejarnos el dulce sabor de boca de tiempos del pasado reciente.

El mejor toreo de esta tarde y, posiblemente, de todo lo que va de Feria lo hizo un torero de plata, matador de alternativa, triunfador de la Feria de San Isidro del año 1989 y nieto de un peón de Marcial Lalanda y de Gitanillo de Triana, que se llama Rafael Perea, Boni, y que trabaja a las órdenes del torero que tiene abiertas todas las grandes puertas de España... con victorinos.

Paseíllo
Fandiño, Luque, Cid

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