jueves, 2 de mayo de 2013

Novillada de Madrid. Otra juanpedrada de tomo y lomo / José Ramón Márquez


Un milagro
Carteles en las calles

José Ramón Márquez

Hoy, novillada en la primera de las tres ferias con las que llenamos de toros los meses de mayo y junio en Madrid. Como anticipo de la corrida de disfraces, mal llamada goyesca, los expertos veedores, los buscadores de la excelencia ganadera por cuenta de la empresa llamada Taurodelta S.A. han ido a fijarse en una de las modernas ganaderías cuyo nombre está basado en sufijos apreciativos diminutivos (-illo en este caso) y desde Orgaz se trajeron a Madrid seis pupilos de Francisco Medina, que es el ganadero que según propia confesión sólo necesitó de diez minutos para tomar la decisión de vender su anterior ganadería de El Ventorrillo. Ésta de hoy, por seguir con la perra de los sufijos, es la de El Montecillo, pero por si a alguien los árboles genealógicos incomprensibles que ponen en el programa oficial no le dejan ver el monte, digamos que este es un Montecillo juampedrero, ¡faltaría más!

Los Montecillo fueron novillos plenamente contemporáneos. No tuvieron el menor interés en ninguno de los aspectos de la lidia salvo en la parte muleteril, como corresponde a la moderna concepción de la tauromaquia tan en boga, en la que prácticamente todo es innecesario salvo la sacrosanta tundidera de pases que se realiza con la muleta. En ese sentido los montecillos fueron modélicos, pues ofrecieron graciosamente sus carreras a sus matadores sin apenas mover a los diestros a desconfianza alguna sobre la pureza de sus intenciones. Bien es verdad que el que vaya a los toros pensando en esas antiguallas de la pelea en varas, de la fortaleza de los bichos frente al caballo, se iría a su casa bien chasqueado, pero al final lo que prevalecerá para que le den el notable a la corrida será la predisposición de los novillos a corretear en pos del trapo rojo. Anotemos, no obstante, que el quinto, Jactancioso, número 4, debía ser toro aquejado de alguna leve esquizofrenia pues lo mismo se entregaba sin ambages a los planteamientos muleteriles de su matador que sacaba los pies del tiesto y le metía un par de sustitos que le descompusieron lo suyo.

Hoy se estrenaron en Las Ventas el zaragozano Imanol Sánchez y el alcalaíno Juan Millán. Entre ellos Emilio Huertas («Como reluce/Santa Cruz de Mudela/cuando suben y bajan/los andaluces»). 

Por empezar con lo bueno diremos que Emilio Huertas lleva una cuadrilla de lujo con los hermanos Otero, José y Ángel, y con un dignísimo tercero que es Diego Valladar. Lo mismo en la brega que en las banderillas los Otero le hicieron el mejor homenaje posible a aquel gran peón que fue Manolo Montoliú en el día que se cumplía el vigésimo primer aniversario de su fatal cogida en Sevilla. Y Carlos Hombrados, en el tercero, lidió con sobria maestría y gran eficacia. Tarde de buenos toreros de plata.

A Imanol Sánchez le tocó el gordo de la primitiva con sus dos novillos. El primero, educadísimo, no hizo ni un mal gesto, ni una mala mirada, ni un respingo; sólo acudió a la muleta cuando se le citaba y siguió los vuelos del trapo mientras lo tuvo más o menos delante de los ojos. Cuando Imanol consideró que había terminado “su faena”, el bicho estaba como para volver a empezar sin protestar, pues el animalito, que atendía por Planeador, número 3, había recibido en sus carnes la precisa explicación de la capital diferencia que hay entre ser toreado o recibir muchos pases. Cómo sería la cosa que hasta hubo algunos que le aplaudieron en el arrastre. El cuarto, Habanero, número 33, era lo mismo, pero con una embestida muy viva, alegre y vibrante: el toro para armar un taco. Con él Imanol Sánchez volvió a poner sobre la arena blancuzca de Madrid sus argumentos de toreo bullidor, bastante basto, dispuesto a dar pases en cualquier modo. Toreo muy pueblerino y sin finura, pero ¿qué le vamos a hacer, si las figuras se dedican a ir por los pueblos y a estos toreros les expulsan de ellos?

Emilio Huertas está muy rodado. Se ve que ha toreado bastante y que anda muy suelto frente al toro. Su primero fue otra malva que atendía por Bohemio, número 12, al que le tundió literalmente a mantazos de la neotauromaquia. A los profetas del descargue de la suerte les debe haber puesto el vello de punta Emilo Huertas, porque el tío ni se cruzaba al pitón contrario ni echaba la “pata alante” aunque le diesen con una cachiporra. Si hemos entendido bien esas geometrías e invenciones que se publican por ahí, las señas que se han dado tendrían que haber producido la aparición de muletazos larguísimos, interminables, superiores, y sin embargo lo único que se vio pasar por Las Ventas fue el fantasma de la vulgaridad. En su segundo, el Jactancioso, más de lo mismo, pero como el bicho le pegó un par de sustos, el matador perdió bastante la compostura y se fiaba del toro menos que yo del Dalai Lama, pasándolas canutas hasta que consiguió meterle el estoque. Lo mató a la última.

De Juan Millán diremos, como el tío ese de la TV, que “pechó con el peor lote”. No se malinterprete esto, que no eran los de Moreno Silva, pero a Fregonero, número 34, y sobre todo a Pocasbromas, número 8, les faltó acaso poner en sus embestidas la alegría de sus hermanos. En realidad no se puede decir a ciencia cierta de qué manera torea Juan Millán. Sólo que dio una porción de pases en diversos terrenos y que, por decirlo de una manera académica, no dictó tauromaquia alguna; o sea, que lo que hacía no se sabía por qué lo hacía o a qué fin tendía. Se perfila para matar de una manera horrible y las estocadas que cobra son acordes a sus modos, pero ¿a quién le importa ya la estocada, si al parecer de lo que se trata en el toreo es de alargar el muletazo a cualquier precio?

La terna

El hombre y su gayola

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