lunes, 28 de octubre de 2013

Antología sobre la chicuelina


Probablemente, la chicuelina es la suerte más practicada cuando se trata de realizar un quite a la salida del toro del caballo. Sin embargo, el lance que consagra Manuel Jiménez "Chicuelo" ni es un mero recurso, ni se trata de una suerte marginal. De hecho, comprobamos como su riqueza de contenido cuando observamos cómo no hay dos chicuelinas iguales. Cada torero la interpreta con un sello personal. Y así, como es escribió sobre el arte taurino "hay chicuelinas alegres y las hay austeras; una son vistosas y otras dramáticas. Hay chicuelinas con las manos altas y las hay con las manos bajísimas; unas se realizan citando al toro desde cerca y otras dándole distancia, dejándole venir e imprimiendo a la suerte una enorme carga emotiva".

De Manuel Jiménez a nuestros días
Antología sobre la chicuelina
Dice escuetamente la Real Academia de la Lengua que la chicuelina es el “pase que el torero da con la capa por delante y los brazos a la altura del pecho, girando en sentido contrario a la embestida del toro".

Con mayor precisión taurina, don Gregorio Corrochano la define como: “la suerte a la navarra, modernizada por Chicuelo, que le imprimió personalidad. Desde entonces se llama *chicuelina*. Es una suerte de adorno que hacen todos, con más o menos gracia, con más o menos oportunidad y con más o menos abuso”.

Entre otros escritores –como es el caso del propio Néstor Luján--, César Jalón, "Clarito", atribuye su invención al torero cómico valenciano Rafael Dutrús "Llapisera". Sin embargo, frente a esta tesis, el recordado José Alameda califica como “ridícula pretensión” esta adjudicación de la paternidad de este lance: 
“El torero cómico Llapiseras lanzó y sostuvo obstinadamente la especie de que él era el verdadero inventor de la chicuelina, no fue eso lo malo, sino que ciertos críticos serios hayan acogido la patraña. (…) Pero la chicuelina, ¿no es una afinación, por ajuste, de la antigua navarra? ¿Y no está la navarra descrita terminantemente por Pepe Hillo en la primera “Tauromaquia” de nuestro toreo a pie. Hay además la vieja suerte del “embozado”, que la premoniza en su giro. ¿No constituye todo esto una limpia etiología taurina?”

En línea con este entronque con la navarra, ya Santos López Pelegrín, “Abenamar”, en su libro “Filosofía de los toros” (Madrid, 1842), al referirse esta explica que “se colocará el diestro como si fuese a torear a la verónica; marcada la embestida de la res, se comenzará a tender la suerte hasta que, ya entrada en jurisdicción, estando bien humillada y pasada la cabeza, el matador retira el capote por debajo y da una vuelta en redondo hacia el lado contrario al que haya marcado la salida, volviendo a quedar frente al toro".

Se trata de una tesis que también encontramos en los escritos de José D. de Quijano, “Don Quijote”, cuando afirma que “la navarra fuera de cacho ha ido evolucionando y cobrando mérito poco a poco, hasta convertirse en la chicuelina girando en el cuerno... ".

De forma más precisa, José Luis Ramón, en su libro “Todas las suertes por sus maestros” (Madrid 1998) , escribe: "La suerte que en España se conoce como navarra, en México se denomina chicuelina antigua, porque ésta fue la primera que allí hizo Chicuelo, diestro que es el creador de la chicuelina. Aquella primera suerte en la que Manuel Jiménez giraba sobre sí mismo en el sentido de la embestida del toro, al tiempo que toreaba al animal, está en el inicio de su chicuelina, y de ahí ambas denominaciones. En España cambió el nombre (en realidad no llegó a tenerlo nunca), pero en el país azteca permaneció y permanece"

Y más adelante matiza: "La navarra de Guerrita derivó, en manos de Chicuelo, a chicuelina, luego no es que ya no se ejecute, es que ha evolucionado; y la chicuelina antigua, que sí se realiza, ha pasado a denominarse navarra. Son, por tanto, las mismas suertes, aunque han intercambiado sus nombres"

José Alameda escribe de forma rotunda: 
"debo señalar que ese lance ya lo había dado a conocer Chicuelo en otras plazas. Le oí decir al propio Manuel Jiménez que la primera vez que lo había ejecutado había sido en Valencia, en 1924”. Este testimonio fue corroborado años después por el propio Rafael Jiménez “Chicuelo”, hijo del maestro sevillano.

Al respecto de esta tarde valenciana, diversos autores atribuyen al propio “Chicuelo” la siguiente explicación: "Ya habían actuado ellos en los quites, maravillosamente, y la gente espera nerviosa mi intervención. Primeramente di un lance, giré, y a la vuelta cinco o seis chicuelinas, improvisadamente, sin saber lo que hacía". Pero esos mismos autores anotan que Chicuelo siempre había confesado que al domingo siguiente no recordaba el quite, y que tuvo que ensayarlo.

Llegados a este punto anotemos lo escrito por Francisco Moya en “Sol y Sombra”, de este primer quite por chicuelinas: "Para honor (de Chicuelo) haré constar en párrafo especial el quite que hizo en el tercer toro, quite que fue modelo de quites imborrables, de los que se recordarán en mucho tiempo. No se puede dar de mayor gusto, ni de mayor esencia torera."

Pero si acudimos de nuevo al testimonio de Alameda en su "Historia verdadera de la evolución del toreo". (México, 1985), "cuando este lance de Chicuelo adquiere su resonancia definitiva es al estrenarlo en Madrid. Yo lo presencié, el 10 de julio de 1925, en la corrida de la Cruz Roja, con el quinto toro de Veragua. Alternaba el diestro de la Alameda con sus paisanos Ignacio Sánchez Mejías y Pepe El Algabeño. El quite produjo un deslumbramiento, que oscureciera cuanto pudo acontecer en la corrida. El diario ABC (…) le atribuía cierto posible parentesco con suerte "del embozado", del licenciado de Falces, que Goya inmortalizó en su "Tauromaquia".

En sus “Memorias” (Madrid, 1972), César Jalón, “Clarito”, escribe: 
"La chicuelina --que tiene el aire de familia de la navarra con ventaja sobre ésta, cuyo giro se realiza fuera de juego; o dicho más taurinamente, "fuera de cacho"-- tal y como aparece recién salida de los brazos de Chicuelo es una verónica capada en el momento más escabroso de llegar el toro a jurisdicción. Entonces el torero, en lugar de dar vuelo a la suerte para que el toro siga por delante del pecho hasta la salida, recorta los pliegues del capote -castra el lance- y deja al toro a su costado, chasqueado y perplejo. Trátase en suma de un adorno, de un recorte, de un semilance recurrente y aliviado por un diestro que tiene más de artista que de Cid”.

Para luego añadir: 
“Con el correr del tiempo, la chicuelina se engrandecerá a su paso por el tamiz de otros estilistas --de esos que, siguiendo el precepto belmontiano, "torean con sentimiento"-- capaces de trocar un recurso del toreo accesorio en lance cuasi fundamental; un cante chico en cante grande. (….)Se enriqueció por el método de apretura y templanza con que Antonio Bienvenida, Manolo González y sus seguidores, al capar la verónica en su culmen peligroso, en lugar de plegarse el capote a toda prisa al costado --ardid chicuelino-- abatían lentamente el ala en su repliegue hasta la rodilla y embebían y dejaban al toro cabizbajo, anudado a las piernas como lo anuda a la cadera o a la cintura la media verónica"

Y a la hora de explicar su ejecución, precisa “Clarito: 
“El torero se pone de frente o dando el medio pecho, embarca al toro desde donde llegan los brazos, echa el capote adelante y lo trae enganchado muy despacito para despedirlo liándoselo en el cuerpo. En mitad de la suerte, el torero debe girar sobre los pitones del toro, hasta quedarse primero de espaldas y, al concluir el giro, totalmente de frente para poder ligar la siguiente”.

Pero hecha universal esta suerte consagrada por el inmortal Manuel Jiménez, luego su ejecución va tomando aires muy diversos. Y así, si nos atenemos a las notas que recoge Robert Ryan en su “El toreo de capa” (Madrid, 2012) mientras que “Chicuelo” al ejecutar Chicuelo la suerte la esclavina de la capa jugaba a la altura de su cintura, a veces contra su pecho, y sus manos al mismo nivel. En cambio, Cagancho, en el rarísimo caso de apartarse de su lance característico, que era la verónica, alzaba las manos en el delantal o en la chicuelina, su "chicuelina alta" jugada a la altura del corazón. Y hubo en México la versión más alejada de Sevilla, la de Silverio Pérez,¡baja de manos, de emoción casi excavada en profundidad de un acento indígena, prehispano"

Luego hubo y hay otras interpretaciones, desde el juego de muñecas expresado a la chicuelina por Paco Camino a la "chicuelina baja" llevada hacia atrás por José María Manzanares.

Para el maestro de Camas, a raíz de su tarde triunfal en Madrid en 1963, la chicuelina adquiere un sentido especial, según le narró a José Luis Ramón:
“Estando en la cara del toro pensé --si uno no piensa cuando está delante del toro está perdido-- en ponerme de frente e innovar y hace una chicuelina que todavía no se había hecho. De ese día nace mi personal chicuelina, que consistía en ponerme de frente --algo que hasta entonces no se hacía--, embarcar al toro desde donde llegan los brazos, echar el capote adelante y traerlo enganchado muy despacio, para despedirlo liándomelo en el cuerpo. Es fundamental este movimiento de brazos y cintura, para girar un poquito en el momento del embroque. El torero no puede quedarse como un palo, sino que hay un movimiento en dos tiempos: primero un leve giro de la cara hacia el lado por el que el toro ha metido la cabeza, y después ya el giro total hacia el lado inverso, para quedarse colocado de nuevo para ligar el siguiente”.

Y en nuestros días Enrique Ponce entiende algo de una cierta forma parecido: que “no es esperar a un toro que viene arrancado y darle el cambio. Así no la siento y no me sale. Para dar la chicuelina me gusta poner de frente, engancharlo delate y traerlo toreado. Como si fuera a pegar una media, lo llevo toreado y no me gusta pegar un mantazo al suelo, pero sí que el capote se enrolle a mi cintura, no en el codo o en los hombros”.

Pero si acudimos, en fin, a la fuente originaria, Rafaelito Chicuelo le recordaba a José Luis Ramón que la única explicación que su padre le dio respecto a la chicuelina era que “tiene que comenzar como si fuera a ejecutar un lance, sólo que al llegar el toro a mitad de la suerte el torero debe girar sobre los pitones del toro, hasta quedarse primero de espaldas y después, al concluir el giro, totalmente de frente para poder ligar la siguiente”.

“Los brazos no deben colocarse abajo --añadía--, sino que en nuestra familiar interpretación éstos deben llevarse a la altura del hombro. Si hacemos un esfuerzo de imaginación y quitamos el toro y el capote, vemos que el torero en su postura parece que está bailando una sevillana”.

Para matizar a continuación, que su padre “no es que levantase las manos porque la suerte no estuviera perfeccionada, sino que la ejecutaba así porque de esta manera llevaba más toreado al toro. De la otra forma, con las manos bajas, no se le lleva toreado, sino que se le pega un cambio. Pasa porque le han cambiado, no porque le hayan toreado”.


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