La TIERRA DEL GRAJO
de
José Antonio Martínez Climent
Editorial Verbum / 2015
De toros, tierras, caminos y personas
Vivimos en una época en la que el hombre se ha vuelto susceptible hasta la hipocondría, temeroso de todo lo que pueda suponer un peligro, medroso hasta la obsesión, e incapaz de soportar la visión de otra persona arrostrando la muerte por decisión propia. Vivimos en una época en la que la individualidad de pensamiento, de obra y hasta de omisión se consideran poco menos que enfermedades del alma. Y sobre todo vivimos en un tiempo en el que los medrosos, los hipocondríacos, los que no saben vivir si no es mostrando sus marcas de clase exhiben su fuerza (derivada del número) con la brutalidad propia del número, al que se confunde con la moral. O quizá sea que, efectivamente, la moral no sea más que el número.
Los animales no quedan exentos de la necesidad imperante de ser protegidos en todo momento y en todo lugar (con esa intensidad propia del enfermo de los nervios de antaño, que tantas comedias y tragedias han ridiculizado unos cuantos siglos de literatura). La necesidad de superioridad moral que padecen la mayoría de las personas en la actualidad (plaga que azota al planeta entero) encuentra otra vía más de expansión y conquista en la transformación de todo animal, tanto más cuanto más salvaje fuera, en mascota. Cabría preguntarse qué carencias son la que provocan un hambre tan desmedida, pero la respuesta sería múltiple y demasiado cruda. Sea como fuere, y mediante la brutalidad propia del demos, el movimiento de transubstanciación de los animales en meros objetos del hambre de superioridad moral (que interesadamente se confunde con la compasión) gana terreno, también porque no encuentra enfrente otra fuerza de igual potencia pero de signo opuesto. Cuando es la fuerza bruta (la fuerza demoscópica, la fuerza del hambre y de la sed de ser a toda costa y a cualquier precio) la que impulsa un movimiento, como es el caso de dicha transubstanciación, de poco vale el raciocinio si no es bajo la forma de la astucia.
Arte y Miedo son sinónimos. Y no sólo para el Conde de la Maza, si no para todos los escritores de comedias y de tragedias que en el mundo han sido, para pintores atormentados, para escultores de tormentos y, en suma, para aquellos que han sentido la belleza hasta su punto álgido. Álgido, (R. A. E): “Muy frío”, es decir, estático, doloroso, lugar de la máxima concentración de sentido precisamente por la posibilidad de la contemplación de todos los elementos y sus asociaciones en virtud de la inmovilidad. Y el toro es (y ya sólo por ser por sí mismo resulta intolerable a la horda famélica) una de las últimas figuras recipiendarias de esa identidad entre belleza y pánico, entre arte y dolor. El toro es (con toda la inconmensurable potencia de ese verbo) mito.
Yo soy biólogo. Mejor dicho, abandoné la carrera a falta de tres asignaturas para completarla porque aquello no era lo que yo esperaba que fuera. En cuanto que naturalista (estrato superior de la biología cuyo significado está hoy corrompido y rebajado) se espera de mi que sea un materialista desvergonzado, y que apuntale toda aquella cadena de relaciones utilitarias que la ecología, de manera tan insufriblemente deslucida, pone en valor para imponer sus postulados. Ya cometí ese error durante muchos años, y no lo voy a cometer de nuevo. Lo que hay en el toro de simple material evolutivo salta a la vista y carece de otro interés que no sea el económico. Me quedo ya para siempre con su potencia mítica, y también con la del hombre que se pone frente a él para matarlo.
La Tierra del Grajo es la tierra del toro. En esta mi primera (y Dios sabe si última) novela, la tierra y quienes saben no superponerse a ella y a sus figuras (ya sean míticas o simples materiales biológicos) viven ese siempre penúltimo periodo de sosegado esplendor finsecular propio de tanta literatura. Y el toro es una de las figuras que dan sustento mítico a la tierra. Verán a La Tierra del Grajo presentada en más de una ocasión como una novela de viajes, y no se equivocará quien así lo haga. Lo importante es sobre qué tierra se viaja, y de qué manera. Yo me he ido por la vía opuesta a la que imponen estos tiempos. Allí hay más frescor en las umbrías, más resol en los patios, más soledad en las montañas, acaso un rebaño de cabras en un camino o un hato de toros entre las encinas, mejores modales con los que conducirse y menos hambre de imponerle al prójimo una redención que no desea recibir. Quizá quiera usted ofrecerme el placer de su compañía por algún tramo del camino.
Otros datos de la novela:
La TIERRA DEL GRAJO.
Editorial Verbum
2015
ISBN 978-84-9074-157-3
José Antonio Martínez Climent En San Vicente del Raspeig (Alicante) a 5 del abril de 2015
Dice usted, a mi parecer, verdades como puños. Si la moral fuese cuestión de número, estaríamos perdidos, todo sería un abuso de los números, de la estadística, y del azar. Si quiere yo le acompaño un trozo del camino.
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