Desgraciada presentación y despedida de tres novilleros con futuro
J.A. del Moral · 10/05/2016
Madrid. Plaza de Las Ventas. Lunes 9 de mayo de 2016. Cuarta de feria. Tarde medio nublada, fresca y amenazante de lluvia apenas presente en los principios del festejo con media entrada muy repartida.
Cinco novillos de El Parralejo, presentados en variedad de tipos, cornamenta y de pelaje. En su mayoría dieron juego muy deslucido por su extrema debilidad y falta de casta. Por devolución del inválido tercero, se corrió un sobrero de José Vázquez tan falto de fuerza como casi todos los lidiados. EL único que se salvó de la quema fue el en principio muy manso cuarto que resultó más enterizo y noble en la muleta.
Álvaro Lorenzo (gris ceniza y plata): Dos pinchazos y estocada, silencio. Estocada muy trasera, petición de oreja y aclamada vuelta al ruedo con los del 7 a la contra.
Ginés Marín (celeste y oro): Media estocada tendida caída, silencio. Media estocada tendida, silencio.
Varea (marino y oro): Media estocada y descabello, silencio. Pinchazo y estocada, silencio.
En la brega destacó Javier Ambel. Y en banderillas Fini e Iván García.
Está lloviendo demasiado en Madrid. Hacían años que no diluviaba tanto sobre Las Ventas precisamente en mayo. Que uno recuerde, desde la temporada de 1971. Me da algo al comprobar que de esto hace nada menos que 45 años.
Y parece que fue ayer. Mi vida ha sido y sigue siendo tan larga a la vez que intensa que parece cortísima. Se acumulan tantas vivencias, tantos viajes, tantos acontecimientos, tantas penas y tantísimas alegrías consecutivas que solo me cabe dar gracias a Dios por la ventura que me ha regalado.
Pero vayamos con algunos recuerdos de la muy mojada feria de San Isidro de aquel 1971. La arena de Las Ventas estaba que daba asco. Una tarde tras otra teniendo que ser arreglado el piso, terminó por parecer impracticable y, desde luego, peligroso. Se lo comenté a mi amigo Antonio Ordoñez antes de que actuase en su primera corrida de aquella feria y, como siempre hacía, tomó nota. Era muy cuidadoso en todos los detalles que podrían afectar a sus actuaciones importantes. Y en las de Madrid, muchísimo. Llegaba hasta calcular previamente cuánto tiempo tardaría en llegar a la plaza desde el hotel porque le gustaba la exactitud. Ese año había cambiado de sitio donde vestirse para evitar las visitas inoportunas que siempre le molestaron: “Si no saben en donde me visto, estaré más tranquilo”.
Me pidió que le acompañara en su coche para medir los minutos y lo hicimos días antes del comienzo de la feria y a la misma hora anterior al señalado inicio del festejo. Una vez comprobada la medida horaria, quedamos para vernos en la mañana del día señalado.
Y como empezó a llover a diario, en plena celebración de la feria y le llamé por teléfono para advertirle del pésimo estado del ruedo. Llegada la tarde en que actuó, al ocupar mi localidad me llamó poderosamente la atención el extraordinario aspecto que tenía el ruedo. Cual alfombra persa. Nunca había visto algo más perfecto en Las Ventas. Pero seguía lloviendo. Una especie de sirimiri incesante. Esa tarde actuó con Paco Camino y un nuevo diestro colombiano, no recuerdo quien exactamente. Los toros fueron del Duque de Pinohermoso. Antonio cortó una oreja del primer toro y los otros dos ninguna. Cuando salió el cuarto, la lluvia arreció y cuantos llenaban la plaza abrieron sus paraguas. No podían aplaudir. Esta circunstancia influyó en Ordoñez porque, al apostar fuerte para que el toro le tomara la muleta, no halló el eco del tendido y dio otro paso más al frente cruzándose en el cite más allá del pitón contrario. Estaba entre las rayas y la barrera, el toro por fuera y Antonio por dentro. Al iniciar el muletazo, el toro se fue derecho como un disparo al cuerpo del maestro y le propinó una terrible cogida de la que resultó totalmente conmocionado. Rápidamente se lo llevaron a la enfermería y yo acudí de inmediato a la misma. Me dejaron entrar porque los médicos me conocían y sabían de mi gran amistad con el rondeño. Le vi inerte en la camilla de operaciones. Completamente desnudo y aun sin conocimiento. Le estaban pinchando las plantas de los pies para ver si los nervios reaccionaban y no la hubo. Temí lo peor. Pero afortunadamente, el percance quedó en una fuerte lesión de las vertebras cervicales. Tuvo que llevar colocado un collarín en el cuello hasta que, un mes más tarde, reapareció en Palma de Mallorca y con éxito. Lo que nadie, ni siquiera el propio Ordóñez, sabíamos fue que la lluviosa tarde del fatal accidente iba a ser su última en Madrid ni que, llegado agosto, decidiera retirarse del toreo al final de una corrida de Pablo Romero en la plaza de El Chofre de San Sebastián…
Ayer mañana continuó lloviendo en Madrid mientras asistimos a la presentación de la corrida en solitario que va a matar Enrique Ponce en la plaza francesa de Istres como colofón de su feria. Bernard Marsella se ocupa de organizarlo todo y la verdad es que ha conseguido situar este ciclo entre los más prestigiosos del país galo. Cada año un acontecimiento. Y en este, la gran gala poncista en el último festejo ferial que será amenizado por músicas selectas de sinfónica armonía como ya ocurrió la temporada pasada en Nimes y en Mont de Marsan con dos corridas de inolvidable recuerdo por su soberbia y fantástica combinación del arte del toreo y del arte musical cual espectáculo a la vez taurino y operístico del altísimos vuelos.
El acto se celebró en el lujoso restaurante del Club Allard y cuantos asistimos celebramos la buena nueva del maestro y comentamos lo esperanzados que andábamos con la novillada que íbamos a ver en Las Ventas. Ganado con garantías para tres de las más grandes promesas de la actualidad que iban a presentarse y a despedirse en Madrid de cara a sus inminentes alternativas en Nimes. El toledano Álvaro Lorenzo, el extremeño Ginés Marín y el castellonense Varea.
El éxito parecía asegurado y, además, por la tarde empezó dejar de llover al fin aunque en el inicio del festejo cayeron dos breves rachitas de lluvia hasta que apareció el sol.
Pero con lo que nadie contaba era con los manes del destino. Fatal circunstancia que, por el pésimo juego de los novillos y por el increíble por inclemente comportamiento de los sectores contestatarios de Las Ventas y los del tendido 7 como directores de orquesta, dieron al traste con el tan esperado acontecimiento.
Digamos para empezar que, independientemente de la extrema debilidad de la mayoría de los novillos – solo se salvó el cuarto que fue el único que llegó con suficiente fuerza a la muleta -, el preconcebido mal estar a la contra de los novilleros por parte de los malditos abonados del tendido 7 y adláteres, además de resultar incomprensible dada la tierna edad de los actuantes, determinó el fatal ambiente con el que se encontraron los muchachos. Como si ya fueran figuras consagradas, les exigieron lo imposible porque, más de lo que intentaron agradar en un derroche de ganas y de voluntad, fue literalmente imposible. No fue por tanto de recibo la saña y la sinrazón de tratarles cual pésimos toreros. Aunque, si así les trataron, fue por saberles capaces de llegar a ser grandes en la profesión. Ya es de rigor en Las Ventas que a los mejores se les mortifica y a los peores les salvan. Un dislate desgraciadamente instalado en la llamada primera plaza del mundo.
Y entre el mal juego del ganado y la feroz enemiga de los sempiternos reventadores, todo se fue al garete. Incluso la excelente actuación de Álvaro Lorenzo frente al cuarto novillo.
Este animal fue muy manso en los primeros tercios. Suelto de salida y en varas además de difícil en banderillas – los peones dieron un mitin al intentar parear -, llegó con nobleza a la muleta dando la oportunidad a Lorenzo de mostrarse tal cual es: Un torero no solo valiente. Un torero capaz y resuelto. Un torero que maneja los engaños con fácil donosura y con un estilo neoclásico a la par que fresco y tan templado como hondo. Por pasarse de metraje en tan buena faena y extralimitarse en cercanías para finalizar el trasteo, resultó espectacularmente cogido, afortunadamente sin más consecuencias que la paliza, siguiendo Álvaro ante el novillo como si nada le hubiera ocurrido hasta matarlo de un espadazo que dio fin y muerte algo tardía del animal. La mayoría de los espectadores pidieron la concesión de una oreja salvo los eternamente protestantes, razón o sinrazón para que la presidencia no accediera a dar el trofeo. Robo que se tradujo en una aclamada vuelta al ruedo que Álvaro Lorenzo dio con total merecimiento pese a los turbios y maledicentes intentos de frustrarla por parte de la gentuza que trata de mandar en Las Ventas como si fueran la única autoridad. Autoridad maligna que habría que hacerla desparecer de una vez por todas.
Por lo demás, decir que, a lo largo del frustrado espectáculo, los tres espadas dieron algunas pruebas de su buen hacer con los engaños en los escasos momentos que sus oponentes les permitieron expresarse con las maneras que les caracterizan. No cabe pues en esta crónica entrar en detalles que la harían tan ingrata como ilegible.
Ya hemos escrito sobre las virtudes de Álvaro Lorenzo. Hagámoslo como simple apunte sobre la singular finura de Ginés Marín, y del empaque, sobre todo con el capote, que en Varea es tan natural como propio. Les deseamos que olviden lo ocurrido en Madrid y que tengan más suerte en sus respectivos doctorados.
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