El arranque del espectáculo con los tres hermanos midiéndose por siguiriyas fue ya impactante: un paso a tres sui generis, por cuanto sus artífices persiguen una coordinación de movimientos más sutil que formal entre los tres bailaores. Y es que todo lo que, en el flamenco, busque o contribuya a la disolución coreográfica del sello y la personalidad individuales o tribales… malo.
“Tr3s Flamenco”
Coincidiendo con el contrato firmado en exclusiva con IMG Artists y CAMI Music y en pleno corazón flamenco de Madrid -en el Nuevo Apolo, a dos señales de humo de la Plaza de Santa Ana y tiro de flecha de Casa Patas– han presentado los Farrucos su nuevo espectáculo, con el que han colgado durante los cuatro días el cartel de “No hay billetes”: Tres Flamenco (o Tr3s Flamenco, si respetamos la grafía del diseño).
Fiel hasta la médula al estilo de la casa, de ningún modo podía defraudar su nueva propuesta a cuantos azotados por el frío se agolpaban el sábado, noche que fuimos nosotros, ante la taquilla del teatro. Y es que el acento flamenco no puede nacer y surgir sino del talante flamenco. Los Farrucos ensayarán mucho a su manera. O no. Lo ignoro. Pero lo suyo, su gran valor y la gran baza de su apuesta es precisamente aquello que no enseñan las horas de preparación y estudio. Se podría aplicar a su baile lo dicho en su día por Raimon Panikkar a propósito de los conferenciantes: “No hay”, comentaba, “que preparar el discurso, sino al orador. Yo no preparo los textos para leerlos en público, sino que me preparo a mí mismo en cada momento de mi vida para ser capaz de hablar”.
Ser flamenco es una cultura y una forma de ir por el mundo, y por eso me gustan los andares de Farruquito, así los bailaores como los cotidianos, denotadores de una honda satisfacción con la propia idiosincrasia ajena a tópicos y banderolas y que le convierten en una referencia más que meramente artística para el pueblo gitano. Pero, si nos centramos en su baile, está claro que Farruquito está marcando tendencia y que es el espejo en el que no hay un sólo bailaor actual -ni el más personal de todos- que no se mire de vez en cuando. Dicen compañeros suyos de generación como Kelian Jiménez o Isaac de los Reyes que Farruquito es una pantera, y lo cierto es que no sólo se desenvuelve sobre las tablas con la distinción que ésta por la jungla, sino que también -lo que decíamos- pasea por la vida con su aristocrática y felina elegancia.
El arranque del espectáculo con los tres hermanos midiéndose por siguiriyas fue ya impactante: un paso a tres sui generis, por cuanto sus artífices persiguen una coordinación de movimientos más sutil que formal entre los tres bailaores. Y es que todo lo que, en el flamenco, busque o contribuya a la disolución coreográfica del sello y la personalidad individuales o tribales… malo. Precedió este primer número a un hermoso diálogo por zambra, nana y Levante entre la flauta de Juan Parrilla -artistazo a quien hacía tiempo no escuchábamos- y el chelo de Tomás, suscitadores entre caracoleos y lamentos de un pasaje sembrado de singular magia. Vino luego el baile por tangos de ese Farru que danza siempre con bravura y casta y haciendo gala de la firmeza del árbol, y la bulería de Carpeta, un bailaor con inspiración y solera que dice mucho incluso haciendo en apariencia muy poco, flamenquísimo así en los amagos como en los remates. Emocionó después la farruca del hermano mayor, aliñada con recursos toreros y que, cuando esté más rodada, creo que será incorporada a ese sitio de privilegio ocupado por farrucas arquetípicas como las de Juan El Pelao, Manolete o Güito.
En la caña, Farruquito consumó logros sensacionales en lo que al compás se refiere y fascinó con su elegancia por soleá, palo por el que los tres hermanos evocaron de modo notorio y brillante la figura de Farruco, presente de algún modo en la sombra silueteada de cada uno de ellos sobre las tablas. Está muy bien hilado este espectáculo, que en justicia debería salir de gira por muchos países y a propósito del cual debemos añadir que cada día nos gusta más el cante de Pepe de Pura, que alterna el desgarro salvaje con remansos de dulzura, virtudes que patentizó en especial en la caña y la granaína. La Farruca se incorporó al cuadro final, en una breve aparición con su garra de siempre, en este montaje en el que sonaron con valentía los ecos de María Vizárraga, Antonio Villar y María Mezcle, así como las guitarras de José Gálvez y Raúl Vicenti y la percusión de Polito, casi todos ellos habituales en la compañía.
El idilio entre los Farrucos y el público, pues, pervive. Y razones, como hemos dicho, hay para ello.
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