miércoles, 16 de mayo de 2018

San Isidro'18. VII de Feria. Ureña en su laberintom / por José Ramón Márquez


Chenel y Atrevido, de Osborne
15 de Mayo de 1966


 Ureña en su laberinto

Tal día como hoy, día de San Isidro de 1920, hace noventa y ocho años, el rey de los toreros estoqueó su último toro en Madrid, Cacharrero, berrendo en negro, de la ganadería de Salas, que había sustituido a uno de Carmen de Federico. Su funesto hado le esperaba fatalmente en Talavera de la Reina al día siguiente, y hacia allí partió con el recuerdo de la almohadilla que, lanzada desde el tendido, le golpeó en el brazo y con la crónica de Gregorio Corrochano, publicada el mismo día 16 en el ABC: “Habéis estao fatales”. En la que fue su última corrida en la Plaza Vieja alternó, a plaza llena, con Belmonte e Ignacio Sánchez Mejías. Hoy, casi cien años después, la Plaza no se acabó de llenar para la corrida del día del Patrón para la que los empresarios contrataron a El Fandi, Paco Ureña y López Simón, con toros de El Puerto de San Lorenzo, los míticos lisarnasios del Puerto de la Calderilla, para hacer bueno el refrán:

Por san Isidro o por San Nicasio
Que no falte el lisarnasio

Cacharrero, del Marqués de Salas
15 de Mayo de 1920

Y vive Dios que no faltó el lisarnasio, que con sus blandenguerías, sus lenguas afuera, sus trompazos como de la época del slapstickcinematográfico, de cuando Mack Sennett y los Keystone cops, animaron el cotarro, pues entre el aluvión de público de nueva planta que se ve en Las Ventas hay muchos que nunca habían visto a un toro dar una perfecta vuelta de campana con deslome y mucho menos dos, aunque la segunda fuese más imperfecta, como le pasó al sexto, Caraseria, número 63.

Los toros frailunos, de los que siempre esperamos que algún gen recesivo nos los transforme en aquellos tan inciertos de los años ochenta, volvieron a presentar su cara amable y cabe destacar al segundo de la tarde, Cuba II, número 151, que aunque no fue un dechado de bravura en sus tratos con los jacos enfaldillados, sí podemos decir que fue un regalo que los ganaderos le pusieron a Paco Ureña para el último tercio, un toro con una franca y vibrante embestida desde la media distancia y con una extraordinaria entrega, un toro de mucho peso que será un lastre para Ureña cuando lo recuerde. El resto del ganado tampoco puede decirse que se esmerase en la cosa del caballo, que se ve que los Fraile no se vuelven locos por el primer tercio, y hubo incluso un toro que en su entrada al penco estaba tumbado como la figurita de la vaca que se pone en los Belenes, mientras desde arriba le rajaban la piel. Poca leche con los pencos, la verdad, y al menos resaltemos que Tito Sandoval salvó el honor de la caballería guateada con una buena vara, honor que Vicente González se había encargado de dejar por los suelos con su deprimente actuación.

Con El Fandi, que es torero muy poco embustero en sus intenciones, se pusieron a sacar pecho de aficionados exigentes los de siempre. Es Fandi un torero que indudablemente tiene su público, que da su espectáculo, que está atentísimo como director de la lidia y que algunas veces pone un par notable como el segundo par que le puso a su segundo toro, Mariposino, número 89, un cuarteo marcha atrás en que clavó en la cara, y otras veces se atraca de velocidad y pone pares a cabeza pasada e incluso resuelve tomando el olivo, como le pasó en el primer par a ese mismo toro. En cualquier caso, Fandi no tiene al peonaje como aparcacoches de restaurante poniéndole el toro aquí o allá, como hace Escribano sin ir más lejos, siendo él mismo quien se ocupa de fijar al toro y, muchas veces, de pararle tras el par. La verdad es que es torero que no pone mentira en su planteamiento festivo y amable y, desde luego, no anda transido de arte ni de expresión, ni de cualquiera de esas cosas que a la mínima te colocan con cualquier torerito de los muchos que andan por ahí a ver qué cae. Fandi torea mucho porque hay muchas ferias y siempre habrá sitio para alguien que pone en el ruedo alegría y buen rollito. Ése es el mismo nicho de mercado que llevará, probablemente, a que Román gane dinero con esto de los toros.

Paco Ureña en su laberinto, podríamos haber titulado. Hoy, vayamos a lo negro, no estuvo mal del todo, ni estuvo bien del todo. Le tocó Cuba II, el toro de la corrida y probablemente el de muchas corridas. Que te toque esa máquina de embestir, con esa manera hermosa de embestir y que se te vaya el triunfo grande que necesitas es, más que una fatalidad, una desgracia. Principió Ureña su trasteo de manera muy auténtica en los medios, citando y aguantando con entereza la carrera del toro en un recibimiento muy torero y luego volvió a dar distancia a Cuba II, con la muleta en la cadera, provocando la carrera del toro desde unos diez o doce metros y, al entrar en jurisdicción, le vació el derechazo, cambiando la muleta de mano por detrás para dar un natural y luego otros cinco más, bien asentado y ofreciendo el medio pecho para rematar la tanda en un exagerado pase de pecho y uno del desprecio. 
A continuación da otra buena serie basada también en los naturales y la cosa no prosigue de igual manera en la mano derecha. Adolece la faena de colocación en los inicios de las series, donde por tres veces el toro se le arranca en distancia antes de que Ureña haya formalizado el cite que él desea más en corto; unas veces soluciona y otras no, pero la faena se va despeñando a menos sin que las condiciones del toro sean aprovechadas de manera óptima por el matador, que va desgranando su lidia con forma de dientes de sierra, ofreciendo momentos de buen son y otros de mala pata. Además se empeña en poner posturas muy forzadas, feas y nada naturales, que un día habrá que hablar largo y tendido sobre la añorada naturalidad en el toreo, de las que ahora viene al pensamiento la espantosa media verónica con que había rematado su quite al primero de la tarde. 
La cosa es que tanto por la predisposición ureñera de la Plaza como por las condiciones del toro, el murciano debería haberle cortado a este toro las dos orejas sí o sí, si queremos ser alguien en esto, y sin embargo el resultado fue que la orejilla que le habrían pedido, si hubiese clavado el estoque entero en cualquier parte del toro, se le fue por el desagüe a causa de todas las veces que se tiró a matar quedándose en la cara, saliéndose de la suerte y sin herir. 

Su segundo, Malvarrosa, número 68, no tenía unas condiciones tan claras como el primero. Hizo una pobre pelea en varas y no dijo nada en banderillas y llegó al último tercio un poco aplomado, que le costaba echarse a andar, pero una vez en marcha se tragaba los muletazos. Ahí desgranó de nuevo Ureña su tauromaquia para este 2018, con los mismos altibajos que se dijeron antes, que no llegaba nunca a aparecer el muletazo que te levanta del asiento, por más que a veces parecía que podía ser, y en una misma serie alternaba lo correcto y lo que no. La faena es a más porque el final de la misma está compuesto por unos naturales de buen trazo, pero sinceramente no es faena como para hacerte partidario del torero. Sacó raza Ureña en lo de la antaño conocida como “suerte suprema”, con la que quiso amarrar su triunfo lanzándose hacia el toro y atacándole con todo el cuerpo, y el bicho que no humilla para seguir la muleta, trompica al matador con un fuerte porrazo, afortunadamente sin otras consecuencias. La estocada queda algo traserilla y el toro tarda un poco en caer, pero entre lo del revolcón/oreja al esportón, los altibajos de la faena y que se puso a darle palmas al toro mientras moría, como si en vez de en una Plaza de Toros estuviésemos en un tablao, flamearon los pañuelos y don Rafael Ruiz de Medina Quevedo, cabello y bigote color caoba, sacó el pedazo de sábana que vuelve loquitos a los de la TV, porque valida todos los embustes que han ido diciendo durante la lidia. Muy magra cosecha la de Ureña, a cuyo lado este año está Juan Diego, en relación a lo que debería haber sido su tarde, y muy mal el presagio de que siendo un torero interesante y con cosas que decir lo están llevando al lado oscuro, a la Estrella de la Muerte donde clonan y adocenan a los toreros, quitándoles el alma y haciéndoles de serie: stormtroopers bullfighters.

Y luego López Simón, que le regalaron tres puertas grandes en 2015, que yo estuve en las tres y doy fe, y que ahora anda por la Plaza como el fantasma aquél que se le aparecía a Macbeth, con Curro Vázquez a su vera a ver qué se puede hacer. Lo primero que se debe constatar es que López Simón ha ganado en solemnidad, que eso debe ser la moda de la temporada 2018, porque el otro día tuvimos a José Garrido en clave de solemnidad y hoy nos viene López Simón en ese registro y ya estamos con la mosca tras de la oreja. No hay argumentos de peso que reseñar en sus dos trasteos. En el primero le jalearon los pases que se daba el toro solo, esos pases que no son ligados sino empalmados y que mantienen al animal en movimiento, tan necesario para las retransmisiones de la TV. Finalizó con las canónicas manoletinas (¿o eran bernardinas?... qué más da). Su segunda efusión de solemnidad fue recibida con un silencio absoluto, roto sólo por gritos de ¡Viva España!, pero oles no se oyó ninguno.

Llevamos una gran feria de terceros y hoy Jesús Arruga dejó un excelente par en un cuarteo en corto en el que clavó en la cara al tercero de la tarde por el pitón izquierdo.

El Iva del Santo

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