martes, 5 de junio de 2018

San Isidro'18. XXII de Feria. ¡Viva Saltillo! / por José Ramón Márquez


6 Toros de Saltillo
Asturdero, Vibillo, Galguito, Consejote II, Cazarrata, Saladora


Para los que andan con el chunda-chunda de la Cultura, de la haute-culture, de las Industrias Culturales, la corrida de Saltillo era de lo menos apreciable, pues su incertidumbre, su peligro, su desconfianza innata, su manía de enterarse de todo lo que pasaba en la Plaza, era lo más alejado que concebirse pueda de esas bolitas redondeadas a base de pienso que suelen salir como toros en las Plazas para que unos señorines publicitados como “grandes figuras” se líen a hacer mohínes, a pegar barbillazos al esternón, a hacer posturas estrafalarias y a ponerse chulos con unos animales que ya salieron vencidos desde el mismo momento en que fueron paridos. 


Después de la larga travesía del desierto de la repetición, de ese tedioso día a día entre Núñez y Domecq, entre Domecq y Núñez, toma otra cucharada, Julito, que es por tu bien, llevamos dos días que parece mentira, porque si ayer fueron los Miura los que dejaron el sello de su personalidad, hoy han sido los Saltillo los que se han venido a Las Ventas con su saco de imprevisibilidad, de susto y de emoción para que los cuatro gatos que estábamos en la Plaza nos pegásemos un atracón de toro de lidia, ahítos como estamos de tanto toro de granja, toro de Starlux. A saber la pega que les pondrán a los Saltillo de Moreno Silva, que al parecer andan con que si los Miura del domingo eran chicos, que si son grandes porque son grandes y si son chicos porque son chicos, el caso es no dar tregua, y hoy de los de Saltillo el más chico estaba en 44 arrobas, pero el gachó tenía un trapío -lo que es el trapío de verdad, que es parecerse a su estirpe- que lo podían haber llevado de top-model a la Facultad de Veterinaria para explicar el toro de Saltillo sin dar más vueltas, en el improbable caso de que Galguito, número 60, se hubiese dejado, cosa harto improbable.

Para los que andan con el chunda-chunda de la Cultura, de la haute-culture, de las Industrias Culturales, la corrida de Saltillo era de lo menos apreciable, pues su incertidumbre, su peligro, su desconfianza innata, su manía de enterarse de todo lo que pasaba en la Plaza, era lo más alejado que concebirse pueda de esas bolitas redondeadas a base de pienso que suelen salir como toros en las Plazas para que unos señorines publicitados como “grandes figuras” se líen a hacer mohínes, a pegar barbillazos al esternón, a hacer posturas estrafalarias y a ponerse chulos con unos animales que ya salieron vencidos desde el mismo momento en que fueron paridos. Si sería poco cultural la corrida de Saltillo que el segundo de la tarde se llamaba Vibillo (sic), número 57, que a los Saltillo les da lo mismo una bilabial oclusiva que una labiodental fricativa, porque la gramática la marcan ellos con sus embestidas, sus parones, sus miradas y su seriedad, y a cualquiera que tenga arrestos para ir a ponerles los signos de puntuación o a corregirles la ortografía, ahí le están esperando.

Ni que decir tiene que hoy, lo mismo que ayer, nos devanábamos los sesos intentando entender cómo es que un torero de tanta importancia y poder como el Curro de San Blas, King of Seville, no se ha avenido con la empresa para vérselas con la de Saltillo y tapar las bocas a todos los que creen que eso del poderío es un invento de cuatro revistosos del puchero, y que si le sale un toro al que de verdad hay que poder, todo el mundo se daría cuenta de una manera perfecta de que ese King, como el del cuento, va en pelota picada, corito, como su madre le echó al mundo. También hoy, como ayer, nos dimos el alegrón de no tener que soportar ese aluvión de invenciones del Llapisera que día a día se nos colocan como toreo serio: es que no hubo ni un solo intento de dar un pase por la espalda, ni media bernardina, ni manoletina, ni el pase cambiado, ni las rocarreyeces, ni siquiera lo de las chicuelinas, que no estaba el horno para esos bollos que con tanto contento para las gentes se cuecen en los hornos de los toros bobos, sin sentido ni inteligencia y que sirven como suprema demostración de lo poquísimo que el astado se hace respetar. Hoy, para hacer alguna de aquellas bufonadas había, simplemente, que estar loco. Y como prueba de que la tarde era para estar con el ojo avizor y sin fiarse de nadie ahí está la manera en que Consejote II, número 31, cortó verticalmente el capote de Octavio Chacón como si en el pitón llevase un cúter, dividiendo de manera perfecta el capote en dos, sin que nadie de los espectadores ni el propio torero se diesen cuenta de la precisión quirúrgica del toro hasta que el trabajo estuvo finalizado. Y más cosas, que la tarde fue un continuo de cosas por el ruedo, banderillas, más banderillas, una vara de picador, una muleta, más banderillas, otra muleta, las zapatillas de un peón, más banderillas, otro capote, una almohadilla lanzada para hacer un quite, un estoque, otro estoque, otro capote… aquello era un no parar de cosas por el piso de Plaza y un no parar de sustos, de toreros corriendo, huyendo a la desesperada, de peones al callejón de cabeza o entrando de manera apuradísima por la tronera del burladero, que la percepción del peligro era neta y de tonterías, las justas.

El fondo de lo que Saltillo ha traído a Madrid es, evidentemente, manso, y no vamos a reiterar la predilección que sentimos por los toros mansos si a esa condición adjuntan, además, las de casta o fiereza o inteligencia, juntas o por separado, que es la ecuación que sirve para poner a cavilar a los toreros, para demostrar que su oficio, revestido de oros, no es algo que esté al alcance de un oficinista que cada mañana pasa una tarjetita para fichar en su oficina, ni tampoco de un oficinista que en sus ratos libres se va a pegar cuatro mantazos a unas vacas al campo. La seriedad de los Saltillo estaba en su apariencia, en su mirada, en su comportamiento totalmente imprevisible: a eso es a lo que había que sobreponerse estando en el ruedo, que hoy nadie se habría cambiado por ninguno de los de oro ni por los de plata.

De la cosa equina más vale casi ni hablar, que la masacre que se practicó hoy sobre la musculatura de los toros alcanzó características de castigo bíblico. Hay que resaltar, no obstante, la generosidad de Octavio Chacón, que estuvo torerísimo toda la tarde, luciendo a su primero, Asturdero, número 4, al ponerle por tres veces de largo al caballo que montaba Santiago Pérez y la buena monta y ejecución de la suerte por parte de ese buen picador de toros que es Israel de Pedro.

Hasta aquí sólo hemos hablado de Octavio Chacón y ya es momento de decir que también estuvieron en Las Ventas Esaú Fernández y Sebastián Ritter.

Chacón estuvo hoy muy entero y muy torero. No se amilanó ni ante la presencia ni ante las condiciones de sus oponentes, se encargó de estar atento como director de lidia a los avatares de una tarde plena de avatares y dejó detalles que ya se ven muy poco como el de pasar por delante de la cabeza del penco de retorno a su posición, tras dejar preparado al toro para ir al caballo. Su primero, Asturdero, fue un gran toro, lo que se dice toro de lidia y no toro colaboracionista, al que Chacón bregó de manera impecable en su saludo de capa; el toro fue puesto por tres veces al caballo como antes se dijo y en el primero de los encuentros derribó con facilidad al aleluya mientras su cola, como electrizada, arreaba latigazos. Las otras dos veces se volvió a ir con alegría cuando el picador hizo las cosas medio bien y volvió a emplearse empujando con fijeza en las faldillas guateadas. Muy completo en el primer tercio. Luego, en banderillas, fue pésimamente bregado por Vicente Ruiz, que parecía querer deshacer la labor que con tanto cuidado había hecho su jefe de cuadrilla, se desplazó con soltura a por los peones. La faena de muleta la empezó Chacón doblándose toreramente por bajo y su trasteo tuvo lugar principalmente por el pitón derecho, lo de principalmente es un decir, porque cuando cogió la muleta con la izquierda el toro le pegó dos coladas de las de dejarte mudo un mes, y tardó nada y menos en volver al otro pitón. El resultado de su labor fue bueno, con buena colocación, quedándose y llevando al toro, si bien con poco quebranto, y dejando toreramente sus cambios de mano y pases de trinchera para rubricar las series. Tras una estocada de buena ejecución que resultó trasera y del numerito del puntillero, Alberto Carrero, que no se fiaba de apuntillar al toro por delante y lo levantó un par de veces, el Presidente, don Caoba, le sacó el pañuelo azul al toro para que los benhures de la mula le dieran a Asturdero la vuelta al ruedo más cutre y chapucera que se ha visto en la historia de la Plaza, tras la que Octavio Chacón saludó una fuerte ovación seguida de una vuelta al ruedo de más valor que casi todas las orejas que se han cortado en lo que va de Feria. Su segundo era un toro de 14 años, según el programa oficial, pues Consejote II, número 31 había nacido en enero del 2004 según ellos. Acaso por tan provecta edad el animal no quería saber de nada de lo de la lidia en su conjunto: salió de naja de los del penco en las tres veces que le pusieron, fue peligroso para los de las banderillas y llegó a la muleta con más interés en el bulto del que estaba detrás que en el trapo encarnado. Muy orientado y difícil. Nos quedamos con ganas de volver a ver a Chacón. Por pura justicia digamos que Vicente Ruiz le puso a ese toro un excelente tercer par pleno de torería y de riesgo y con muchas ganas de hacer las cosas bien.

Esaú Fernández dio dos lecciones de su manifiesta impotencia en sus dos oponentes, el segundo de los cuales portaba el mítico nombre de Cazarrata, número 9. Su labor, plena de desconfianza, se basó en los pases ayudados, de los cuales dio muchos. Su primero, Vibillo, portaba en su espaldar un auténtico pantano de sangre, de lo que se le pegó en varas, y en su segundo, acaso el toro más claro de la corrida para la cosa de la muleta siempre que se le llevase por el pitón izquierdo, volvió a su teoría de los ayudados. Bien es verdad que el animal ni humillaba ni se entregaba, pero, a su manera, se tragaba los pases. Con el estoque muy mal, especialmente en el segundo.

Sebastián Ritter dio su mejor cara en su primero, Galguito, número 60, otro que había regateado con viveza al caballo después de conocer la teoría del puyazo y había hecho sufrir a los de plata con los palos, que Rafael González le hizo un quite a Juan Manuel Arjona como para que le pague una buena mariscada. En la muleta el toro traía la firme promesa de la cogida, cosa que no arredró a Ritter, que aguantó a pulso un parón espeluznante, no como los de esos que se quedan en la oreja para asustar a ciertas damas y ciertos caballeros, sino lo que se dice un parón con todo el toro delante, en dos segundos agónicos. Su segundo sabía perfectamente que la tela no era lo importante sino el tío que la movía, y a buscar a ese tío dedicó sus empeños con minuciosidad, a eso y a observar a todo aquel que se movía por el callejón ignorantes de que estos toros no son como los de todos los días. Este sexto persiguió a Ritter por media plaza y cuando le tuvo en el suelo, en el 4, no le remató porque simplemente no le dio la gana. Antes se había fijado en Rafael González y le siguió por toda la Plaza, que estuviese donde estuviese le buscaba, completamente obcecado con él.

Dada la dureza de la corrida, hoy nos reservamos la relación de los que tomaron el olivo, que hay días en los que se debe practicar la indulgencia.

Los seis toros se fueron al desolladero sin que conociésemos si tenían lengua.

Los números

La herida en el rostro, un recuerdo de un Saltillo. 
San Sebastián 1942. @BeatriceMarge

El programa

Esaú Fernández (que corrió hasta en el paseíllo), 
Sebastián Ritter y Octavio Chacón

Saltilleando en la Andanada del 9

Guernica saltillano

El saludo de Cazarrata, la Leyenda

Ni botellón ni pipas

Quid est veritas?
(Pilato a Jesús)
En las paredes, el ladrillo.
Y en los toros, la casta.

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