La gran sorpresa de esta feria charra, a falta de su clausura -con el postre ecuestre del viernes- ha sido ver en La Glorieta a casi mil chavales cada tarde. De muchachos que antes les era imposible asistir a la plaza, ahora, y gracias a ese abono joven que ha sido un éxito, han visto sus puertas abiertas, porque de otra forma, con los prohibitivos precios existentes en Salamanca, sería impensable.
Es un vivero de nueva afición que se antojaba necesario para Salamanca, tan necesitada de un aire fresco. De gente que viniera atrás dispuesta a ser la infantería que, desde primera línea de fuego en la trinchera de le reivindicación, defendiese el honor del toro bravo y la verdad de esta Fiesta, tan apaleada y masacrada. Porque la gran sorpresa es que no ha sido una juventud contemplativa, que acude al tendido dejándose llevar por el colorido o contagiándose de aplausos fáciles. Ni mucho menos y ahí vimos su ejemplaridad al pitar al palco cuando don Ramón se liaba a regalar orejas a lo loco. O en el exagerado indulto del toro de Montalvo –que no era más que de vuelta al ruedo-, donde fue el sector de la plaza que más se indignó. O en muchos momentos cuando salían toros indecorosos y ellos lo recibían con la justa pitada que merecían. Al igual que aplaudir detalles que pasaban inadvertidos para el público bullanguero y esos chavales le daban le categoría que merecían.
Brindo por ellos, porque me han recordado en muchas ocasiones a aquel tendido ‘5’ de Salamanca, que durante años era el más inquieto, el más protestón, el que liava broncas al ver salir a toros afeitados o cuando se concedían orejas de saldo a las figuras. El testigo de aquel ‘5’, que pronto desapareció y trajo largos años de sequía, ha sido tomado por estos muchachos de la Juventud Taurina, un feliz descubrimiento de esta feria. Porque en ellos está el vivero del mañana.
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