Salvador Núñez, de la cuadrilla de del Pasmo de San Blas,
crea la suerte de picar a dos manos
Crónica de José Ramón Márquez
Fotos de Andrew Moore
Hay críticos que saben ver los toros,
pero hay muchos que se amparan en aforismos sin sentido
Juan Pedro Domecq Morenés
Puerta Grande del Día para De Miranda, que se llama
como el Precursor de Venezuela, único español,
por cierto, que figura en el Arco de Triunfo de París
A la atención del jefe (si lo tuviere) de Don Trinidad
Artículo 84.
1. El Presidente podrá ordenar la devolución de las reses que salgan al ruedo si
resultasen ser manifiestamente inútiles para la lidia, por padecer defectos ostensibles o adoptar conductas que impidieren el normal desarrollo de ésta.
En tales casos, elevará al Gobernador civil propuesta de incoación del expediente a fin de depurar las responsabilidades en que se hubiere podido incurrir.
2. Cuando una res se inutilizara durante su lidia y tuviera que ser apuntillada, no será
sustituida por ninguna otra.
3. Si el espada de turno denunciase que la res que le corresponde ha sido toreada, el Presidente podrá disponer la retirada de la misma y su sustitución por otra.
4. En los supuestos previstos en los apartados anteriores, cuando, transcurrido un
tiempo prudente desde la salida de los cabestros, no hubiera sido posible la vuelta de la res a los corrales, el Presidente autorizará su sacrificio en el ruedo por el puntillero y, de no resultar posible, por el espada de turno.
5. Las reses que sean devueltas a los corrales de acuerdo con lo dispuesto en los apartados anteriores serán apuntilladas en los mismos, en presencia del Delegado gubernativo.
ya tenemos ahí a Paco Ureña como demostración de lo bizcochona
que puede ser la Plaza Monumental de Madrid, con esa fama de dura que la echan
Julián pasa el platillo bajo el árbol pocho de Juampedro del que caen orejas para Ureña y Miranda
El miércoles fue el del bombo, Roca, y hoy vino el del platillo, Julián. Así es la vida: el emergente del que todo el mundo habla, el que es capaz de movilizar la ilusión de las gentes, se ve en la tesitura de entrar en el bombo de Domb, y el que está de retirada se lleva la morterada en el platillo. Podemos decir que la presencia de Julián es el perverso efecto colateral de la lesión de Ponce, con lo felices que nos las prometíamos de no tener que ver este San Isidro al Pasmo de San Blas, príncipe destronado de Sevilla desde que en Sevilla ha aparecido un torero al gusto de Sevilla. Y es que siempre llega el toro y todo lo descompone, como descompuso los ligamentos de Ponce para que al Mínimo de Velilla le cayese la lluvia dorada en forma de euros contantes al platillo. En cierto modo tenía su morbo esta presencia del Julián en Las Ventas, después del bochinche que lió el peruano el otro día, a ver cómo éste era capaz de echar a rodar su tauromaquia, basada en la observación minuciosa de las ranas, el toreo pseudo juvenil y pseudo poderoso de un hombre ya mayor, permanentemente insatisfecho con todo lo que le ha pasado, para que luego digan que no existen los milagros.
La verdad es que si hubiese empresarios como Dios manda deberían haber emparejado a Roca con Julián, pues ambos defienden una tauromaquia basada en principios muy similares, y no con Aguado como postulan por ahí, que su palo es absolutamente distinto y, como nos enseñaban en el colegio, no se pueden sumar peras con manzanas. Sin embargo Roca y Julián, como en “Tarde de Toros” (Ladislao Wajda, Chamartín, 1956) representan, en el mismo palo estético, al ambicioso torero mayor en retirada al que van abandonando los que son sus partidarios de balde y al ambicioso joven en ascenso al que todos quieren y ahí hay una tensión dramática que la cicatería del empresariado o su falta de fuerzas para imponerse en los despachos no nos van a dar.
La verdad es que se compuso un cartel extraño, poniendo a ex King of Seville junto con Paco Ureña y con el consabido joven que confirma para quitarle a Julián la cosa de romper Plaza: a tal fin ahí estaba David de Miranda vestido de blanco, que es lo que corresponde. Los toros, por tercer día consecutivo, de luto por la casta, por la bravura, por la fiereza, por la acometividad, por la pujanza, por el poder, traían la divisa blanca y encarnada del Duque de Veragua, lo cual indica que eran los purititos juampedros, de pura juampedrez o juampedritis como dice Juan Galacho. Con los toros nos vamos a entretener poco, porque el saco de escoria ganadera que ha perpetrado hoy don Juan Pedro Domecq Morenés es como para pensarse un poco si las decisiones que está tomando respecto de su vacada son las correctas. Lo primero porque, salvo el castaño que hizo cuarto, ni siquiera estaban en el tipo de Juampedro: cinco toros altos, sin remate, feos, que nada tenían que ver con las características de los llamados “toros artistas”, altos por delante, con leña por delante y con una debilidad congénita, con una claudicante actitud ante la vida que daban más asco que pena. El sexto fue el más presentable de los seis y se significó explicando a los cuatro vientos la insondable verdad de su bobería y de su disposición a acudir a los cites como un mosquito que va a una bombilla. Luego volveremos a él.
Después de la ceremonia del intercambio de trastos y de parabienes se fue David de Miranda hacia el cacho de carne con ojos y con abrigo de color castaño que le esperaba y, para su desesperación, se encontró con un semoviente muy poco moviente, pues lo más que le daban las fuerzas era para dar dos pasitos con un gran esfuerzo. El animal en el tercio de banderillas tenía una actitud agónica como la de algunos toros al final de la faena o sea que con la muleta aquello era técnicamente imposible, pues el bóvido estaba como poseído por el espíritu de los toros de Guisando, que llevan en la Venta Juradera desde la Edad del Hierro sin dar un paso. Ante esa basura cárnica se estrelló la primera ilusión de David de Miranda, que sólo necesitó de un pinchazo hondo para que el animal se echase, que es lo que deseaba hacer desde que nació.
Tras la devolución de prendas ahí tenemos al Pasmo de San Blas dispuesto a justificar ante el público madrileño su condición, cantada inmisericordemente por el agit-prop periodístico-televisivo-radiofónico, de torero poderoso. La cosa es que, una vez más, se pudo ver que Madrid es una losa sobre los hombros de Julián y que el supuesto poder no asomó por parte alguna, por lo que Julián fue componiendo una sinfonía de mantazos con los que acaso pretendía atemperar un poco los accesos de geniecillo del toro, cosa que no consiguió. Lo que sí consiguió es mandar al tendido la neta impresión de no estar nada a gusto con el buey; luego está lo del vientecillo, por si alguno quiere excusarle por ahí, pero es que él ni intentó ir a guarecerse algo del viento al 5 donde estaban los papelillos, ni echarle agua a la muleta; vamos, que no había intención. Sobre la cuadrilla que acompaña a esta “figura de época” corramos un velo de tafetán.
Ya tenemos ahí a Paco Ureña como demostración de lo bizcochona que puede ser la Plaza Monumental de Madrid, con esa fama de dura que la echan. Pues ahí estuvo una buena parte del público apoyando, ensalzando, empujando a Paco Ureña y cantándole con excelencia lo mismo lo poco que hizo bien que la cantidad de cosas que a otro no le hubiesen tolerado. Amor de madre el de Madrid con Ureña, y esperemos que no se extinga, porque falta le va a hacer a Ureña si, teniendo tan a huevo el triunfo como hoy, es capaz de salir por su propio pie de la Plaza en vez de encajado a horcajadas en el cogote sudoroso de un capitalista. Este tercero se movía algo más que los dos precedentes y Ureña, que se fue al 5 donde los papelillos, consiguió enhebrar tres espléndidos naturales y uno de pecho de puro cuajo que es lo más sobresaliente de su faena junto con una estocada de zambullón de buena colocación y efectividad.
Y ahora vuelve Julián con su vestido verde a ver qué pasa con el cuarto, el castaño que si parecía estar en tipo de juampedro. Dada la condición del toro, el picador opta por apoyar la puya sobre la espalda del bicho, considerando que ese peso ya constituye un castigo suficiente y tras el prescindible asunto de las banderillas se dispone Julián a comenzar su segunda demostración de poder cuando el animal se parte una mano y tras darle unos pases como de prueba y cerciorarse bien de que el bicho está lisiado espera a que don Trinidad, presidente de esta tarde, saque de manera completamente antirreglamentaria el pañuelo verde que ordena sustituir a este por otro. Ahí es donde realmente vemos el mando de Julián, que siempre lo del mando lo habíamos tomado en sentido más literal aplicado al toreo, pero su mando es de otra condición, como hoy se ha podido ver perfectamente.
No pasa nada, simplemente es otro paso hacia la degradación del Palco Presidencial.
A cambio del tullido salió uno de Luis Algarra, que no llevaba divisa de luto pero podía haberla llevado perfectamente por los mismos motivos que los que las llevaban, que sirvió para que por primera vez en la vida viésemos picar a dos manos, suerte creada hoy por Salvador Núñez. Antes Julián había arreado una selecta e inconcebible colección de mantazos como recibo capotero. La faena al marmolillo boyancón de Algarra se basa en la absoluta falta de colocación, en la estética del feísmo, en hacerlo todo forzado, acelerado y desprovisto de la más leve naturalidad y en la falta de temple. Lo mató al tercer julipié, ese en los medios, y los otros dos que pinchó los hizo donde pudo, retirándose a barrera con un ostensible enfado, y no es extraño.
Segundo toro de Ureña, segunda demostración de caro amor hacia él por parte de Las Ventas que en esta tarde le consiente todo. Claro que ver a Ureña después de ver a Julián es como si ahí estuviese Curro Puya, todo elegancia. Ureña de nuevo amaga sin dar el golpe, presentando algunos momentos buenos, algún estimable muletazo entre enganchones, pases frustrados y volver a empezar y, de pronto un par de naturales o un derechazo pero sin continuidad, con esa sensación de que no salen las cosas todo lo bien que se querría, sin dar sensación de faena armada, pero con la Plaza empujando al toro y a la muleta de Ureña, que desde ahí abajo se debía sentir netamente cómo Las Ventas le amparaban. La cosa finalizó con una estocada baja soltando la muleta que le sirvió para obtener una muy generosa oreja.
Y ahí estaba David de Miranda esperando su momento para poner punto final a la tarde, sin que la gente le estuviera haciendo mucho caso, cuando llevó al toro al caballo y lo dejó en suerte con una torerísima media verónica que nadie pareció ver. Tras el deplorable trabajo del picador, un quite por chicuelinas. Para iniciar su trasteo se fue a los medios a pegarle tres cambiados por la espalda y en seguida una espléndida serie por el pitón derecho de mando y mano baja, luego otra de menor intensidad y compromiso y en seguida una de naturales muy encajada. A estas horas el toro ya había cantado con suficiencia su condición de bobo de solemnidad, de máquina de embestir, lo cual hace más interesante la labor de David de Miranda, pues de sobra es sabido que a la mayoría de los toreros estos toros bobísimos se les van. De Miranda se fue convenciendo de sus capacidades y toda la faena, salvo los cambiados del principio y las innecesarias bernardas del final, la monta en un registro serio de mucha torería y de gran unidad, sin más tiempos muertos que los necesarios. Otra buena serie con la izquierda y una más con la derecha dan paso a la concesión populachera de las bernardas y a una estocada arriba desprendidilla que pone en su mano las dos orejas de Despreciado, número 58, que le subieron a hombros de un nutrido grupo de jóvenes amigos para que le sacaran hacia la calle de Alcalá, y para que en ese momento David de Miranda empatase a Puertas Grandes de Madrid con Julián.
***
Lo del pañuelo verde de don Trinidad es un grave incumplimiento, totalmente antirreglamentario, de ese buen señor del que los únicos precedentes que se recuerden se han dado en Colmenar Viejo y Linares. No cabe devolución reglamentariamente del toro que se inutiliza durante la lidia, aunque la costumbre sea tolerarlo en lances que se hayan podido dar durante el primer tercio por quebrantos que la res haya podido sufrir. Hace unos días se armó la tremolina por las dos orejas a Perera, pero esto de hoy sí que es realmente grave.
- Andrew Moore -
los toros, por tercer día consecutivo, de luto por la casta, por la bravura,
por la fiereza, por la acometividad, por la pujanza, por el poder
El Juli, de verde botella y oro
Julipié hondo y tres descabellos (silencio)
Dos julipiés y julianazo (pitos)
Sobre la cuadrilla que acompaña a esta “figura de época”
corramos un velo de tafetán
tenía su morbo esta presencia del Julián en Las Ventas,
después del bochinche que lió el peruano el otro día, a ver cómo
éste era capaz de echar a rodar su tauromaquia, basada en
la observación minuciosa de las ranas, el toreo pseudo juvenil
y pseudo poderoso de un hombre ya mayor
Paco Ureña, de malva y oro
Pinchazo y estocada (leve petición y vuelta)
Bajonazo (oreja)
ahí estuvo una buena parte del público apoyando, ensalzando,
empujando a Paco Ureña y cantándole con excelencia lo mismo
lo poco que hizo bien que la cantidad de cosas que a otro
no le hubiesen tolerado
amor de madre el de Madrid con Ureña
y esperemos que no se extinga, porque falta le va a hacer a Ureña si,
teniendo tan a huevo el triunfo como hoy, es capaz de salir por su propio pie
de la Plaza en vez de encajado a horcajadas en el cogote sudoroso
de un capitalista
¿Reparto de pantys?
David de Miranda, de blanco y oro
Pinchazo hondo (palmas)
Estocada atravesada (dos orejas) y Puerta Grande
una de naturales muy encajada
las innecesarias bernardas del final
las dos orejas de Despreciado, número 58, le subieron a hombros
de un nutrido grupo de jóvenes amigos para que le sacaran hacia
la calle de Alcalá, y para que en ese momento David de Miranda
empatase a Puertas Grandes de Madrid con Julián
[Y éste ¿a quién le ha empatao? ¡A Julián!]
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