miércoles, 11 de septiembre de 2019

JESÚS ENRIQUE COLOMBO EN TOVAR / por Fortunato González Cruz



Colombo se involucró en los festejos tovareños como si fuese el anfitrión y desplegó su encanto personal y su clase. Pero es frente al toro cuando derrocha valentía, conocimiento y arte. Valentía pura y serena, libre de alardes y desplantes. Conocimiento del toro y su comportamiento, de sus bondades y defectos,  de sus terrenos y querencias.

JESÚS ENRIQUE COLOMBO EN TOVAR

Fortunato González Cruz
Tovar es una ciudad para la cultura y el deporte como pocas en Venezuela, dada la concentración de ensayistas, poetas, artistas y héroes en diferentes deportes, y también con abolengo en el arte taurino, tanto en toreros como en criadores de toros bravos. Por esa razón la fiesta taurina no es sólo corridas, sino también conciertos, recitales de poesía, exposiciones de arte y de artesanía, todo dentro de un ambiente de cordialidad y conversaciones agradables. A estas actividades se incorpora Bailadores, el cercano pueblo de recia condición agrícola y turística.

Cuando un torero se apunta en el cartel tovareño sabe que es asunto serio, como el ganadero que acerca su encierro a los corrales del Coliseo. Jesús Enrique Colombo lo sabe y llegó a imponer su concepto del toreo y lo hizo con contundencia.  Le vio un público que tenía que saciar la sed en esta espantosa sequía taurina; también sus colegas extranjeros tanto los activos como los que vinieron cargados de antiguos triunfos como Tomás Campuzano y Alejandro Silvetti.  Ganaderos curtidos como Hugo Domingo Molina y los que están formando sus rebaños como Edgar Bravo. En fin, con la expectación de verlo otra vez, en dos tardes Jesús Enrique Colombo ofreció su lección, ahora de maestro. 


Ya en el paseíllo dejó su impronta en un reclamo cortés y respetuoso a la disciplina. Luego es el espada que está en el callejón y en el ruedo presto a atender a sus colegas, a los subalternos y acudir al instante preciso. Subió el sábado hasta los tendidos a complacer a todos los que deseaban su autógrafo, una fotografía o decirle una frase de admiración. Jesús Enrique Colombo se involucró en los festejos tovareños como si fuese el anfitrión y desplegó su encanto personal y su clase. Pero es frente al toro cuando derrocha valentía, conocimiento y arte. Valentía pura y serena, libre de alardes y desplantes. Conocimiento del toro y su comportamiento, de sus bondades y defectos,  de sus terrenos y querencias. Reconoce y respeta la Autoridad que aun cuando el público le reclamaba, con humildad recibe el premio y pasea su trofeo que ha podido ser mayor. Una lección de civismo sin sumisión, que tanta falta hace en este y en cualquier otro terreno. El arte que seduce e impone el silencio para explotar en los olés más sonoros. Y con el último toro, un hermoso ejemplar de San Antonio, deja el inolvidable sello de su nombre en capa, banderillas, pases y la histórica estocada fulminante, a toda ley, que alimentará el recuerdo de estos festejos tovareños del 2019.

Busco las palabras adecuadas para calificar la actuación del torero Jesús Enrique Colombo en Tovar y no las encuentro. Revolviendo en los principios supo  parar, mandar y templar. Eso es dominio. Y con aquellos toros difíciles, cargó la suerte con pasmosa serenidad.  Las cuatro faenas contundentes, los doce pares de banderillas impecables y las tres estocadas de leyenda. Dicho esto, quizás la palabra es “auctoritas”, del latín antiguo, la cualidad que emana del saber, del esfuerzo y del trabajo,  y de la que debería proceder la “potestas”, que es en un cierto sentido el poder del que sabe, que domina con la fuerza que emana de su valentía, de su conocimiento y del arte que despliega con carácter. 
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