martes, 5 de noviembre de 2019

Luchar contra el tabú de la Tauromaquia / por José Vega



Hay que renacer y mostrar a la sociedad que la Tauromaquia no es sólo muerte, aunque sí que está presente y es lo que la hace especial. Debemos contagiar a la sociedad de la figura de los toreros, la grandeza del toro bravo y toda la emoción que se puede sentir dentro de una plaza de toros.

Luchar contra el tabú de la Tauromaquia

José Vega
Pureza y emoción
Terminada la temporada taurina se adviene el tiempo de análisis, reflexiones y tertulias. Hay quienes son muy optimistas por los datos arrojados en plazas como Madrid, Sevilla, Santander, etc. Sin embargo, otros ven el futuro cada vez más negro debido a estadísticas como que una de las primeras figuras del toreo ha acabado la temporada con 46 corridas de toros en su haber. Preocupante, muy preocupante.

Yo, en este caso, tengo un conflicto interior que me acerca más a los "catastrofistas", pero por otra parte no quiero y me niego a ver todo como perdido. Lo que sí tengo claro, una temporada más y si me permite el lector, es que cada año que pasa la Tauromaquia está más arrinconada socialmente. Ya sabemos que las causas son distintas: el lobby animalista, el anquilosado sistema taurino, el no haber sabido adecuarse a la comunicación actual... Pero, desde hace tiempo, vengo dándole vueltas a algo que puede que también sea una de las causas principales de nuestra situación, y son las cotas tan elevadas que ha alcanzado el tabú y el rechazo a manifestaciones culturales primigenias donde está presente el riesgo, la sangre y, como parte de ellas (y muy presente), la muerte.

La Tauromaquia no escapa de ello, es más, las sectas animalistas han hecho de esto una gran utilización. La catalogan como barbarie y han puesto su punto de mira en los toreros. Me explico. Ese rechazo a la muerte, y por ende a quien se enfrenta a ella, tiene su paralelismo histórico en la marginación y exclusión social que tenían ciertos individuos en el mundo romano. Entre estos estaban la clase de los "excluidos", como los gladiadores. A este grupo de personas, además de la situación de exclusión social, se le unía el rechazo que lleva implícito el fenómeno de la muerte, obteniendo como resultado la máxima marginación que podía sufrir un individuo durante la época del alto imperio romano. Esta referencia histórica la podríamos equiparar actualmente con la situación de los toreros.

Para muchos, incentivados por consignas que rozan la esquizofrenia y adoptadas por el ecoterrorismo en su facción animalista, los toreros ejercen una "infame profesión". Esta apreciación ha calado en una parte importante de la sociedad, llegando a defenestrar a la persona por el mero hecho de ser torero. Hay mucho por hacer en cuestión de lavar la imagen. 

Hay que hacer ver que el torero tiene el derecho a ejercer su profesión con la misma dignidad que un artista, escritor, actor, arquitecto y cualquiera que tenga la capacidad de crear con su destreza. Y, más importante aún, hay que destacar la estrecha relación que llegan a tener estos profesionales con la muerte.

El "sistema" taurino, los profesionales y, en último lugar, los aficionados, hemos de ser conscientes de que debemos enseñar la Tauromaquia y convertir la cultura taurina en algo más que en un esparcimiento dominical. Hay que renacer y mostrar a la sociedad que la Tauromaquia no es sólo muerte, aunque sí que está presente y es lo que la hace especial. Me niego, a pesar de los datos, a dejar de creer en apostar por una resistencia cultural taurina que permita luchar contra la enorme brecha que se está abriendo con la sociedad. Una sociedad que debe ver la Tauromaquia como algo normal, como una manifestación cultural que gracias a Dios todavía tiene raíces primigenias y en la que todo el mundo tiene cabida, desde el alto cargo de una empresa al vendedor ambulante. Los dos pueden compartir emociones en asientos contiguos en el tendido de una plaza.

Pero tenemos que ir todos juntos. Por la parte que les toca a los profesionales, deben bajarse del pedestal social, en estos tiempos irreal, donde están endiosados; el aficionado debe pensar que de cara a la sociedad hay que tratar al torero con la mayor dignidad que su profesión nos permite; las empresas deben cuidar los detalles: el toro, la integridad, la comodidad de los espacios para acudir a una plaza de toros, sin menoscabar en ningún caso su patrimonio histórico, pero adecuarlas a los tiempos; los ganaderos tienen que buscar la casta, la bravura, el riesgo y el trapío acorde a su encaste y el coso donde se va a lidiar el ganado.

Pasará el invierno, y seguro que me quedará la esperanza de que la Tauromaquia crezca y que la sociedad se deje contagiar por la figura de los toreros, la grandeza del toro bravo y de toda la emoción que se puede sentir dentro de una plaza de toros.

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