lunes, 27 de enero de 2020

¡El Rey de los toreros! Joselito El Gallo cuando se cumple un siglo...



José Gómez Ortega, llamado por sus devotos como Joselito El Gallo, alzaría la vista hacia Bailaor, el burriciego de la Viuda de Ortega. Entonces nosotros la bajamos para siempre.

  • "No cabe, entiendo yo, orientado por el catecismo de don Gregorio Corrochano, mayor homenaje que cada día a eso de las cinco, exigir el toro con trapío, casta, yerbas y arrobas"


Joselito El Gallo cuando se cumple un siglo...

El toro, de nombre Bailaor (hijo de Canastillo, y parido en un oscuro desgarro por Bailaora), con sus menguadas arrobas y su vista remendada, daría entonces un arreón que sacudiría todos los cimientos de la tauromaquia al matar a Joselito el 16 de mayo de 1920, fecha señalada con una mancha de tinta para siempre. Pero entonces el gallismo no moriría. Todos se tendrán que aferrar a él, desesperadamente, como a un credo, volviendo sus ojos hacia José cada vez que el toreo brinde cargas iguales de decepción y asco. Sería necesario volver a lo que el famoso poeta gazatíe M. Darwish  llamó "el Nuevo pasado", esa incontenible fuerza de lo verdadero para ser más real que las cosas del tiempo presente; el Nuevo pasado es más real que este momento presente, pese a haberse extinguido, en el caso de José, hace más de un siglo

Caballero, el toro de Moreno Santamaría con el que Joselito tomaría la alternativa el 28 de septiembre de 1912, también es un ente hoy con más realidad que el obtuso tocayo cuyo único mérito hoy es el de poder sintetizar toda la sangría contemporánea que inunda a la tauromaquia con el barniz del vinagre, el vino cortado, la mala baba y la ignorancia general. Volviendo, Joselito es pues el Nuevo pasado. La gloria con la que cubrió los ruedos y el nombre de la tauromaquia, no tiene similar, y hoy se revela como insuperable. Belmonte, su único interlocutor, tendrá que sellar todo con un disparo suicida. Otra derrota de la tauromaquia sin José, que quedó huérfana, cuñada, viuda y destartalada.



La tauromaquia de Joselito El Gallo es la más perfecta cátedra de toreo que pudo resumir su época, y las pasadas, y las futuras. Un sobrenatural dominio del toro, merced al conocimiento exacto de los vericuetos de la lidia, los comportamientos, las querencias, las distancias, las alturas y los aires, ante los oponentes de todas las castas y encastes de la cabaña brava europea de entonces. Un gracioso manejo de la capa, pródiga en suertes y apariciones. Sus pares de banderillas, que como en ninguna otra época han sido lidia pura. Un soberbio toreo de poder en la muleta, que prefiguraría el toreo moderno, incluso antes que Belmonte (las gestas en redondo de José son, por lo menos, un año anteriores a las ocurrencias de Belmonte con Tallealto de Contreras). Su figura apática, la enorme distancia de su gesto con el resto de mortales, su errática espada como cierre del gesto arrogante...El todo.  Hace un mes conmemorábamos con fijación los 100 años de su épica encerrona con los siete toros de Vicente Martínez; tan solo ese festejo, a la sombra de sus 19 años de edad (la edad de un novillero de hoy), y ante los jijones de su época, es prueba suficiente para demostrar que la multitudinaria perfección de José no ha tenido competidor en el resto de la historia. Búsquese otro gesto épico similar, sellado con tanta fortuna en todos los aspectos de la lidia pura, y solo se hallará el balbuceo de la incapacidad, y la sombra renqueante de Frascuelo ante los Miuras en la plaza de la Corte.


Barrabás, el bravo jijón que hizo de tercero en el festejo de 1914, mata al jaco de una cornada que le rompe desde el brazuelo, y sale con ira hacia lo primero que se le ofrece, que no es otra cosa sino el capote de José. El toro es un huracán de fuerza y de odio, bravura neta y bruta. Entonces ocurre el acto gallista: José lo embarca con el capote a una mano, invocando a Reverte, y le recorta el terreno con el poder de conducirlo toreado desde el vuelo echado al hocico, y dejando al toro en la cadera contraria, totalmente parado, podido, lelo, roto por el intratable castigo del poder del Rey de los toreros, que sale andando con torería. Barrabás tiembla con nosotros:


Esto es el gallismo. El triunfo de la inteligencia taurómaca, válido solo porque ha sido contrastado con la fiereza del auténtico toro bravo, con romana, poder y leña. Cualquier ausencia en esta ecuación, es un adulterio de la tauromaquia, rito tremendo que conmemora el triunfo de la cultura y la humanidad por encima de las fuerzas de la naturaleza y de la muerte. De ahí que el gallismo sea una vigencia aún en el siglo XXI, cuando su pesada ausencia es más real que la tauromaquia en boga, rosario completo de hechos que se olvidan a la semana, debido a su raquítica fuerza. De ahí que debamos responder al insensato, cuando clama ante un petardo "esto es el torismo", un "esto es el gallismo", en terrible contraste con la tauromaquia posmoderna.   La devoción del también ausente Antonio Díaz  lo resume con magisterio:

 "Gallismo es reivindicar que el matador lo sea en la calle y en la plaza, admirando su orgullo y torería, aplaudiendo su honradez y santificando su chulería"(...) "No cabe, entiendo yo, orientado por el catecismo de don Gregorio Corrochano, mayor homenaje que cada día a eso de las cinco, exigir el toro con trapío, casta, yerbas y arrobas".







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