jueves, 12 de marzo de 2020

11-M: El Titadyn no engaña / por Eduardo García Serrano


La sentencia del 11-M es toda ella una falsedad consensuada 

La sentencia del 11-M establece la no participación, en ningún grado, de ETA ni de la red terrorista Al Qaeda, y culpa y condena por la comisión de los atentados sólo y nada más que a los sicarios que los perpetraron sin buscar y, por lo tanto, sin hallar a la inteligencia que los ideó, que los planificó, que les dio cobertura logística, perfil estratégico y armazón táctico.

11-M: El Titadyn no engaña

Eduardo García Serrano
El Correo de Madrid • 2020-03-12 
La sentencia del 11-M sigue resultando hoy aterradora, aún cubierta de silencio y de consenso, para las víctimas de los atentados, para el pueblo español y para cualquier ciudadano que tenga el decoro moral de pensar con independencia de criterio más allá de sus personales filias y fobias políticas. 

La sentencia del 11-M es toda ella una falsedad consensuada fundamentada en una investigación chapucera que, deliberadamente, huye del propósito de hallar la verdad hasta el punto de ocultar la identificación química y la datación científica del explosivo que causó la masacre.

La sentencia del 11-M establece la no participación, en ningún grado, de ETA ni de la red terrorista Al Qaeda, y culpa y condena por la comisión de los atentados sólo y nada más que a los sicarios que los perpetraron sin buscar y, por lo tanto, sin hallar a la inteligencia que los ideó, que los planificó, que les dio cobertura logística, perfil estratégico y armazón táctico.

Conclusión aterradora para las víctimas, en particular, y para el pueblo español, en general: sé que 192 personas murieron, pero no sé por qué murieron ni sé con qué objetivos se llevaron a cabo los atentados pues, según se establece en la sentencia, el mayor atentado terrorista de la historia de Europa lo diseñan y lo ejecutan un esquizofrénico que trapicheaba con explosivos en el top-manta de la dinamita asturiana, y veintitantos rufianes magrebíes avecindados en Lavapiés que mercadeaban con hachís, con móviles robados y con toda la quincalla propia de los rateros de poca monta ejerciendo, muchos de ellos, de chotas  de la Policía.

Hagamos memoria: con qué alegría repetía Rubalcaba a los cuatro vientos que, según la sentencia, no había sido ETA. Su alegría por la exculpación de ETA era directamente proporcional a la timorata satisfacción del PP porque, según la sentencia, ni la guerra de Iraq había sido el detonante de los atentados ni Al Qaeda la mano ejecutora de los mismos. Y ambos, PP y PSOE, nos conminaban a todos (siguen haciéndolo 16 años después) a creérnoslo porque la sentencia, su amadísima sentencia de consenso, es la única verdad absoluta que debemos adorar, pues para ellos la sentencia del 11-M es más, mucho más que eso: es un dogma de fe democrática y de lealtad institucional y como tal, ¡ay de aquél hereje democrático que se atreva a ponerla en duda!

Antonio Iglesias, ya no se acuerdan de él ¿verdad?, brillante y valiente químico español, sí se atrevió a ponerla en duda en su esclarecedor libro “Titadyn”, en el que demuestra científicamente que lo que NO ocurrió en los atentados es lo que la sentencia del 11-M dice que ocurrió, pues en todos los restos de los focos se halló dinitrotolueno y en el único que no fue lavado con agua y acetona se halló nitroglicerina, dos componentes que están en el Titadyn pero no en la Goma2-ECO.

Por lo tanto, es imposible lo que asegura la sentencia del 11-M sobre que “toda o gran parte de la dinamita que estalló en los trenes procedía de Mina Conchita, porque en Mina Conchita había Goma2-ECO, pero no Titadyn. Sigamos engañándonos. La mentira de consenso es más confortable que la verdad.


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