miércoles, 1 de julio de 2020

MANOLETE Y ARRUZA, CÉSAR GIRÓN Y ALBERTO RAMÍREZ, ... Más que uno son dos. / por Víctor José López EL VITO

Manolete, y también Arruza, fueron dos piezas, sin proponérselo, movió Andrés Gago en el tablero de los toros venezolanos. Juntos, unidos, fueron más que uno y como alfiles que arropaban el ataque, abrieron en mayo de 1946 el camino que convertiría a Venezuela en la plaza más importante de Sudamérica, por muchas temporadas.

MANOLETE Y ARRUZA, CÉSAR GIRÓN Y ALBERTO RAMÍREZ, ... Más que uno son dos.

Víctor José López EL VITO
A LOS TOROS / Caracas, 30 Junio 2020
Hay en el ambiente taurino venezolano un renacer por Manolete, difícil de comprender para quienes miran desde fuera la fiesta de los toros en Venezuela. Más difícil si se resumen a dos corridas de toros y un festival sus actuaciones en plazas venezolanas.
Dos tardes en Maracay, en la Plaza del Calicanto y una en el Nuevo Circo de Caracas. Fue en Maracay que Andrés Gago reunió al “monstruo” con “el ciclón” Arruza, insuflando de importancia a la afición venezolana.

La verdad es que el sólo anuncio de Manolete en Venezuela, desempolvó la carpa que se deterioraba por falta de actividad. Es decir que no funcionaba, porque los toros en Venezuela decaían sin el vigor que le insufló el régimen de Juan Vicente Gómez. El largo período de su mandato, ha sido más saludable que hayan tenido los toros en su historia venezolana.

Maracay resucitó, pues luego de aquellas temporadas que organizaran los hermanos Juan Vicente y Florencio Gómez los años de 1933, 34 y 35, crecieron las auyamas y se poblaron de gallinas el piso, el callejón, los corrales y las arenas del Calicanto.
Si las temporadas de los años treinta intentaron la resurrección de Rubito, la de 1946, organizada por don Andrés, ante la escasez de espadas criollos, intentó un hecho de resurrección ordenándole a Julio Mendoza “levantarse y andar” cuando ya todo había sucedido.

Sin embargo, con Manolete y Arruza abajo en la arena, arriba, en el cielo del Palco de Gómez dos muchachos que se tostaban al sol llevaban en sus destinos la solución al problema taurino venezolano. César Girón y Alberto Ramírez Avendaño se habían “coleado”, y viendo lo que pasaba en el ruedo decidieron sus caminos en la vida, ese día en adelante.

Girón, alumbrado por el fogonazo de Arruza, se propuso, y lo logró, se figura del toreo; Alberto Ramírez, ante la esmirriada presencia de los toros de Guayabita, se empeñó en ser digno criador de toros de Lidia. Y allí su ejemplo.

Manolete, y también Arruza, fueron dos piezas, sin proponérselo, movió Andrés Gago en el tablero de los toros venezolanos. Juntos, unidos, fueron más que uno y como alfiles que arropaban el ataque, abrieron en mayo de 1946 el camino que convertiría a Venezuela en la plaza más importante de Sudamérica, por muchas temporadas.

En Maracay quedó un maestro, Pedro Pineda. Nunca antes tan bien otorgado ese nombramiento. Un maestro que condujo a los jóvenes que integraron el baluarte aragüeño del toreo, el más importante jamás en la historia del toreo nacional.

Hoy revive la historia, con las anécdotas de Manolete. No importa el breve tiempo de su estada entre nosotros, fue breve. Tan breve como una epístola extraída del más breve evangelio con dos predicadores con hechos fundamentales: César Girón y Alberto Ramírez Avendaño.

"EL TORO BRAVO, TOMA LA PALABRA" 

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