miércoles, 1 de julio de 2020

Nepotismo desilustrado./ por Jaime Alonso


El despotismo como forma de gobernar configuró largos períodos de nuestra civilización; los gobernantes se comportaban sin freno, ni medida; con la más obscena impudicia entronizaban la arbitrariedad y el nepotismo como forma de usurpar el poder. El sentido patrimonial del Estado, como pertenencia, les impedía cualquier freno o rubor. Estos sátrapas creían estar legitimados por el pueblo y hasta por la historia para cometer cualquier fechoría.

Nepotismo desilustrado

JAIME ALONSO
El Correo de España - 21 JUNIO 2020
Si quien detenta el poder no sabe distinguir entre lo público y lo privado, entre lo lícito e ilícito, entre lo moral e inmoral, entre lo bueno y lo malo, entre el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial; es que ese gobernante es un malvado o un déspota y ese pueblo que lo permite y ampara, está anestesiado o muerto; al menos desde el punto de vista de la razón, conformadora de la naturaleza y el estudio.

El despotismo como forma de gobernar configuró largos períodos de nuestra civilización; los gobernantes se comportaban sin freno, ni medida; con la más obscena impudicia entronizaban la arbitrariedad y el nepotismo como forma de usurpar el poder. El sentido patrimonial del Estado, como pertenencia, les impedía cualquier freno o rubor. Estos sátrapas creían estar legitimados por el pueblo y hasta por la historia para cometer cualquier fechoría. La ventaja es que acabaron mal. El inconveniente es que se mantuvieron demasiado tiempo y el pueblo, cuando se dió cuenta, era tarde y terminó peor.

El genuino eslogan de Luis XIV: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, tenía lógica y obedecía a un concepto sagrado del poder; absolutismo monárquico en un siglo, el XVIII, en que se imponía en Europa las ideas ilustradas de Hobbes, Voltaire, Montesquieu etc., donde el pueblo podía elegir entre culto y ciudadano, o súbdito y e ignorante. Ahora todo resulta diferente en la forma, pero similar en el fondo, con o sin coronavirus.

Llevamos cuarenta años despeñando a la juventud en la enseñanza, la responsabilidad, la honradez, la lealtad, el mérito, la jerarquía y el valor del ejemplo. Una clase política infame y corrompida que desemboca en Pedro Sánchez, es la prueba más evidente. Tan falsario en lo académico como voluble en lo ideológico, se ha irrogado un poder absoluto y prorrogado tres meses un estado de excepción, con apariencia legal de estado de alarma, para inocularnos el virus letal del social comunismo. No nos protege de la epidemia cuando estábamos a tiempo, al primar los intereses ideológicos de un feminismo dirigido por la ingeniería social de estos viejos totalitarios y, cuando resulta irreversible, nos confina drásticamente paralizando todo el tejido industrial de la nación.

El único cambio es el semántico entre ese despotismo ilustrado de los monarcas del siglo XVIII y el nepotismo desilustrado de los actuales. El nivel cultural de los Campoamor, Conde de Aranda, Campomanes o el Conde de Floridablanca, nada tenía que ver con los Pedro y Pablo, Adriana Lastra, Carmen Calvo, Isabel Celaa, Patxi López o Rafael Simancas, meros usurpadores de un poder configurado como democrático y del que ya nos advirtiera Platón y Sócrates como destructores del progreso y la convivencia, al convertirse en oclocracia.

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