viernes, 7 de agosto de 2020

Ni la pandemia ha arreglado nuestros males / por Pla Ventura

En la imagen, Emilio de Justo frente a un toro auténtico, nada que ver con el esperpento de Plasencia

En dicho festejo vimos a un Emilio de Justo pletórico y rotundo porque se trata de un torero con un gusto exquisito; un hombre que lleva muchos años bregando para lograr el puesto más alto, en esa corrida citada comprendió que, la única fórmula para llegar a lo más alto es con ese tipo de toros blanditos, anovillados, con los pitones oliendo a serrucho y con todas las fórmulas idóneas para poder torear a gusto, algo que hizo De Justo con un aplomo increíble.

 Ni la pandemia ha arreglado nuestros males

Pla Ventura
Toros de Lidia / 6 agosto, 2020
Yo creía, ignorante de mí, que tras todo lo que hemos penado en este año tortuoso y criminal en todos los sentidos, que la pandemia que nos ha azotado y nos había dejado sin toros, creía yo que la misma nos valdría como lección para enderezar una fiesta maltrecha y corrupta. Craso error el mío porque todo sigue igual, yo diría que peor.

Ilusionado me planté frente al televisor para ver la corrida de Plasencia y, mi gozo en un pozo; es más, enfado monumental porque fui capaz de darle a dicha corrida la lectura que en verdad tenía y, lo más sangrante de todo, que la mayoría de los “escribidores” de las figuras han tapado el fracaso estrepitoso de Enrique Ponce que, si está enamorado podía irse con su amor y dejarnos a los aficionados tranquilos. Pero no, quiere seguir castigándonos hasta la saciedad, hasta que no podamos más, la prueba es que está anunciado en todas las corridas que se han programado en todos los pueblos de España.

Allí le vimos, en Plasencia, con ese toreo despegado, superficial, anodino, sin alma, como cumpliendo un expediente que nadie le ha pedido; dejó matar a su primer “enemigo” en el caballo porque adivinaba el diestro que tenía un punto de casta; al igual pasó en sus otros oponentes en que, rodando por los suelos sin fuerza alguna, a lo único que aspiraban los animalitos era a defenderse, razón por la que punteaban la muleta del diestro que, lleno de voluntad nada dejó para el recuerdo. Para colmo, falló con los aceros,  eso sí que no es nada punible porque le puede pasar a cualquiera, lo triste fue su lamentable actuación en la que, por asuntos de la bragueta, concita el interés de todos los retrasados mentales de este país que, sin duda, son legión. Todo era más bello cuando Ponce era reclamado por los públicos sin amoríos de por medio.

La historia nos ha contado que, por ejemplo, Ricardo Torres Bombita, se retiró de los ruedos en los primeros años del siglo pasado con apenas treinta y cinco años porque, como él confesara, tenía la sensación de que su toreo no era del agrado de los aficionados. O sea, apenas un chaval que, rico y hacendado, fue capaz de comprender que había llegado su hora para dar paso a los jóvenes; pero esa era la tónica dominante en aquellos años y por parte de todos los diestros. No es el caso de Enrique Ponce que, con buenas facultades, no es capaz de tener piedad de nosotros y, como quiera que se haya comprometido para darle la alternativa al niño de Manzanares, ahí le tendremos hasta el siglo venidero.

En dicho festejo vimos a un Emilio de Justo pletórico y rotundo porque se trata de un torero con un gusto exquisito; un hombre que lleva muchos años bregando para lograr el puesto más alto, en esa corrida citada comprendió que, la única fórmula para llegar a lo más alto es con ese tipo de toros blanditos, anovillados, con los pitones oliendo a serrucho y con todas las fórmulas idóneas para poder torear a gusto, algo que hizo De Justo con un aplomo increíble. Lo que se dice su toreo, sus formas, sus andares en la plaza, su torería en definitiva, esa no se la puede quitar nadie; lo triste de la cuestión es que con ese tipo de toros no se emociona nadie, salvo los ignorantes aficionados –yo diría que espectadores de ocasión- y todos los plumillas que les siguen la corriente a las figuras.

Fijémonos cómo está el mundo del toro que, es ahora, con ese medio torito sin fuerzas, sin maldad, sin apenas riesgo, sin exponer casi nada porque esos animalitos de la “casa Domecq” tienen la santidad dentro del cuerpo, razón por la que todo el mundo quiere apuntarse a dicho encaste que, difícilmente un torero podrá ser corneado. Emilio de Justo acudió a dicho festín, toreó como los ángeles, cortó un puñado de orejas y resultó ser el triunfador absoluto de la noche pero, qué pena que no hubiera seis toros para jugarse la vida y, como tantas veces hiciera, lograr el triunfo frente al todo de verdad, el que nos emociona y nos hace vibrar. Lo dicho, si Emilio de Justo quiere elegir ese camino y se lo permiten, suerte la suya. Pero él sabe, como todos, que eso es pura parodia, la que dudo que nadie le tome en serio.

Un consejo habría que darle a Emilio de Justo; se trata de que si el año venidero gozáramos de normalidad y se dieran todas las ferias de España, si acude a Madrid, cuidado que si se apunta a la de Juan Pedro o ganaderías similares, será la rechifla general cuando, como de todos es sabido, De Justo es ídolo admirado en Madrid y en todos los lugares de España, sencillamente porque siempre se ha apuntado al toro de verdad, el que emociona y logra que el aficionado palpe el peligro desde las gradas. Emilio, con los toritos blandos y carentes de emoción, es pura parodia de ese gran torero que todos admiramos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario