domingo, 31 de enero de 2021

Por un nuevo camino sin retorno (hacia la secesión) / por Iván Vélez


El camino (hacia la secesión) lleva tiempo trazado. Por lo que a los criminales se refiere, la próxima cesión al PNV de la política penitenciaria permitirá a los hijos de Sabino capitalizar toda la
sangre derramada.


Por un nuevo camino sin retorno 
(hacia la secesión)

IVÁN VÉLEZ*
La Gaceta/30 enero 2021
Carlos Bardem, Cristina Fallarás, Willy Toledo y otros habituales abajofirmantes afectos a la autodenominada causa progresista, han estampado sus firmas al pie de un manifiesto en el que reclaman el fin de la dispersión de los presos etarras, proceso ya abierto por el actual Gobierno de coalición -más de cuarenta etarras han sido ya acercados a las Vascongadas- que a estos representantes de las «fuerzas de la cultura» les resulta desesperantemente lento. Atormentados por tal ralentización, los adheridos al manifiesto, titulado Por un nuevo camino sin retorno, ofrecen una serie de argumentos eticistas con los que tratan de acabar con una estrategia, la de la dispersión de los terroristas etarras encarcelados, oficializada en 1989 por el Gobierno de Felipe González. Hasta hace unos días, entre los dispersados figuraba Diego Ugarte López de Arcaute, trasladado desde el Centro Penitenciario de Granada, donde cumplía una condena de 100 años y 9 meses de prisión por el asesinato, cometido en febrero de 2000, de Fernando Buesa, portavoz del PSOE en el Parlamento vasco, y de su escolta, Jorge Díez, a la prisión leonesa de Mansilla de las Mulas. 

Los signatarios omiten el verdadero motivo por el que los reclusos acercadizos dieron con sus huesos en las cárceles (…), la mutilación de la nación española

El principal argumento empleado para solicitar el acercamiento de los criminales etarras, en el texto «personas condenadas por delitos de terrorismo», es que estos sufren «lógicas de excepcionalidad», algo que los suscriptores consideran propio de un tiempo ya pasado. La conclusión es clara para los firmantes: «no tiene razón de ser que haya presos que queden al margen de las normas penitenciarias que rigen para el resto de los reclusos».

Cabe, sin embargo, plantear diversas objeciones a la obra de tan distinguido colectivo manifestante. La primera de ellas tiene que ver con el empleo del manido recurso de la disolución de la especie en el género, con el que se pretende equiparar a estos presos con los comunes. Bajo el pretexto de la «disolución definitiva» de ETA, los signatarios omiten el verdadero motivo por el que los reclusos acercadizos dieron con sus huesos en las cárceles: su pertenencia a una facción de españoles cuyo objetivo, antaño buscado por la vía armada, hogaño por otras menos criminales pero no menos violentadoras de la soberanía nacional, es la mutilación de la nación española. Nada dicen de esto nuestros plurinacionales protagonistas, víctimas y, a la vez, cultivadores del mito de la Cultura del que viven y del que pretenden seguir viviendo, pues en el texto se avistan nuevas posibilidades, las aparejadas a «la apertura de esos espacios de convivencia junto a la normalización institucional, los esfuerzos en pro de la memoria, los diferentes programas educativos y un buen número de proyectos culturales».

Hondamente preocupados por el futuro del colectivo etarra, los signatarios, firmemente asentados en su eticismo, vuelven a mostrar su apoyo –recordemos los tiempos de la ceja zapateril- a un Gobierno que, oscilando entre la socialdemocracia y el globalismo, debe su estabilidad al apoyo prestado por los herederos de ETA durante la investidura como presidente del Gobierno de Pedro Sánchez, pero también en la aprobación de los últimos Presupuestos Generales del Estado. 

Como era previsible, en el manifiesto no aparece la palabra España, sino una invocación a la Europa leguleya, en concreto a la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, y a «los principios de reeducación, reinserción y resocialización consagrados en la propia Constitución Española», es decir, a esa misma constitución que, con calculada ambigüedad, introdujo la imprecisa distinción entre nacionalidades y regiones. Convencidos de la excepcionalidad española, los manifestantes reproducen, casi de modo literal, parte de la definición que hace más de un siglo dio Julián Juderías del rótulo leyenda negra: 

Por leyenda negra entendemos el ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho siempre con el carácter de los españoles como individuos y como colectividad; la negación o, por lo menos, la ignorancia sistemática de cuanto nos es favorable y honroso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte; las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España, fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la prensa extranjera, de que nuestra patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupos de las naciones europeas. 

Por nuestra parte –contraria sunt circa eadem- no podemos más que dar la razón a los Armendáriz, Urbán, Mayor y otros firmantes del montón. Ciertamente, España es una excepción, pues financia y ofrece cobertura legal a aquellas sectas, sangrientas o no, que tienen como fin explícito la aniquilación de la nación que les da sostén. No hay más que ver el trato que Francia ha dado a sus secesionistas o echar un vistazo a la ley de partidos portuguesa para comprender que España es diferente.

Adormecida por los efectos del fundamentalismo democrático, la sociedad española, capaz de aceptar que el golpe de Estado perpetrado en Cataluña fue una ensoñación y de encajar el reparto de culpas esparcido por Pedro Sánchez, probablemente asumirá lo manifestado recientemente por la portavoz de Bildu en el Parlamento Vasco: que a propósito del reconocido daño infligido por ETA, «que fuese o no injusto depende de cada relato». No hay duda de que entre los abajofirmantes no faltarán voluntarios, colaboradores especiales o simples meritorios dispuestos a poner en escena tan posmoderno planteamiento. El camino (hacia la secesión) lleva tiempo trazado. Por lo que a los criminales se refiere, la próxima cesión al PNV de la política penitenciaria permitirá a los hijos de Sabino capitalizar toda la sangre derramada
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*Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

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