En él precisamente, en el aficionado, nadie pensó en toda en esta travesía por el desierto. Casi nadie se acordó de él. Y ahora, si se vuelven a abrir los cosos, apelarán de nuevo a quien está llamado a ser el sustento del espectáculo, que no se pone en marcha si no es con su paso por taquilla. Y no debe de olvidar nadie que el aficionado está sufriendo tanto o más si cabe la pandemia como el resto de los integrantes de este espectáculo. Para toreros, banderilleros, picadores, ganaderos, mozos de espadas y todos cuantos trabajan en torno al toro, el toreo es su fuente de ingreso, para el aficionado es ocio. Es la diversión. Es el espectáculo en el que invierten sus ahorros y el dinero que ganan con el sudor de su frente. Y esta ansiada vuelta de la actividad también debe contar con sus apreturas y sus dificultades, personas de carne y hueso, trabajadores que, con más o menos fortuna, le ha pasado una pandemia por encima con sus devastadoras consecuencias. Despidos, cierres, ERTE, incertidumbre y miedo a qué pasará mañana. En el aficionado debe de pensar también quien ponga de largo un espectáculo. La crítica situación económica que atraviesa el país.
Y así, con todo el mundo contra las cuerdas, tan necesaria es la vuelta del toreo como imprescindible es acomodar el regreso a un momento de subsistencia en el que los precios de las entradas deben ser acordes al momento crítico y de estrecheces que llama a la puerta de todos.
Muchos querrán ir a los toros, y no todos podrán. Ahora el toreo no se puede convertir en un espectáculo elitista y solo para unos pocos. En tiempos de pandemia no puede querer solucionar las restricciones de aforos a base de precios disparatados. Las entradas de toros ya eran desorbitadas antes de que irrumpiera el virus. El toreo debe de abrir los ojos y asimilar ya que hoy todo lo de antes ya no vale. Y menos aún lo que ya era un despropósito previo al virus.
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