viernes, 2 de abril de 2021

Y, de repente, el matillazo / por Paco Delgado

Mientras en Las Ventas siguen dilucidando si son galgos o podencos, los salmantinos les comen la tostada y se sacan de la manga una feria, además rutilante y  con no poco interés, sin el excesivo metraje que lastra al ciclo venteño...

Y, de repente, el matillazo

Paco Delgado
BurladeroTV / 2 Abril 2021
Cuando todo el mundo estaba pendiente de Sevilla, por ver si finalmente hay toros en La Maestranza en abril, dando por hecho que San Isidro se evapora por segundo año consecutivo, llegan los Matilla y ponen todo patas arriba anunciando un serial isidril… en Carabanchel. La bomba.

Y el taurineo, y el taurinismo, se revoluciona y alborota. Nadie esperaba esta jugada, maestra, que deja claro que no hay nada como las ganas para hacer cosas.

Mientras en Las Ventas siguen dilucidando si son galgos o podencos, los salmantinos les comen la tostada y se sacan de la manga una feria, además rutilante y  con no poco interés, sin el excesivo metraje que lastra al ciclo venteño -que desde hace ya muchos años se decantó por la cantidad en detrimento de la calidad y buscando el beneficio económico inmediato por encima de la satisfacción del cliente, aprovechando la conversión de la feria en acontecimiento social en el que hubo un tiempo en el que a la gente le importaba más ser visto que ver- y tocando todos lo palos.

Y la noticia de este evento llega en el momento oportuno, cuando el desánimo empezaba a cundir en el aficionado -y en el profesional, que veía cómo se iban al limbo otro montón de festejos y lo que ello conlleva-, ya casi resignado a tener que esperar, por lo menos, a verano para que la temporada arrancase en plazas de primera.

Pero, lo que son las cosas, no parece que a todos haya sentado bien este demarraje. Simón Casas, por ejemplo, hace unos días dejaba un titular explícito y definitorio: “En Vistalegre saben que es imposible que haya toros en mayo”.

Pero ¿porqué? La verdad es que no se explica muy bien esa manía de no autorizar festejos taurinos, cuando los teatros están abiertos, y son locales cerrados, se permiten conciertos -algunos con una asistencia multitudinaria- y aunque no dejen ir a los estadios si que se consiente a la gente arracimarse en sus inmediaciones sin distancia social ni prácticamente medidas de protección alguna. Pero toros, ni hablar. Y hay que recordar que en los festejos celebrados el pasado año no hubo ni un sólo caso de contagio. Parece como si hubiese un interés en arrumbar al negocio taurino, al que muchos de sus propios gestores se suman y, con su pasividad, hacen el juego a los que quieren ver esto cerrado a cal y canto.

Tras aquellas declaraciones, tan sensacionalistas como a bote pronto, el propio Casas -que también la pasada semana apostaba por montar San Isidro en pocos días si finalmente se daba la feria de Sevilla- trataba de suavizar su premonición y aflojaba, declarando que “debía imperar la sensatez, mirar por el interés general y no jugarse el futuro de la sociedad”. Estas declaraciones las pueden leer en esta misma publicación unas cuantas páginas más adelante, justo tras la nota en que se da información sobre el San Isidro del Palacio Vistalegre y sus combinaciones.

Cierto es que el recinto carabanchelero es de propiedad privada y la Monumental de las Ventas de la Comunidad de Madrid, pero no se entiende muy bien en qué puede influir la titularidad de una plaza y otra a la hora de autorizar la celebración de corridas de toros.

Más allá de intereses personales o de rivalidad profesional o hasta de no se sabe qué, lo bien cierto es que todo el mundo del toro debería alegrarse de esta iniciativa y recibir con los brazos abiertos este invento que ojalá llegue a buen puerto. No sería la primera vez que se monta un San Isidro en Carabanchel. En 1968 ya se hizo y los Dominguines contrataron a las figuras que no habían llegado a un acuerdo con Las Ventas.

Se nos va de la vista -a unos más que a otros, ojo- que a quien primero hay que atender, y por encima de cualquier otra consideración o circunstancia, es al público, al aficionado que hace posible que el invento gire -sobre todo por que tampoco nadie del negocio haya conseguido encontrar vías de financiación más allá de la taquilla- y que lo que la gente quiere es que haya toros.

No sigamos tirando piedras sobre un tejado demasiado frágil y empujemos todos en la misma dirección. 

Sólo así se podrá seguir disfrutando de un espectáculo único al que se ataca por muchos frentes como para que ahora sean los propios interesados los que traten de ponerle palos en las ruedas.

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