Finaliza la campaña taurina de 2021, un buen año en lo artístico y mucho mejor de lo esperado en lo cuantitativo. La Tauromaquia ha sido la actividad cultural más valiente y activa en época de pandemia, sin embargo se la excluye de cualquier tipo de ayuda o subvención que sí reciben otras prácticas. Se incumple la ley y se marginan los toros sin que el toreo abra la boca.
Fin de temporada: punto y seguido
Carlos Bueno
Avance Taurino / 28 Octubre
Termina 2021 taurinamente hablando. Se echa el cerrojazo a una temporada tan inusual como sorprendente marcada todavía por la pandemia de Covid en la que, sin embargo, se han celebrado muchos más festejos de los que era previsible en principio y a las plazas ha asistido mucha más gente de la esperada teniendo en cuenta las reservas que imponía el virus y los altos precios de las entradas.
Sobre todo ha sido el año de Morante, que ha acabado con casi una cincuentena de paseíllos; pero también se han producido consolidaciones, como las de Emilio de Justo, Juan Ortega y Pablo Aguado; subidas al carro, caso de Ginés Marín; escaladas esperadas, por ejemplo la protagonizada por Daniel Luque; la irrupción ilusionante de Fernando Adrián y hasta el abandono imprevisto de Enrique Ponce.
2021 lleva consigo más acontecimientos y nombres que harían interminable cualquier artículo. Pero por encima de hitos y de personajes, ha sido una campaña para que la tauromaquia saque pecho, para que presuma con orgullo de valentía, decisión y capacidad de lucha ante las adversidades. Las restricciones desbarataban ferias y carteles una y otra vez. Y una y otra vez el sector se ha adaptado a la situación respetando las limitaciones y reorganizando ternas y fechas.
No ha habido ningún otro espectáculo que haya bregado por su pervivencia como los toros. Sin duda ha sido la oferta cultural que más riesgos económicos ha asumido en época de pandemia. Cuando las cifras sean definitivas, las estadísticas señalarán que esta temporada se han celebrado unos 580 festejos mayores, sólo dos centenares menos que en 2019, antes del confinamiento, y casi 500 más que el maldito año pasado. Ni el cine, ni el teatro, espectáculos altamente subvencionados, se han atrevido a organizar un porcentaje de funciones similar al del toreo.
Sin embargo, el asunto taurino, que ha continuado contribuyendo a la recuperación económica en tiempos de recesión, sigue siendo discriminado una y otra vez por nuestros gobernantes, que lo han excluido del bono cultural con el que los jóvenes de 18 años serán agraciados para que lo gasten en menesteres no taurinos. La ministra María Jesús Montero dijo que el Gobierno “quiere ayudar a la industria cultural porque conlleva el asentamiento de los valores democráticos, pero no quiere ayudar al sector de la tauromaquia y lo deja fuera del bono aunque reconoce que los toros son cultura”, así de clara, tajante y dictatorial.
Después de tan autoritaria decisión que ataca a las libertades del pueblo, aparecen los Presupuestos Generales del Estado, con un aumento del 40% en su dotación para la esfera cultural que alcanza los 1.589 millones, de los cuales 97 serán para el cine, con más de 10 millones destinados directamente a las salas de proyección. ¿Alguien se imagina una ayuda de casi 100 millones al toreo? ¿Alguien puede imaginar una inyección de 10 millones para los cosos taurinos?
Pues a pesar de que el toreo es el segundo espectáculo de masas de este país, sólo por detrás del fútbol, únicamente recibirá 65.000 míseros euros: 35.000 para la Fundación del Toro de Lidia y 30.000 destinados a la dotación del Premio Nacional de Tauromaquia. Es decir, nada de subvenciones o ayudas directas a sus profesionales. ¿Dónde está la promoción y el fomento al que obliga la Constitución? Lo malo no es que se incumpla la ley y se marginen los toros, lo preocupante es que los cabecillas siguen sin reaccionar ni reivindicar nada. Así es que punto y seguido un año más.
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