martes, 1 de febrero de 2022

El dios destronado / por Jorge Arturo Díaz Reyes

 “Cervero” de El Ventorrillo, mayo 12 2017. Foto: Las Ventas

En el culto sacrificial del toro, actividad humana protohistórica, cuya expresión actual es la corrida, el hombre fue siempre auxiliar, oficiante o feligrés, no divinidad. Dios antes que el cura, y los demás.

El dios destronado

Jorge Arturo Díaz Reyes
Crónica Toro / Cali I 31 2022
Hace unos 4.500 años para los sacerdotes egipcios el animal que debía representar al toro-dios (Apis) de la virilidad y la vida, hijo de la diosa Isis (vaca) fecundada por un rayo de sol, debía ser, joven, corpulento, bello, poderoso, negro brillante (azabache), con una mancha blanca triangular en la frente (lucero), tener una generosa borla del rabo con cerdas dobles (coletero), y además estar coronado con una soberbia media luna entre la cual colocar el disco solar (trapío).

Elegido por cumplir, sine qua non, estas condiciones, anotaban y conservaban la identificación de sus antepasados (reata), su fecha de nacimiento (edad), le disponían como semental de un selecto rebaño, le ornaban, reproducían su imagen en pinturas, bajorrelieves y esculturas, lo mimaban y adoraban. Cuando envejecía, era sacrificado con pompa, le momificaban, le ponían, como a los faraones (también dioses), en un sarcófago regio y le reemplazaban con otro tan similar.

En el culto sacrificial del toro, actividad humana protohistórica, cuya expresión actual es la corrida, el hombre fue siempre auxiliar, oficiante o feligrés, no divinidad. Dios antes que el cura, y los demás.

Hoy vamos al revés, la grey taurina se divide entre aficionados a los toros, los menos, y los más, aficionados a los toreros. Y no es que estos no merezcan la reverencia debida. Claro que la merecen, pero es que su anteposición litúrgica traduce una inversión de los valores. ¿Por encima de Dios? En el pasado, hubiese sido herejía imperdonable.

Llevado por la subjetividad el hombre se ha colocado como centro del universo y dueño (tirano) de la naturaleza. Eso se manifiesta en la tauromaquia de los últimos siglos, los de la revolución industrial, el “progreso” y el pago por ver. Su historia es ahora la historia de los toreros (con perdón de Cossío), no la de los toros. De estos, los que se individualizan y guardan en el santoral son los que sirvieron a grandes “éxitos” humanos, por ejemplo: “Barbero” a Belmonte, “Corchaito” a Chicuelo, “Ratón” a Manolete, “Bastonito” a Rincón... O los que cobraron la vida de famosos (los modestos no cuentan), digamos: “Barbudo”, de Pepe Hillo, “Bailaor” de Gallito, “Islero” de Manolete, “Garrotillo” de Pepe Cáceres, por citar algunos.

Igual pasa en el ruedo, los carteles, las noticias, las críticas, la propaganda, las taquillas y los costos. Las figuras, que concentran atención y convocan, exigen el oro y el moro encareciendo el ritual y el acceso al templo. Tal es la idolatría, que en tiempos de penuria (como el actual), cuando los creyentes suelen acordarse más de su Dios, los taurinos no invocan el auténtico suyo para que venga y salve su Fiesta. No. Ruegan por el advenimiento del ídolo en boga. La destronada deidad es lo de menos... —La que quiera vuestra merced—

Cuando la fe hace crisis, la religión tambalea.

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