Nosotros, los que jamás aceptamos la mentira como salvoconducto para vivir y medrar en democracia, somos muy pocos y políticamente irrelevantes. Somos una vieja y artrítica anécdota histórica que morirá en nuestra propia endogamia. Somos irrelevantes, cierto. Tan cierto como que somos imprescindibles para la implementación y ejecución de la Ley de Memoria Histórica y de sus posteriores desarrollos. Somos el fantasma, el coco y el hombre del saco con los que ahora van a perseguir a los que nos estigmatizaron y nos traicionaron, traicionándose ellos mismos, maquillando sus biografias y escupiendo sobre las tumbas de sus padres entre 1975 y 1983.
Cuando Zapatero vino a por nosotros, a por los artríticos franquistas, a por los nostálgicos falangistas y a por los heroicos e invertebrados requetés, la derecha constitucional aplaudió con sordina sonriendo como los fariseos, y el socialismo felipista refunfuñó. Sólo refunfuñó. Ahora, Pedro Sánchez, el hijo putativo de Zapatero, también va a por ellos. También por necesidad, por la imperiosa necesidad que le impone ETA para mantenerse en el poder. Cuando se acepta la mentira sobre el franquismo para vivir en constitucional consenso se acaba aceptando también la mentira sobre ETA para mantenerse en el poder.
Las víctimas llevarán flores a los verdugos. Las víctimas indemnizarán a los verdugos. “ETA, escucha, aquí tienes mi nuca”, lo recuerdan ¿verdad? Aquella vileza colectiva elevada a salmo democrático, hoy, veinticinco años después, permite a ETA disparar sobre la nuca de la sacrosanta Transición. Veré pasar sus cadáveres desde el fondo de mi catacumba sin derramar una lágrima. Por supuesto.
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