El juez espera, y él va a la sentencia como un templario, como un legionario de los del Tercio de Extranjeros, no de los que, cien años después, desfilan en las Misiones de Paz de la OTAN. El juez y la sentencia, preconcebida, apriorística, le están esperando mientras él espera más allá del punto de no retorno porque, Señoría, cuando condenamos a un inocente, ya no hay retorno. Ya, ya sé que Dura Lex, sed Lex. Y así debe ser, pero cuando la Ley que interpretas y aplicas está emponzoñada de odio, la ética de la Justicia se desvanece como el Honor en la disciplina y la Libertad en la tiranía. Y es entonces cuando renuncias a ser Juez para mudar en arriero de la injusticia. En eso te conviertes, en un mulero con toga que carga sobre la grupa y los lomos de su conciencia con los fardos de la venalidad y la prevaricación, como Poncio Pilatos.
Los jacobinos codificaron las leyes de la tiranía, hicieron jueces y fiscales a sus sicarios y a sus sicofantes y, al amparo del lema “Entrégame tu conciencia y te haré libre”, convirtieron en reo de muerte, de exilio y de expropiación a todo aquel que no renunciase a su calidad y a su cualidad de Hombre. La Ley de Memoria Democrática y su última adenda, redactada y firmada por la zarpa de ETA, hace exactamente lo mismo porque ellos, los etarras y los socialcomunistas, son los mismos que llenaron de libertad el éxodo, la diáspora y el exilio, de igualdad el pillaje y el saqueo, y de fraternidad la guillotina. Son los mismos los que hoy te condenan por gritar ¡Viva Franco!, ¡Viva Cristo Rey! y ¡Arriba España! Ni renuncies ni abdiques, porque si lo haces ya no hay retorno. Ve a la sentencia y a la condena como una pica de los Tercios Viejos y regálale a Poncio Pilatos esa sonrisa esquinada, capaz de aliviar el estreñimiento más pertinaz, con la que sólo los inocentes y los valientes condenados son capaces encarar la injusticia.
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