Como digo, el arte existe, nada es más cierto, ahí está, entre otros, Diego Urdiales para recordárnoslo. Pero la causalidad de la cuestión viene dada porque arte al margen, al igual que la verdad que siembre brilla por su ausencia, detrás de todo ello hay un gran negocio entre bambalinas que los aficionados desconocemos y que priva mucho más que las ilusiones de todos aquellos que nos apasiona la tauromaquia.
Nada hay más bello en el mundo que el paseíllo antes de que empiece la corrida de toros; como espectáculo no existe otro con más belleza, más luz y más ilusiones en el corazón de todos los aficionados que, ávidos de emociones esperamos con ardor que comience el espectáculo.
Claro que, lo que nosotros no sospechamos es todo lo que se ha cocido antes del festejo que tan vehemente hemos asistido. Son muchos los factores que pueden determinar el devenir de un festejo taurino; en muchas ocasiones, como digo, todo está preparado para el fracaso del aficionado puesto que, los protagonistas del espectáculo todos salen indemnes de la situación puesto que, al día siguiente, otra feria y otro festejo distinto. Hablamos siempre de los mismos, los protegidos por el poder empresarial.
¿Qué parámetros se siguen para la contratación de los diestros? Sin duda no existe ninguno que sea claro y mucho menos convincente de todo aquello que esperamos. El triunfo del diestro debería ser la norma para su contratación y, a su vez, saciar la ilusión del aficionado que puede ver a su ídolo, ese que antes ha apostado y que tan feliz le hace. Pues no señor, no es así la cuestión salvo que seas figura consagrada del toreo. ¿Cuántos toreros hemos visto triunfar y luego les dejan en la calle? Muchísimos. ¿Motivos? Incontables pero, el más mezquino de todos ha tenido lugar en Madrid en que, muchos diestros triunfadores se han quedado en la calle.
En ocasiones, cuando vemos al torero al que admiramos y ha sido capaz de crear una obra bella, no podemos sospechar que, al efecto, previamente, ese toro haya sido manipulado en sus astas para que el torero en cuestión asuma el menor riesgo posible. Para colmo, dentro de la vorágine en que nos sumen nuestras propias emociones, no somos capaces de repudiar todo lo que de falso que hay en una corrida de toros –muchas veces por ignorancia y otras por condescendencia- que, como primer dato no es otro que el toro no se ha picado, algo que los mercachifles del negocio nos quieren hacer ver que esa es la norma actual, ese modismo de última hora que denigra por completo aquel espectáculo que en su día conocimos como algo extraordinario y singular.
Los interesados en la cuestión, cuando el torero no triunfa siempre se amparan con el factor suerte. Pero no es menos cierto que, un maestro de renombre de los años setenta y ochenta, si de suerte hablábamos, él siempre nos decía que la suerte tiene nombre y apellidos. ¡Y tenía razón! Que Rafaelillo no haya sido incluido en los carteles de Madrid nada tiene que ver con la suerte, pero si con la ignominia de la empresa contra este diestro admirable por las razones que todos conocemos.
Desgraciadamente, el toreo se sustenta con una amalgama de intereses creados entre unos y otros que, la auténtica verdad nunca la sabremos. ¿Por qué los toreros del grupo especial ninguno reciban cornadas? ¿Es producto de la suerte? Ni hablar. Y lo digo con conocimiento de causa porque, lo que se dice toreros heridos los tenemos por doquier pero, amigo, aquí viene el quid de la cuestión, es otro tipo de toro el que hiere, nunca el domesticado de la factoría Domecq.
Y nosotros, pese a todo, cargados de ilusiones acudimos a los toros esperando ver esa verdad y esa justicia que clamamos siempre para los que en verdad la necesitan porque se la han ganado en los ruedos. Pongamos los pies en el suelo y admitamos si así lo deseamos, que previo al paseíllo hay un montón de situaciones que, si las supiéramos, nadie acudiríamos a una plaza de toros. Si lo que se cuece entre bambalinas lo pudiésemos ver por una mirilla antes de entrar al coliseo, seguro que no entraba ni Dios.
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