Carnicera medida que tiene dos objetivos:
Uno, combatir el hambre y la deficiente ingesta de proteína animal por la población de uno de los países con mayor desigualdad social en el mundo.
Dos, lo señaló en apoyo el presidente de la Federación de ganaderos (Fedegan), José Félix Lafaurie, acabar con “las mafias” que controlan dichos precios.
Cómo no aceptar tan humanitarias, justas y nutricionales razones. Basadas en la fatalidad biológica del matar para vivir, en el reconocimiento de que la vida se alimenta de vida y que la humana prima sobre otras. Cómo ceder a los escrúpulos piadosos y oponerse a esta campaña democratizante de la matanza industrial. Aleve, cotidiana, sórdida, indefinida de miles y miles de animales indefensos para ser descuartizados e ingeridos por una población famélica, en gran parte infantil. Cómo.
No hay manera lógica. Además, tampoco hay nada nuevo en ella. Si desde antes de ser, los humanos nos hemos cebado en otras formas de vida, y eso nos hizo como somos: astutos, cerebrales, técnicos, prolíficos, taimados y prevalecientes depredadores. Por encima, o mejor por debajo, de cualquier ideología, eso nos unifica.
Inquirida la ministra en improvisada rueda de prensa, enfatizó en aclarar que el matador Decreto 2016 de 2023 es una iniciativa de “Beneficio animal”. Preferimos llamarlo así, dijo.
¿Beneficio animal? Es imposible no pillar el eufemismo. ¿En qué se benefician esos pobres animales aniquilados masivamente, a mansalva, la mayoría antes de alcanzar la edad adulta? ¿Por qué no llamar la cosa por su nombre y aceptarlo? Masacre animal carnívora, y ya.
Quizá el pudor es porque quienes agencian el decreto letal se presentan al tiempo como “defensores de la vida”, concesionarios de los “derechos animales” y en su nombre prohibicionistas de cultos: “bárbaros, sádicos, psicopáticos…” (ahí sí procacidad). Como las corridas de toros, donde estos, criados en óptimas condiciones, tienen la oportunidad de batirse ceremonial, respetuosa y públicamente por su vida, salvándola en ocasiones o cobrándola muy cara en otras. Para ser finalmente casi todos consumidos en la mesa igual que los “beneficiados”.
También, supongo, porque el viejo rito taurino les avergüenza, cómo aceptación y expiación a la culpa histórica de nuestra especie con las otras y la naturaleza toda; como acusador acto de contrición por la milenaria cobardía y abuso.
Pero el esguince verbal no tapa nada. Simultáneamente, mientras entra en vigencia el cruento decreto de “Beneficio animal”, avanza en el Congreso la ley prohibicionista de los toros, que los extinguirá. Los dos, impulsados por la misma coalición “animalista”, sumando mayoría con muchos de sus opositores electorales.
En fin, la hipocresía es materia prima de la política (Maquiavelo). Pero hacer el idiota, tragando el insulto a la propia inteligencia, sí es a gusto del consumidor.
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