sábado, 24 de agosto de 2024

Bilbao.- 6ª de las Corridas Generales. Ponce se despide en un festejo soporífero / por Barquerito / Fotografía, Andrew Moore


Pobre y mansa corrida de Daniel Ruiz. El torero valenciano, aclamado en una vuelta al ruedo triunfal

Bilbao. 6ª de las Corridas Generales. 11.500 almas. Caluroso. Dos horas y treinta y cinco minutos de función.

Seis toros de Daniel Ruiz.

Enrique Ponce, ovación y palmas tras aviso. Vuelta al ruedo final. Roca Rey, silencio y ovación tras aviso. Pablo Aguado, silencio y ovación.

6ª de las Corridas Generales
Ponce se despide en un festejo soporífero

Barquerito
Colpisa/23 Agosto 2024
TERCIADO Y RECHONCHO, colorado ojo de perdiz, el toro con que se estrenaba en Bilbao la ganadería de Daniel Ruiz fue recibido con un ligero coro de palmas de tango. Las palmas de tango se repitieron también al asomar el segundo y el cuarto de corrida. El toro del estreno se pegó media costalada antes de acudir al caballo y perdió las manos al cobrar dos varas, la segunda, simulada. Fue codicioso y metió la cara, y las dos cosas acentuaron su indisimulable flojera. Besó el suelo al segundo viaje con Ponce ya delante sin previo brindis. De abajo arriba los primeros muletazos para tener al toro en pie, y pasos perdidos por no obligarle más de la cuenta. A pulso intentó Ponce algo por la mano izquierda. Un trasteo ortopédico y parsimonioso, laborioso también, demasiado largo. Una estocada. 

Fue el preámbulo de un fastidioso y plúmbeo espectáculo apenas aliviado, en los estrictamente taurino, por pasajes sueltos de una afanosa faena de Roca Rey con un quinto toro muy cabezón, el más entero de los seis y el único que se empleó medio en serio y por abajo. Y aliviado, además, por los buenos apuntes y el asiento de Pablo Aguado en el toreo no del todo consumado a la verónica y por sus buenas maneras en dos faenas firmes pero sin el hilván preciso. Puestos a hacer distingos, el lote de Aguado fue el de peor nota.  

La primera mitad de corrida fue una desdicha. Los cinco minutos con que se inició el paseíllo, el prólogo obligado en Vista Alegre para el torero que lo hace por última vez -el aurresku ceremonial bailado por un dantzari frente las cuadrillas- y un calor casi pegajoso se dejaron sentir como lastre añadido al pésimo juego del segundo y el tercer toro, brindados uno y otro por Roca Rey y Pablo Aguado al propio Ponce, como obligaba el protocolo y sin tener en cuenta la condición del enemigo.

El tercio de varas en el turno de Roca fue mera ficción y el toro se paró antes de las docena de embestidas contadas: las seis de una apertura por estatuarios abrochados con el natural y el de pecho, y las cinco de una tanda con la diestra de trazo largo y de nuevo el remate notable de pecho. Sin gota de sangre brava, se paró después el toro, que fue, además, bastante mirón. El toro de Aguado, corretón de partida, se rebrincó y apagó sin remedio. Se resistió lo indecible a acudir al caballo. La corrida toda sin excepción, las dos mitades, se lidió en varas con manifiesta desidia. La tropa, mal colocada; el matador, a la derecha del caballo; muchos capotazos de más; una llamativa falta de resolución. 

Ponce brindó desde la boca de riego el cuarto toro, el último de su larga carrera en  Bilbao entre 1991 y 2019, carrera sembrada de momentos memorables. Antes del brindis, y ya picado el toro, Ponce le pegó diez o doce capotazos anestésicos, de doma y reducción, que tuvieron efectos perniciosos. 

Tronchado y molido, el toro claudicó más de una vez, no tuvo una sola embestida larga, no terminó de pasar. Pese a eso, Ponce se empeñó en otro largo trasteo sin brillo ni eco. Un pinchazo, un aviso y palmas cordiales que Ponce salió a recoger a los medios, desde donde se prodigó en reverencias y abrazos que provocaron una ovación de trueno y una vuelta al ruedo rápida pero con una propina inesperada: antes de terminar el recorrido, Ponce estrechó las manos del torilero y sus ayudantes y, luego, fue uno por uno estrechando las de los ocho areneros. El gesto levantó oleadas de aplausos.

Cumplidos los fastos, Roca Rey salió al ataque con el quinto, listo para darle le vuelta a la tortilla con el único toro que mal que bien peleó. Una apertura ligada de rodillas tuvo efecto despertador. Luego, una faena desigual, de trazo algo brusco por la mano derecha, sin parar pies con la izquierda y rematando tandas con soberbios pases de pecho. Roca buscó con éxito el arrimón. No consintió el toro. Unas manoletinas ceñidas antes de la igualada, un pinchazo en la suerte contraria y un sopapo.

Aguado se esmeró sereno con un sexto mole sin gasolina, un puro muermo. Llamó la atención su actitud formal. Más de dos horas y media de festejo. Duro de soportar.

Galería Gráfica: Andrew Moore



















No hay comentarios:

Publicar un comentario