Cuatro años antes de que Zabaleta ascendiera al Everest, el 5 de diciembre de 1976, los capitanes del Athletic de Bilbao y la Real Sociedad, Cortabarría e Iríbar, saltaron al campo portando la enseña araniana, la bandera del PNV, que hoy es la de la Comunidad Autónoma Vasca y que aspira a desplazar a la muy histórica bandera de Navarra para cubrir toda Euskal Herria con esta versión de la Union Jack. El sábado, Zabaleta y Temba hicieron el saque de honor bajo la alargada sombra de José Ángel Iríbar, El Chopo, Txopo para los afectos a la ortografía del Régimen, fundador, junto a los Telesforo Monzón, Patxi Zabaleta, Francisco Letamendia y Jon Idígoras, de la mesa de Herri Batasuna.
La escena, el saque de honor, fue hurtada a los espectadores de las plataformas televisivas de pago, pues LaLiga decidió censurar unas imágenes que son tan importantes como un gol, pues, ¿acaso el fútbol es una esfera ajena a la política? ¿no dijo Vázquez Montalbán que el Barça, cuya web cultiva una ficción antifranquista, pese a la concesión de tres condecoraciones al Caudillo, es el ejército desarmado de Cataluña?
El caluroso homenaje tributado a Zabaleta no es más que una muestra del grado de degradación moral y política al que ha llegado una sociedad privilegiada, la vasca, cultivadora de un supremacismo al que se pliegan muchos sectores de la sociedad española que fantasea con combatir a Franco, pero que no consienten la menor mención de la banda terrorista, publicitada por el proetarra montaraz, pues esta fue derrotada, tal es la narrativa oficial, en tiempos de Zapatero, fontanero de Maduro en la Venezuela que acogió a un puñado de etarras. ETA, en definitiva, ha vencido, y recoge ahora, desde cómodos despachos, los frutos de su terror. Su entorno más cercano, la aplaudidora sociedad vasca, vive al amparo de un anacrónico y pingüe concierto, y los círculos concéntricos de su poder, radicados en Madrid, ceden complacidos a cambio de un rato más en el Gobierno.
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