miércoles, 4 de diciembre de 2024

'MI TORERO' 2 / Epílogo de José Luis Fernández Castillo


El libro Mi Torero 2, nace de una idea de la Tertulia Internacional de Juegos y Ritos Táuricos (T.I.J.R.T.). Formada por aficionados del mundo de la cultura y de distintos países.

EPÍLOGO

José Luis Fernández Castillo
Universidad de Melbourne, Australia

Feliz aquel que atesora recuerdos taurinos, retazos memorables de una faena, un pase, una estocada. Las breves semblanzas que esta nueva entrega de Mi torero contiene dan cuenta de la intensidad, el entusiasmo y la precisión con que los actos de un torero alcanzan el estrato profundo de la memoria de aquellos que supieron contemplarlos. Poco importa que dicha memoria necesariamente modifique algunos hechos, resalte algunas partes en detrimento de otras u omita ciertos detalles que para otro acaso podrían resultar reveladores. La memoria taurina no está sujeta a la obligada fidelidad a los fenómenos propia de una cámara fotográfica o de un espectrógrafo. Responde, más bien, a los principios de la exaltación épica, aunque ello no le impide el dar cuenta con análisis puntillosos de las características técnicas desplegadas por el torero. No puede, sin embargo, quedarse en estas, como las páginas de este libro bien ilustran: derivan hacia un tono propio del epinicio, como toda rememoración admirada de las acciones de un héroe. La tauromaquia es hoy acaso la única práctica viva que permita contemplar la grandeza moral y el valor de un ser humano de la forma más directa y memorable. La única, por lo tanto, que nos permite hoy acercarnos a las inmediaciones del epinicio.

Un epinicio que es, asimismo, memoria personal y colectiva a un tiempo: la épica requiere de una colectividad, de una comunidad. La tauromaquia es, al cabo, su afición. Pero esa afición no se halla flotando en el aire: pertenece al área cultural ibérica y sus ámbitos de influencia; tiene su origen, preciso es recordarlo, en la nación española. En el paraíso plurinacional europeo en el que se proyecta convertir España, no hay ya lugar para cualquier práctica cultural que se salga de los límites ontológico-morales dictados por la anglobalización. Si hay espacio para las rarezas culturales, estas tienen que corresponder a «culturas» minoritarias, localísimas, convenientemente «purificadas» de aquellos contenidos que no se avengan con los principios ideológicos de las sociedades de mercado «occidentales».

La tauromaquia, por su relevancia histórica, estética y ontológica, por su condición de práctica vertebradora en la expansión del área de influencia hispánica a ambos lados del Atlántico, se convierte en un obstáculo —uno más— para aquellos que aspiran al debilitamiento de los vínculos nacionales en España y de los vínculos entre los fragmentos aún vivos del gran naufragio imperial hispánico hace más de dos siglos. La ideología animalista, con su errónea equiparación entre animales y seres humanos, es uno de los burdos instrumentos que se utilizan en este empeño antitaurino, pero no sólo (al cabo, el animalismo en su versión más «fuerte» no goza ni mucho menos de implantación entre las élites, o únicamente en la medida en que pueda ser utilizado para justificar determinadas políticas alimentarias dictadas desde ideologías derivadas de fenómenos como el «cambio climático»). Detrás de dicha aspiración no se halla tan sólo un antihispanismo balcanizante. Hay además una incomprensión cada vez mayor, y un rechazo frontal, de los rituales colectivos vinculados a la tradición. El «mito del progreso» es el espacio en que estos políticos y sus seguidores desarrollan sus posturas ideológicas. Un «progreso» que, supuestamente, se manifiesta de forma englobante, sosteniendo tanto los delirios transhumanistas del «género» como la nueva generación de Inteligencia Artificial. Un «progreso» siempre emancipador, sin contrapartidas ni consecuencias negativas, pura iluminación aparentemente racionalista, ante el cual todos hemos de rendir nuestro intelecto y nuestra voluntad.

A ese «progreso», una práctica como la tauromaquia le resulta en todo punto incomprensible y ajena, como toda otra forma ceremonial que entronque con tradiciones centenarias o milenarias, de inmediato culpables de estar teñidas de componentes anacrónicos: la tradición es un territorio peligroso, radicalmente inferior frente a un presente que, por su mera condición actual, en la medida en que se encuadre en las categorías morales establecidas como «progreso», se convierte en inmediatamente superior.

La crisis de la tauromaquia en la sociedad actual es también, como resultado de la ideología derivada del «mito del progreso», una crisis de lo ceremonial, del rito. Mario Perniola, en su excelente libro Del sentire cattolico, ha dado cuenta de ello: el debilitamiento de los vínculos comunitarios está conectado con la pérdida de un sentido de lo ritual. Un «sentir ritual» que es un modo de «estar junto a las cosas del mundo», siendo que, en la sociedad de mercado pletórico, lo que tendría lugar no sería tanto una pérdida o «alienación» de la subjetividad, sino del propio mundo, de un «mundo común» en el que encontrarnos, frente a una «mentalidad a-mundana, que considera tanto la interioridad como la socialidad a la manera de modos subjetivos de lo existente». El rito sería el proceso antropológico de objetivación radical, de corporización radical, de vivencia plena e irrenunciable de nuestra inmanencia. En el rito realizamos de la forma más intensa el componente más característico y diferenciador de la lengua española: el verbo estar. En la plaza estamos, más acaso que en otros espacios sociales de la civilización.

Sin duda, existen hoy también nuevas formas ritualísticas en las sociedades de mercado pletórico. ¿Acaso podría ser de otra manera, dada la inevitable deriva institucional de toda práctica antropológica? Sin embargo, el rito propio de la modernidad tardía responde a otras necesidades. Toda apariencia de similitud con el ritualismo tradicional es superficial, más allá de funcionalidades muy evidentes. El rito contemporáneo responde a eso que los situacionistas denominaban espectáculo: un simple epifenómeno del dinero, un acto de consumo, al servicio de la necesaria recurrencia del mercado. El espectáculo debe siempre equilibrar los elementos especialmente profundos o ambiguos que por azar contenga con dosis equilibradoras de banalidad. Debe, ante todo, sofocar todo resto verdaderamente trágico y contradictorio en un trasfondo edificante y a ser posible, al servicio de un didactismo que obedezca de forma más o menos velada a los mecanismos del poder político. En dicha banalidad no cabe la rotunda gravitación de la muerte que constituye el ámbito irrenunciable de la tauromaquia. En ella, el espectáculo se inserta en el rito y el rito, en una ontología trágica que, sin negar el vínculo político, remite más allá o más acá: hacia el centro de nuestra inmanencia como seres humanos. Allí podemos encontrarnos todos en nuestro estar. La continuidad de ese sentir ritual de la tauromaquia pasa hoy por la propia continuidad del ámbito civilizatorio hispánico y, más directamente, de la nación española. Tal es su ámbito fundamental de realización. Conviene no olvidarlo en los tiempos que vienen, tan adversos para lo taurino, y obrar en consecuencia, si es que queremos que nuevas generaciones de hispanos (en España, en México, en Colombia, etc.) puedan seguir aprendiendo en las plazas el valor y la belleza.


MI TORERO 2
Tertulia Internacional de Juegos y Ritos Táuricos (TIJRT)

Madrid, 2024
Ilustración: Plaza de toros, Mario Martín Crespo
Edición: Fernando Carbonell y José Campos Cañizares
  • MATADOR
Raúl Fernández Vítores
  • EL MAESTRO RAFAEL ORTEGA DOMÍNGUEZ
José Carlos de Torres
  • MANOLO VÁZQUEZ
Carlos Martínez Shaw
  • CURRO ROMERO: UNA EXPERIENCIA ESTÉTICA PROFUNDA
José Suárez-Inclán.
  • SANTIAGO MARTÍN «EL VITI»
Rafael Cabrera Bonet
  • ANDRÉS VÁZQUEZ. DOS TIEMPOS A LA VEZ
Evaristo Bellotti.
  • RUIZ MIGUEL: LIDIAR Y LIDIARSE
Valentín Moreno Gallego
  • CURRO VÁZQUEZ
Jacobo Gavira Vázquez de Parga
  • EL PRODIGIO QUE ERA LA MULETA EN SU MANO IZQUIERDA. MIGUEL ESPINOSA «ARMILLITA»
José Antonio Luna Alarcón
  • PEPÍN JIMÉNEZ TORERO DE CULTO
Yolanda Fernández Fernández-Cuesta
  • «EL APARECIDO»
Antón Lamazares
  • CÉSAR RINCÓN O HABLAR CON LOS DIOSES
José Campos Cañizares
  • MANUEL JESÚS «EL CID»: LA ELEGANCIA Y EL CLASICISMO
José Ramón Márquez
  • EPÍLOGO
José Luis Fernández Castillo
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Mario Martín Crespo, Plaza de toros, tinta sobre papel, 10 x 15 cm, 2022

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