sábado, 22 de noviembre de 2025

El niño y la ética del toreo / por José Carlos Arévalo


'..El niño admira al héroe y sus valores. Y en la plaza aprende el respeto a la maestría, la ética del valor y la sublimación de lo real a través del arte. Y, sobre todo, admira al hombre que compromete su vida con su obra. A la par, y esto es interesante y lo he comprobado, el niño siente respeto por el toro y su bravura..'

El niño y la ética del toreo

José Carlos Arévalo
1. Alguna Comunidad Autónoma de este país prohíbe que los niños vayan a los toros. Entiende la Autoridad que así lo dispone el daño que la lidia de un toro puede provocar en la formación del niño. Y es de suponer que sus razones tendrá. Y digo suponer porque no las da. Se conoce que las considera obvias. Por su parte, el aficionado también tiene derecho a suponer. Para no andarse por las ramas supone que, en el mejor de los casos, dicha Autoridad no tiene razones sino prejuicios.

2. De modo que el aficionado, ingenuamente sorprendido, reflexiona y se pregunta si después de una corrida, cuando sale de la plaza, es más bueno o es más malo. Y piensa si sus mayores, padres, tíos, abuelos, eran buenas o malas personas porque todos iban a los toros. Y se pregunta si los niños que van a los toros son más malos que los niños que no han pisado una plaza. Y cree que se debería felicitar a las autoridades inglesas e italianos por sus angélicos niños, ya que en dichos países no hay una sola plaza de toros. Y se plantea si los franceses, tan cartesianos, no han comparado la inclinación hacia el mal de los niños franceses del sur, donde pueden ir a los toros, con la inclinación hacia el bien de los niños franceses del norte, que nunca han ido a los toros. Y no se siente responsable de sus ridículas reflexiones, motivadas por la desconcertante bobería de la Autoridad represora.

3. Entonces, la memoria del aficionado le trae del olvido una anécdota que corta en pedacitos la franciscana censura del presunto defensor de niños. Hace muchos años, en el Instituto Ramiro de Maeztu donde este aficionado cursaba la “primaria”, los viernes por la tarde había cine en su espléndida sala de proyección. Aquel día ponían una película de Tarzán y la sala estaba a tope para ver al héroe de la selva. En la película había una escena muy fuerte: Tarzán debía atravesar a nado un caudaloso rio. Y, en efecto, salta al agua y bracea a crol. Pero desde el borde del rio lo ha visto un cocodrilo e inmediatamente se lanza al agua. Obvio, el siguiente plano capta el encuentro de ambos, la furiosa acometida de la fiera y y la habilidad de Tarzán, que se abraza a ella. Los siguientes segundos son bestiales, emocionantísimos, hasta que el héroe saca un cuchillo de su taparrabo y raja el vientre del cocodrilo de arriba abajo. El agua se tiñe de sangre. Y todos los chicos explotan de emoción y ovacionan a su héroe. No hay la menor disidencia. Y ahora me pregunto: ¿Cuál sería el estupor de los profesores allí presentes si los chicos nos hubiéramos puesto de parte de cocodrilo?

4. La cuestión no es baladí, pues en estos tiempos tanto la mencionada Autoridad política, como todo el movimiento animalista antitaurino, están de parte del cocodrilo. No procede ahora repetir la argumentación ética del hecho taurino, ampliamente comentado a lo largo de esta serie de artículos con incuestionables razones. Pero sí destacar lo oportuno de esta anécdota infantil. Porque el niño es una consciencia en blanco, sin condicionamientos culturales ni morales. Su reacción ante los hechos está libre de influjos y apriorismos, responde a una ética natural, anterior a la cultura, de la condición humana: la situación “toro agresivo = hombre en peligro” es idéntica a la que se generó en los chavales que veían a Tarzán luchar con el cocodrilo, exactamente la misma que provoca el toro cuando embiste al torero. Es decir, una reacción solidaria consustancial del ser humano.

Y 5. El niño admira al héroe y sus valores. Y en la plaza aprende el respeto a la maestría, la ética del valor y la sublimación de lo real a través del arte. Y, sobre todo, admira al hombre que compromete su vida con su obra. A la par, y esto es interesante y lo he comprobado, el niño siente respeto por el toro y su bravura. Es como si pensara que es un agresor inocente. ¡Qué le vamos a hacer, así es el niño aficionado a los toros!

-Próximo artículo: La corrida de toros, un nuevo género escénico.

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