viernes, 21 de noviembre de 2025

Sólo Dios basta, Rafael / por Jaume Vives


Sólo Dios basta, Rafael

Por Jaume Vives
Me llega la publicación en redes de Rafael Narbona, escritor y profesor de filosofía. Sus palabras han dado la vuelta a España por la dureza de su testimonio y la desesperanza con que lo narra. Cuenta lo duro que está siendo para él superar los sesenta años sin hermanos, sin hijos, sólo con su esposa y unos amigos que, insiste en varias ocasiones, ni de lejos cumplen la función de ser una segunda familia.

«Qué duro es superar los 60 años sin familia. Mi mujer y yo no tenemos hijos ni sobrinos. Yo he perdido a mis tres hermanos y mi mujer sufre algo peor: la desafección de dos hermanos por culpa de una herencia. Los amigos sólo son una brizna de afecto en el vasto océano de la soledad. Y no cabe esperar nada de la sociedad. En una gran ciudad, nadie conoce a nadie. Ya no existe sentido de comunidad».

La suya es la historia de la generación del futuro, por eso genera tanta tristeza y desasosiego. No es un caso aislado. Es la epidemia que nos viene. Y la gente en el fondo lo sabe y lo teme, aunque casi nadie tenga la valentía y la honestidad de contarlo. Siento profunda lástima por lo que he leído.

Cuenta en numerosas ocasiones que se arrepiente de haber cosechado amistades entre gente de derechas (se define como socialista y animalista), pero no creo que sea un tipo sectario en absoluto ni cegado por el odio. Responde así a una votante de VOX que comenta su publicación: «Personalmente, le deseo lo mejor. Ideológicamente, espero que recapacite y se vuelva más moderada». Respuesta propia de un caballero.

Quizá por eso me parece particularmente triste su mensaje. Está escrito desde el dolor que nace de lo más profundo del corazón. Es un dolor sincero, auténtico, herido, que sale a flote, no encabritado y arremetiendo contra todo, sino humillado, cabizbajo, buscando respuestas aunque no haga preguntas. Se siente solo, arrojado a este mundo. Si no hay meta, ¿cuál es el camino? Sus palabras son puñales al corazón, heridas de muerte, la actitud lógica de una sociedad que ha puesto un muro entre este valle de lágrimas y la eternidad.

No es una denuncia, es una llamada de auxilio. Todo se desmorona y necesita creer en algo, saber que algo, por pequeño que sea, tiene sentido. Porque como bien dice:

 «Cioran escribió: ‘Imagino mis cenizas desperdigadas por todo el planeta, frenéticamente agitadas por el viento, diseminándome en el espacio como un reproche contra este mundo’. No puede imaginarse otro futuro para cada uno de nosotros si sólo somos un capricho de la evolución, una pavorosa forma de azar».

Ese es el núcleo de la cuestión. El problema no es tener, como tiene, una biblioteca de veinte mil ejemplares dedicados y sin heredero, el problema no es no tener hermanos, o no tener hijos porque la biología no ha colaborado. Eso son cruces que a uno lo hacen sufrir (y a veces mucho) pero que adquieren algo de sentido (sólo algo porque siempre será un misterio desgarrador), cuando descubrimos que «no somos un capricho de la evolución, una pavorosa forma de azar».

Alguien nos ha engendrado y con un amor muy imperfecto nos ha amado de un modo incondicional como ningún otro ser en el planeta (y en eso tiene razón, los amigos no aman así). Pero, antes que por nuestros padres, fuimos pensados y amados por Dios que, para todos, también para Narbona, tiene un plan. De Él venimos y a Él (después de heridos en este valle de lágrimas) vamos.

El amor paterno nos hace vislumbrar, aunque muy pobremente (pero sigue siendo el mejor reflejo en la tierra), el amor que Dios nos tiene. Nuestro corazón está hecho para un amor más grande. No somos un capricho del azar. Y eso que por el intelecto podemos descubrir (y no me cabe duda alguna de que también Narbona), tenemos que vivirlo.

Porque viviéndolo es del único modo en que la falta de hijos, la enfermedad, la soledad o la muerte no tendrán la última palabra. La última palabra está escrita con letras eternas. Descubrirlo nos da la gracia necesaria para abrazar realidades tan desgarradoras como las que cuenta Narbona.

Y como no estamos hechos para la nada, cuando vivimos sin Dios, sin meta, perdidos por los infinitos caminos que se enredan en la montaña, acabamos desorientados, deprimidos, tristes, sin esperanza y ansiosos. Con miedo. Porque nuestro corazón tiene dueño, y pretender ignorarlo poniendo un muro de por medio no nos libera, nos hiere.

«Cuando Teresa de Jesús dijo ‘Sólo Dios basta’, sabía que sólo el Absoluto, sea lo que sea, puede salvar al ser humano del desamparo y la sensación de impotencia», dice Narbona.

Rafael, nada te turbe, nada te espante, sólo Dios basta. Es un acto de fe, sí, pero acompañado de la razón y confirmado por el corazón. Te deseo que algún día, como santa Teresa, en medio del dolor y el sinsentido, tú también puedas decir «Sólo Dios basta». Que la fe, la razón y el corazón te acompañen y guíen en este difícil y arduo, aunque también hermoso, camino de la vida, que no es ni capricho ni fruto del azar, sino el preludio de algo muy grande que «ni ojo vio ni oído oyó». (1 Cor 2,9)

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