domingo, 9 de noviembre de 2025

Los encapuchados son sus socios / por Roberto Granda

Miembros de los GKS - Gazte Koordinadora Sozialista en un acto del grupo.

'..En el campus, además de enfrentarse a la policía y reventar una conferencia (la libertad de expresión no es antifascista) la emprendieron a golpes contra un periodista, le arrearon entre cinco, porque si algo sabemos de estos hijos de la endogamia, es que no hay en España grupo político ni humano más cobarde que los abertzales, sólo emparejados con las ratas de cloaca..'

Los encapuchados son sus socios

Roberto Granda
Son los de la batalla campal en la universidad navarra del otro día, se llaman Gazte Koordinadora Sozialista (GKS), van de negro (inspiración de la Marcha sobre Roma, supongo), Otegui les parece un carcamal burgués demasiado integrado en el sistema y Vito Quiles un peligroso fascista. Es verdad que al Arnaldo terrorista, al Arnaldo secuestrador, le gustaba jugar a la ruleta rusa con su rehén, y el asesinato de Miguel Ángel Blanco le pilló relajándose en la playa, pero a estos cachorros del independentismo radical vasco, el currículum de una vieja gloria no les impresiona, y seguramente no sepan quién era Blanco, porque no habían nacido y no son jóvenes muy propensos a los libros, a documentarse, o a cualquier tipo de inquietud que no sea la violencia, el calimocho y el despropósito ideológico.


En el campus, además de enfrentarse a la policía y reventar una conferencia (la libertad de expresión no es antifascista) la emprendieron a golpes contra un periodista, le arrearon entre cinco, porque si algo sabemos de estos hijos de la endogamia, es que no hay en España grupo político ni humano más cobarde que los abertzales, sólo emparejados con las ratas de cloaca.

De sus hermanos mayores, los etarras, era conocida su tendencia a perder el control de los esfínteres en el momento de la detención. Uno de los casos más notorios fue el del Carnicero de Mondragón, que el GAR lo encontró en Hernani escondido dentro de un agujero en una habitación, y se había hecho las deposiciones encima. Es verdad que de aquella el GAR solía tirar a matar, aunque poco lo hizo, para mi gusto.

Nuestra izquierda más detestable de lo que ellos mismos llamarían «estatal» aplaudió la labor de los encapuchados de Navarra como un heroico acto de resistencia antifascista. Ellos reflexionan (es un decir) sobre la importancia del enfrentamiento, de pararle los pies a la ultraderecha, aunque la ultraderecha sea una conferencia de un chaval en camisa o un periodista con una alcachofa al que mandaron a currar allí.

Dentro de unos días se cumplirá medio siglo de la muerte de Franco y siguen los zumbados agitando espantajos que ya sólo habitan en sus seseras. Hoy en día, ese sobado antifascismo únicamente es un salvoconducto para aglutinar a mermados, adolescentes desamparados con el núcleo familiar reventado, tontos de babero sin muchos objetivos vitales, chavales pirando clase en el instituto y nostálgicos de la hoz y el martillo que nunca han cogido una pala o un taladro.


Se convocan siempre para hacer multitud y hacen de cualquier intento de debate público una atmósfera insostenible. Dentro de su limitadísima percepción de la realidad, sólo pueden hablar los que ellos consideren, y la única noción de intercambiar ideas es darse la razón mutuamente en una herriko taberna, o cualquier antro ultraizquierdista de mala muerte de esos con un montón de pegatinas por las paredes y olor a bayeta de fregar.
Se remueven entre populismos regresivos, el provincialismo más primario, el subidón de la cacería y el sentido de pertenencia cuando van en manada.

Esto ya pasó hace años (qué viejos nos estamos haciendo) con Rosa Díez y los que luego fundarían Podemos. Fue en Madrid y en una versión menos violenta, pero en un sitio que era una sucursal de los batasunos en la capital. Los comunistas en Madrid, desde la era ZP y el fin de los asesinatos, muestran una abierta simpatía y mutua complicidad con la izquierda abertzale, sobre todo ahora que están en el Congreso. También el estrambótico dúo de los Iglesias-Montero hablan mucho del antifascismo y esa retórica exaltada de lucha y combate, aunque en cuanto notan algún movimiento cerca llaman al GRS, porque las pulsiones revolucionarias son mucho más provechosas cuando tienes a la Guardia Civil de tu lado.

La triste novedad, síntoma de estos tiempos, presumo, es que antes los abertzales, los batasunos del entorno de ETA, tenían el apoyo de los suyos, en sus nichos y fortines, y poco más; en la sociedad española había un consenso donde se rechazaba ese delirio supremacista de los zumbados legatarios de Sabino Arana y sus gudaris palurdos homicidas.

Pero ahora, esa escisión revoltosa de Sortu, con un radicalismo activo que ha vuelto a brotar gracias al blanqueamiento y al pacto PSOE-Bildu, tiene la simpatía de cualquier pelafustán de, yo qué sé, Sanlúcar de Barrameda y afiliado a IU, que da palmas con las orejas y celebra lo que pasó en la Universidad de Navarra más contento que si el RKKA hubiera izado la bandera soviética sobre Berlín.

Y eso va desde ese afiliado gaditano hasta tertulianas analfabetas de berrido en televisión, pasando por tuiteros anónimos que vuelcan sobre la red sus miserias hasta llegar a ministros del Gobierno. Porque ese ruido y ese desorden violento vendido como freno a la ultraderecha le viene genial a Pedro Sánchez, partidario de agudizar las cosas y enfrentar, ponerlo todo en el punto de ebullición que le gusta a él, que es al máximo. Nos conviene que haya tensión, decía su mentor. Y, a fin de cuentas, los encapuchados de las agresiones son sus socios. Son sus chicos.

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