Sólo queda que el aficionado no tire la toalla, que aguante y presione, que haga oír su voz, que pida, que se rebote, que clame contra lo que no le guste, que no trague, que no se deje engatusar por falsos cantos de sirena ni por asociaciones manipuladas -cuando no creadas ex profeso por los mismos taurinos o quien les asesore en la sombra-, que en vez de velar por sus derechos hacen el caldo gordo a sus amos para que estos les pasen la mano por el lomo de vez en cuando…
Artículo relacionado:
¿Quién pone el cascabel al gato?
Aunque lo de Cataluña y sus independentistas haga creer que no hay vida más allá de sus milongas, la vida sigue, se extinguirá este incendio y otros volverán a poner nuestra alma -frágil y pecadora- en vilo. El artículo de Antonio Lorca, verbigracia, que ya ha puesto a cavilar a profesionales y aficionados. Especialmente a los aficionados, aquellos tienen el cuero grueso y curtido y les afecta poco. Y eso que ya venía avisándolo: hace unos años, en agosto de 2016, ya publicó otro en parecidos términos y similar contenido.
No es nuevo, por tanto, ni en tiempo ni lugar, y los males que enumera y disecciona el colega en El País afectan al mundo del toreo como lo hacían ya hace cincuenta, cien o más años. Desde que se inventó, podría decirse. Y no es mucho más idílico el panorama en otros sectores: echemos de nuevo la vista a la cosa política: para salir corriendo, pero ¿a dónde?. O al deporte, campo en el que hay materia para escoger a barullo, donde los escándalos están a la orden del día y hasta en competiciones infantiles se dan casos que te hacen renegar de la humanidad. O al campo del espectáculo, en el que no hay día que no se desvele un desmán…
Mafias, monopolios y abusos los hay allá donde haya negocio y dinero que trincar. Y no por ello hay que darlo por bueno, pese a que en muchos casos se haya institucionalizado o se camufle con la apariencia del poder. La corrupción existe desde que apareció el hombre sobre la faz de la tierra y hoy Diógenes tendría que abrir sucursales para poder hallar un hombre honrado y Mary Poppins colegios en los que instruir a ayas que inculcasen a sus pupilos la alegría de vivir sin estar pendientes de la cartera ajena.
Cierto es que el artículo de Lorca, al que el aparato oficial tilda de antitaurino y enemigo de la fiesta, muestra todo lo que hemos hecho mal alrededor de este toro que ha dado lugar a una de las celebraciones más extraordinarias de la Humanidad: intereses, envidias, desidia, negligencia, abuso de poder, ambición desmedida, ninguneo del cliente y un largo etcétera de conductas reprobables y que no son de hoy, precisamente. Y no por ello quiero, o pueda parecer que quiera, justificar algo injustificable. Pero ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿los propios toreros, a quienes parece – sobre todo a los que van arriba del caballo- que no les va tan mal y a los que sólo les preocupa torear? ¿Los ganaderos, que no miran otra cosa que criar animales que se lidien y, a ser posible, por esos toreros que poco se preocupan de que mejoren las condiciones de su trabajo? ¿Los políticos, que nunca, ni ahora ni antes, han tenido más interés por la fiesta nacional que el tener sitio en callejones y barreras para invitar a sus pares? Pues sí, en eso están pensando… ¿La prensa? ¿Qué prensa, si la mayoría de la especializada está uncida al sistema y que aquí cada cuál se aliste en el bando que considere? ¿La generalista, a la que el tema le trae, en el mejor de los casos, sin cuidado y en el peor hace todo lo que puede por hacer más grande el boquete y que esto se vaya al garete?
Como en la fábula del siglo XIII, llegados a este punto, a ver quién es el valiente.
Sólo queda que el aficionado no tire la toalla, que aguante y presione, que haga oir su voz, que pida, que se rebote, que clame contra lo que no le guste, que no trague, que no se deje engatusar por falsos cantos de sirena ni por asociaciones manipuladas -cuando no creadas ex profeso por los mismos taurinos o quien les asesore en la sombra-, que en vez de velar por sus derechos hacen el caldo gordo a sus amos para que estos les pasen la mano por el lomo de vez en cuando…
Y tampoco está de mas recordar que, pese a tanto agorero -y no me refiero a Lorca-, mientras exista un toro y un hombre dispuesto a enfrentarse a él, esto no desaparecerá.