miércoles, 12 de diciembre de 2018

Medellín esquela mortuoria / Por Jorge Arturo Díaz Reyes


Medellín “Centro de Espectáculos Macarena”. Paseíllo 14 de febrero de 2015. Foto: J. A. Díaz

Para qué buscar culpables ahora. Para qué, sí al señalarlos en vez de repudio ganarían parabienes y quizás algunos treinta monedas… sin que tuviesen la decencia de ahorcarse después.

Medellín esquela mortuoria
*Lo Kitsch en el toreo XIX*

Cali, diciembre 11 de 2018
Como la muerte de Santiago Nasar, la de las corridas en Medellín estaba cantada. Lo sabían todos, pero nadie la pudo impedir. La venta del “Centro de espectáculos Macarena”, (que no plaza de toros desde hace quince años), y el aborto tardío de la temporada inminente, no fueron la causa, solo el estertor final.

Ahora me resulta imposible no volver al sábado 22 de febrero del 2003. César Rincón, Manuel Caballero y Pepe Manrique acababan de lidiar, sin pena ni gloría, toros de Las Ventas. Yo iba para la corrida del otro día en Bogotá y junto a la Puerta de San Juan, di con premura dos adioses muy tristes. Primero, a esa plaza de mi juventud pues pronto comenzaría su demolición, y luego al viejo aficionado Reinaldo Wolff, habitual en ella desde su inauguración. Fiel, estuvo de la primera a la última. Pagando siempre.

—Mañana me hospitalizan —dijo. Nos abrazamos con la certeza de que no nos volveríamos a ver. Y así fue, murieron ambos de una. En medio del alborozo insultante con que muchos cantamañanas “taurinos” promocionaban oficiosamente la destrucción de la querida, la histórica Macarena y su reemplazo por el esnobista, disfuncional y lúgubre recinto; donde a media luz, aislada entre indiferentes autopistas de alta velocidad, agonizó la fiesta tres lustros.

Vida artificial, años agregados, aguantados por el terco empeño del empresario Santiago Tobón y la lealtad de los pocos de siempre, hijos, nietos y sobrinos de Reinaldo entre ellos. Los demás abandonaron un espectáculo exclusivista, que al final se atrincheró a precios muy altos en la parte más baja del tendido. Negándose a popularizar el costo de las entrada y readmitir al pueblo.

La hostilidad de los antitaurinos a todo nivel sumó. Desde los agresores callejeros hasta los políticos regionales que transfiguraron el templo y apretaron el cerco. Pasando por los puristas iracundos, quienes a cambio de cerrar filas en defensa, reforzaban el asedio desacreditando (muchas veces con razones) el rito e invitando al ausentismo.

Complicación de males, a la cual esta paciente afición sostenida solo por su fe (más qué cultura taurina) ya no podía resistir. Hasta la fecha de cancelación solo había comprado trescientos abonos...

Para qué buscar culpables ahora. Para qué, sí al señalarlos en vez de repudio ganarían parabienes y quizás algunos treinta monedas… sin que tuviesen la decencia de ahorcarse después.

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