miércoles, 24 de agosto de 2022

Bilbao, pocos pero cabales / por Pla Ventura


Mal pinta la cosa en Bilbao. Lo que sí prevalece en dicho coso es la seriedad y el rigor de los pocos aficionados que allí se congregaron. Lo digo porque, las faenas que vimos, en cualquier plaza se vuelven locos por dar orejas y aquello hubiera acabado como suele pasar en tantísimos cosos, con el triunfalismo como norma pero sin ver el toreo que todos soñamos. 


 Bilbao, pocos pero cabales

Pla Ventura
Toros de Lidia / 24 agosto, 2022
El problema de Bilbao se ha tornado insalvable, ya lo dijimos en la última feria del 2019 en que, teníamos la impresión de que los aficionados habían desertado de dicha plaza y, en esta ocasión se ha hecho realidad aquel mal presagio porque, en los cuatro festejos que se han celebrado en Vista Alegre, la ruina económica es de espanto. Apenas un cuarto de aforo para ver a Miguel Ángel Perera, Ginés Marín y Ángel Téllez. Una figura consagrada, Perera, un torero que acude a todas las ferias, Marín y la revelación de San Isidro, Téllez, no congregaron a nadie. Eran pocos, es cierto, pero me resultaron cabales.

Se lidiaron toros de Garcigrande que, algunos, tenían muchas posibilidades de triunfo, especialmente el lote de Ginés Marín. La peor suerte se la llevó al que más falta le hacía, Ángel Téllez pero, pese a todo, con un toro huidizo y manso como su primero le endilgo varias series de naturales de antología, algo que nadie esperábamos dado el comportamiento del toro que, como explico, era para aburrir al mismísimo Paco Camino de haber estado en el cartel. Tampoco tuvo material adecuado en el sexto al que intentó por todos los medios hasta el punto del hastío y aburrimiento. Y Téllez, que suele fallar mucho con la espada, en esta ocasión, cuando no valía para nada, tumbó a su enemigo de una estocada.

Decía yo aquello del hastío y es muy cierto. Un festejo no puede durar casi tres horas cuando, como sucedió, apenas pudimos ver nada reseñable. El sopor se adueñó del gentío y, sin duda, de los que vimos el festejo por la televisión. Pasar una tarde bostezando en los toros es el peor signo que pueda existir para un festejo que, ante todo, debería de estar plagado de emoción puesto que, en honor a la verdad, la corrida estaba muy bien presentada y, algunos toros como el primero de Perera, eran para hacer el toreo en su más bella pureza pero, el extremeño ya está de vuelta de todo, no convence, no cautiva y sigue siendo tan insulso como siempre pero, atrás ha quedado la novedad de cuando se doctoró y que tenía aquellas formas arrebatadoras. Como explico, su primero le ofreció enormes posibilidades para el triunfo grande y, Perera le enjaretó muchísimos pases pero el toreo de verdad no llegó. Los comentaristas cantaban la gesta a medida que transcurría la faena y, tras matar de un pinchazo y estocada nadie dijo esta boca es mía lo que viene a demostrar, como dije, que los pocos que habían en los tendidos eran muy cabales. Peor funcionó todo en su segundo enemigo en el que el diestro anduvo voluntarioso, pero ahí murieron todos los intentos. Si tenemos que basar las faenas en el número de mantazos y no encontramos la belleza del arte, apaga y vámonos.

Ginés Marín se llevó el lote más propicio para el triunfo, especialmente su primero que, era una máquina de embestir. Marín le endilgó noventa pases, así, contados uno por uno y tras aquella faena de “apoteosis” terminó con el toro de estocada y descabello y apenas tres despistados pidieron la oreja. Este diestro, como la mayoría de sus compañeros, lo basan todo en la cantidad y, al parecer, nadie les ha dicho que lo que en verdad vale es la calidad, algo que Curro Vázquez debería de repetirle a diario. Su segundo enemigo al que a priori tenía pocas posibilidades para el triunfo, ya en la muleta quiso colaborar muchísimo con el diestro que, una vez más estuvo reiterativo, pesado, aburrido y sin alma. Faena de un metraje interminable, como todas las del festejo. Mató de estocada, tardó “una hora” en toro en doblar y el señor Matías González, para que aquello no acabara como un entierro de tercera le dio una generosa oreja.

Mal pinta la cosa en Bilbao. Lo que sí prevalece en dicho coso es la seriedad y el rigor de los pocos aficionados que allí se congregaron. Lo digo porque, las faenas que vimos, en cualquier plaza se vuelven locos por dar orejas y aquello hubiera acabado como suele pasar en tantísimos cosos, con el triunfalismo como norma pero sin ver el toreo que todos soñamos. Los toreros deberían de tomar nota, todos, de Juan Mora que, en una tarde otoñal en Madrid, con apenas dieciocho muletazos le cortó las dos orejas a un toro pero, ¡qué muletazos! Jamás los olvidaremos.

Si todo lo basamos en la cantidad puede ocurrir que, como la televisión trasciende más allá de lo debido, muchos aficionados, sabedores de que la vulgaridad se hará presente en festejo prefieren quedarse en casa fresquitos con el aire acondicionado o, en su defecto, marcharse a la playa que es más gratificante.

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