El templo Eraklión, de la Atlántida
La Sangre del Toro
La Sangre del Toro
Plácido González
Si curiosos pudieron parecer los datos que aporté al hablar de la carne del toro, de su utilización y consumo, de las creencias en torno a los poderes genésicos de la misma etc., no menos interesantes son también las creencias en los poderes purificadores o nocivos que se le atribuían a la sangre de los animales en general y a la del toro en particular, si esta era ingerida por el hombre.
No cabe duda que la sangre desempeñó un papel importante en los ritos sacrificiales con cualquier clase de víctimas. Ese líquido vital representaba la vida misma y estaba prohibido su consumo por mandato bíblico: ”… porque la vida de toda carne es la sangre; en la sangre está la vida. Por eso he mandado yo a los hijos de Israel: No comeréis la sangre de carne alguna, porque la vida de toda carne es la sangre; quien la comiere será borrado.”(1), al tiempo que se establecía, en el pacto que Dios realizó con Noé, sangrar las carnes antes de consumirlas: “Solamente os abstendréis de comer carne con su alma, es decir, su sangre…”(2), por tanto, todo aquel que comiese la carne sin sangrarla era reo de una serie de castigos o calamidades, que le serían enviadas por la divinidad.
A pesar de las amenazas bíblicas y de los males que podía acarrear su ingestión, la utilización de la sangre del toro estuvo rodeada de tantas significaciones y creencias como veremos a continuación.
Platón nos describe, en el “El Kritías”, la forma de utilizar la sangre del toro por los reyes de la Atlántida, cuando lo inmolaban al dios marino Poseidón a quien, por cierto, siempre se le inmolaban toros negros. Con la sangre del toro se rociaban entre ellos, a modo de ritual purificador y se impregnaba con ella una columna de oricalco colocada en el centro del templo de Pseidón –el Eraklión-, donde estaban escritas las leyes de la Atlántida: “… Después de terminar el sacrificio y consagrar todas las partes del toro, llenaban de sangre una crátera y se rociaban uno a uno con unas gotas de ella.. A continuación, sacando alguna sangre de la crátera con copas de oro… bebían la sangre y depositaban la copa como exvoto en el santuario del dios.”(3)
Uno de los diez reyes de la Atlántida, llamado Anthia, parece ser que vivió en Zamora, donde se halló una estatua del “domador de toros”, titulación con que se invocaba a Poseidón. (4)
En el rito del Taurobolio o sacrificio del toro, la sangre era el elemento esencial en los ritos de iniciación dedicados a los misterios de Atis-Cibeles (la de la fértil tierra y señora de las fieras) y al dios iranio Mitra. En ambos casos se incluía el bautismo del iniciado, o del sacerdote, con la sangre de un toro recién sacrificado. El culto a Cibeles se introdujo en Roma hacia el 204 a.C., en tiempos del general Publio Cornelio Escipión “El Africano”(236-183 a.C.), cuando en su lucha contra Aníbal, al final de las guerras Púnicas, consultaron los libros sibilinos (eran unos libros mitológicos y proféticos de la antigua Roma) y éstos predijeron que Aníbal sería arrojado de Italia en cuanto trajeran el culto de Cibeles a Roma. (5)
En España fue introducido su culto de la mano del Emperador Augusto (Cayo Julio César Octavio, 63 a.C. 14 d.C.), quien sentía una especial veneración por Cibeles.
Según se cita en la biblioteca Celtiberia.net: “La aparición en el pasado año 2000, en la muralla de Barcino, de un relieve del dios Attis, y fechado en la primera mitad del siglo I d.C. por los especialistas, permite asegurar que el culto a Cibeles y a Attis está presente en la ciudad de Barcelona desde el mismo momento de su fundación por Augusto a finales del siglo I a.C.”.
El ritual lo realizaba el sacerdote oficiante, tal y como lo relata el poeta hispano Aurelio Prudencio (348-410 d.C. uno de los mejores poetas cristianos de la antigüedad) en su Peristephanon (Libro de las coronas de los mártires).
En el relato que dedica al Martirio de San Román, nos describe el rito del Taurobolio de la siguiente manera: “El sumo sacerdote se oculta bajo tierra en una fosa preparada, para recibir su consagración en esas profundidades… ceñida su cabeza con el sagrado turbante… adornando su cabellera con corona de oro, ajustando la toga de seda a la manera gabia.
Con tablones de madera colocados sobre la fosa construyen una tarima escénica, que queda abierta por muchas partes…; inmediatamente hacen rendijas o agujerean la plataforma… con múltiples golpes de barrena… Allí conducen un toro enorme de frente fiera y erizada, atado con guirnaldas de flores por los lomos o en su cornamenta encadenada; brilla también el oro en la frente de la víctima y recubre su pelo el fulgor de láminas doradas.
Luego que han colocado ahí el animal que ha de ser inmolado, le abren el pecho con el cuchillo sagrado: la ancha herida vomita una oleada de sangre hirviente, y sobre las planchas del puente que hay debajo del toro se derrama un encendido torrente de sangre y expande su calor por todas partes.
Entonces, por los numerosos canales de las mil rendijas, el borbotón penetrante de la sangre llueve su podrida corriente, que recibe el sacerdote metido dentro de la fosa, exponiendo su cabeza sucia a todas las gotas, infestando su vestido y todo su cuerpo.
Templo de Mitra en Roma
Contaba, además, con cocina, cámara doble y tres “triclinios”, que eran estancias dedicadas a la celebración de banquetes ceremoniales (donde los romanos celebraban una comida tradicional, en el aniversario de sus difuntos), así como el foso donde se introducía el sacerdote, o el neófito, para recibir la sangre del toro sacrificado, en el rito del Taurobolio. La antigüedad del templo, se cree, se remonta a los tiempos del emperador Claudio (41-54 d.C.) o tal vez de fecha anterior.
Tanto los cultos a Mitra como a Cibeles, parece ser, fueron prohibidos definitivamente por el XVII Concilio de Toledo del año 694, convocado por el rey visigodo Égica (padre de Witiza) y presidido por el obispo de Toledo Sisberto.
En Egipto usaban un remedio para hacer desaparecer el emblanquecimiento de los cabellos, la famosas canas, y se conseguía mediante una pócima con la ”sangre de un buey negro, mezclarla con aceite y untar la cabeza”, descrito en el Papiro de Ebers. Al parecer creían que las propiedades de un individuo estaban contenidas en su sangre. Por ello el color negro del buey podía transmitir estas cualidades, a través de su sangre, a los cabellos del hombre.(8)
Otra modalidad del uso dado a la sangre de los toros la encontramos en el rito del juramento de los siete caudillos aliados contra Tebas, descrito por Esquilo (525-456 a.C.), en cuya ceremonia hundían las manos en la sangre de un toro, recogida dentro del hueco de un escudo. (10)
Otra variante es la creencia en el aspecto purificador o lustral de la sangre, de los toros sacrificados, que aún se mantenía al comienzo de nuestra Era, entre los judíos, lo descubrimos en la epístola de San Pablo a los Hebreos: “ Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros y la aspersión de la ceniza de la vaca santifica a los inmundos y les da la limpieza de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo…!”(13), y más adelante, en la misma epístola, dice el apóstol: “…Pero en esos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados, por ser imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos borre los pecados”(14). En realidad lo que hace San Pablo, en esa epístola, no es ensalzar precisamente las virtudes de la sangre del toro, sino condenar antiguas creencias ya en desuso, aunque pone de manifiesto la existencia y permanencia, aún, de dichas costumbres entre los gentiles y las rechaza con rotundidad.
Por ello, en el mundo romano, eran los animales favoritos para ofrecerlos a Júpiter y a la “Tellus Mater”(una diosa que personificaba la Tierra) en los ritos agrarios o de fecundidad de los campos, como ocurría en los ritos llamados “Fordicidia” u “Hordicidia”(de fordus u ordus, “vaca preñada”), dedicados a ésta diosa. Se celebraban hacia el 15 de abril para asegurar la fecundidad de los campos y la abundancia de las cosechas, sacrificando vacas preñadas.
A este respecto los partidarios del origen religioso de las corridas de toros, se basaban en ciertos ritos agrarios existentes en una vasta área histórico-cultural, desde el Japón a Madagascar, que “consiste en hacer luchar dos toros entre sí y sacrificar al vencedor, o sencillamente en sacrificar toros en primavera, siempre con la finalidad mágico-religiosa de vigorizar los sembrados con sangre de los toros”.(10) Una costumbre original la encontramos, en la actualidad, en el pueblo zamorano de Benavente, donde se celebra la “Fiesta del Toro” el día del “Corpus Christi”, donde tras correr el toro enmaromado y después de ser sacrificado y descuartizado el animal, las jóvenes llamadas “Corredoras del toro”, manchan sus zapatillas en la sangre del animal, como remembranza de las ofrendas sanguíneas que exigía Diana a sus sacerdotes y Nereidas, y la carne se reparte entre las y los jóvenes benaventanos. Este ritual, al parecer, hunde sus raíces en los antiguos ritos dionisíacos. “Se cuenta (según nota marginal del autor de la “Mitología ibérica”), que esta fiesta fue importada de tierras portuguesas: una condesa, a la que un toro le había matado un hijo, regalaba todos los años un toro para que fuera enmaromado y muerto”. (4) Una leyenda parecida, a la portuguesa, es la que dio origen al “toro de San Juan”, en Coria (Cáceres), con la variante de que cada año, por orden de la condesa, debía ser sacrificado un mozo que se escogía por sorteo entre los que alcanzaban la pubertad, hasta que fue sustituido por un toro, cuyo ritual ya fue descrito en el artículo sobre “La carne del toro-I”. En esta fiesta, cuando el animal es sacrificado, los mozos manchan sus alpargatas en la sangre del toro, en la creencia de que el contacto con la sangre táurica proporciona la fuerza y el poder fecundador y por tanto supone una garantía de fertilidad para la pareja.(6)
Mas no todas las cualidades de la sangre del toro eran beneficiosas ni de signo positivo como acabamos de ver y por ello no podían faltar algunos ejemplos de los aspectos nocivos y peligrosos de la sangre, como veremos a continuación. La ingestión de la sangre como bebida era considerada, en la antigüedad, como acto sacrílego, tal y como se penalizaba en la Biblia, expuesto anteriormente. En el mundo de la Grecia clásica, existía la creencia de que la sangre del toro era un veneno mortal para el hombre, como se pone de manifiesto en un relato en el que Esón (padre de Jasón y hermanastro de Pelias, rey de Yolco, Tesalia), se suicidó bebiendo la sangre de un toro, antes de que lo matase su hermanastro Pelias. También Heródoto asegura que el faraón Psamético III (526-525 a.C. de la XXVI dinastía), fue obligado por el rey persa Cambises I (528-521 a.C. hijo de Ciro II “El Grande”, el fundador del imperio persa de los “aqueménidas”) a beber sangre de toro hasta morir. O el caso de Temístocles (525-460 a.C. militar y estadista griego, figura clave en las Guerras Médicas y vencedor en la batalla de Salamina), murió, según una leyenda, por abusar de la ingestión de sangre de toro, aunque en la tradición griega se decía que se envenenó, de esa forma, para no ayudar al rey de Persia (Artajerjes I, 465-424 a.C.), donde se había refugiado, a atacar a su patria y al ser implicado en la traición de Pausanias. (16)
Lo mismo dicen que le ocurrió a nuestro rey Fernando el Católico. Según una leyenda se aseguraba que murió, cuando se dirigía a Guadalupe (Murió el 23 de Enero de 1516 en Madrigalejo, Cáceres, cuando iba a asistir al capítulo de las órdenes de Calatrava y Alcántara en el Monasterio de Guadalupe), de una indigestión al beber la sangre de algún cárdeno o negro zaíno toro, aunque otra versión afirmaba que fue por darse un atracón de criadillas de este animal.(9)
Más aún: levanta su rostro hacia arriba, ofrece sus mejillas al encuentro de la sangre… y hasta sus mismos ojos baña en ese líquido… Después que los otros sacerdotes han retirado de aquella plataforma el cadáver del toro… sale de la fosa el pontífice, horrible a la vista: muestra su cabeza chorreante… sus vendas empapadas y sus vestidos embriagados en sangre.
A este hombre manchado con tal contacto, ensuciado con la ponzoña del sacrificio que acaba de consumarse, lo aclaman todos y lo adoran de lejos, porque la sangre vil y el toro muerto lo han purificado mientras que se ocultaba en aquella horrible caverna…”.(6)
En Mérida existía un templo dedicado al dios Mitra, del s.III a.C., ubicado debajo de la actual plaza de toros, donde se realizaban, como es notorio, los suntuosos y elaborados ritos del Taurobolio.
También existieron templos dedicados a la diosa frigia Cibeles, en diversos puntos de nuestra geografía, como el de Carmona, Sevilla, conocido como la “Tumba del Elefante”, llamado así por haberse encontrado en dicho templo una figura de elefante, que es el símbolo de la longevidad. Este templo se encuentra en la necrópolis romana de este municipio sevillano, de unas dimensiones importantes, con 26 metros de longitud, el cual disponía de un patio, casi rectangular, de unos 150 metros cuadrados.
Contaba, además, con cocina, cámara doble y tres “triclinios”, que eran estancias dedicadas a la celebración de banquetes ceremoniales (donde los romanos celebraban una comida tradicional, en el aniversario de sus difuntos), así como el foso donde se introducía el sacerdote, o el neófito, para recibir la sangre del toro sacrificado, en el rito del Taurobolio. La antigüedad del templo, se cree, se remonta a los tiempos del emperador Claudio (41-54 d.C.) o tal vez de fecha anterior.
Las reminiscencias de los cultos a Cibeles fueron absorbidos por el cristianismo mediante el sincretismo de danzas a la Virgen María, en los que los danzantes van vestidos con ropas femeniles, rememorando, de esta forma, a los “coribantes”, “gallus” o “gallis”, que eran sacerdotes eunucos que habían practicado la eviración o emasculación, imitando al amante de Cibeles, Atti (que había sido castrado por la diosa al haberle sido infiel), y en las ceremonias dedicadas al sacrificio de Atti se vestían con ropas femeniles. Para iniciarse en el culto como sacerdote de Cibeles, los novicios se castraban colectivamente con un cuchillo de pedernal y vestían ropas y se adornaban con abalorios de mujer (la castración fue prohibida en tiempos de Domiciano (81-96 d.C.) y sustituida por la muerte del toro). Este ceremonial se realizaba el día 24 de marzo, conocido como “Día de la Sangre”, ya que, como colofón final, se realizaba el sacrificio de la muerte del toro, en el rito del “Taurobolio”, bebiendo parte de su sangre.
Como ejemplos reminiscentes de sincretismos danzantes, en honor a la Virgen, podemos citar los que se practican en Villafrades (Valladolid) en honor de la Virgen de Grijasalbas; o los que bailan ante la Virgen de Tejeda, en Villa de Moya (Cuenca); los de la Virgen de la Natividad de Méntrida (Toledo); los de la Virgen del Arrabal, de Laguna de Negrillos(León) o para finalizar los danzantes con zancos de Anguiano (La Rioja) y en más de, al menos, un par de decenas de pueblos de nuestra geografía.
Tanto los cultos a Mitra como a Cibeles, parece ser, fueron prohibidos definitivamente por el XVII Concilio de Toledo del año 694, convocado por el rey visigodo Égica (padre de Witiza) y presidido por el obispo de Toledo Sisberto.
El escritor Plinio el Viejo (23-79 d.C.), relata, en su Historia Natural, que en Grecia y Roma se utilizaba la sangre del toro, a la vez, como veneno y como reconstituyente y también que: ”…la sangre de un toro negro y bravo, restregada en los riñones de una mujer, provocaba en ésta una excitación especial…”. Ojo! ¡Que a nadie se le ocurra hacer experimentos, por favor!.
Puestos a dar remedios, este mismo autor nos describe también un sacrificio del druidismo asociado con la curación de la esterilidad: “… el sexto día de luna, los druidas subían a un roble sagrado y cortaban una rama de muérdago, usando para ello una “hoz dorada” (probablemente de bronce dorado), cogiendo la rama con un manto blanco. Después, sacrificaban dos toros blancos”. La creencia era que cuando se mezclaba el muérdago con la sangre de los toros sacrificados, la ingestión de la pócima curaba la esterilidad.(7)
En Egipto usaban un remedio para hacer desaparecer el emblanquecimiento de los cabellos, la famosas canas, y se conseguía mediante una pócima con la ”sangre de un buey negro, mezclarla con aceite y untar la cabeza”, descrito en el Papiro de Ebers. Al parecer creían que las propiedades de un individuo estaban contenidas en su sangre. Por ello el color negro del buey podía transmitir estas cualidades, a través de su sangre, a los cabellos del hombre.(8)
También Claudio Eliano “El Sofista” (170-235 d.C.) nos relata una curación milagrosa por mediación de Serapis: “Ese mismo dios curó, en tiempos de Nerón, a Crisermo, que vomitaba sangre y estaba afectado ya de una tisis galopante, habiéndole prescrito beber sangre de toro. Yo afirmo lo siguiente: que está demostrado que los animales son hasta tal punto queridos de los dioses que no solo su vida es salvada por los propios dioses sino que también ellos salvan a otros si es ésa la voluntad de los dioses.” (20)
El geógrafo Pausanias (s.II d.C.) relata, en su “Descripción de Grecia”, que la sacerdotisa de la diosa Gea (la Tierra, entre los griegos), antes de penetrar en la cueva divina para profetizar, bebía ante los fieles cálices con sangre de toro, como prueba ordálica de su castidad, demostrando con ello que era invulnerable ante las tentaciones sexuales.(9)
Otra modalidad del uso dado a la sangre de los toros la encontramos en el rito del juramento de los siete caudillos aliados contra Tebas, descrito por Esquilo (525-456 a.C.), en cuya ceremonia hundían las manos en la sangre de un toro, recogida dentro del hueco de un escudo. (10)
Las referencias que podemos encontrar en la Biblia sobre el uso dado a la sangre de las víctimas sacrificadas son innumerables y van desde la consagración del altar: “ Moisés lo degolló y tomando la sangre del novillo, untó con su dedo los cuernos del altar todo en torno, y lo purificó, derramando la sangre al pié del altar, y lo consagró para hacer sobre él el sacrificio expiatorio…”, o su utilización para la unción sacerdotal “…Luego tomó sangre y untó el lóbulo de la oreja derecha de Arón, el pulgar de su mano derecha y el de su pié derecho… Tomó Moisés el óleo de la unción y sangre de la que había en el altar, aspergió a Arón y sus vestiduras y a los hijos de Arón y sus vestiduras, consagrándolos”(11), o también usándola como símbolo de alianza: “Moisés pidió a algunos jóvenes que inmolaran toros… Tomó Moisés la mitad de la sangre, poniéndola en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar,… Tomó él la sangre y asperjó al pueblo diciendo: “Esta es la sangre de la alianza que hace con vosotros Yahveh sobre todos estos preceptos.”(12). Nótese el paralelismo entre estos pasajes y el relatado por Platón en el Kritías, con la variante de que en vez de derramar la sangre sobre el altar, los reyes de la Atlántida lo hacían sobre la columna de oricalco del templo de Poseidón.
Otra variante es la creencia en el aspecto purificador o lustral de la sangre, de los toros sacrificados, que aún se mantenía al comienzo de nuestra Era, entre los judíos, lo descubrimos en la epístola de San Pablo a los Hebreos: “ Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros y la aspersión de la ceniza de la vaca santifica a los inmundos y les da la limpieza de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo…!”(13), y más adelante, en la misma epístola, dice el apóstol: “…Pero en esos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados, por ser imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos borre los pecados”(14). En realidad lo que hace San Pablo, en esa epístola, no es ensalzar precisamente las virtudes de la sangre del toro, sino condenar antiguas creencias ya en desuso, aunque pone de manifiesto la existencia y permanencia, aún, de dichas costumbres entre los gentiles y las rechaza con rotundidad.
En los pasajes anteriores de la unción de Arón y sus hijos como sacerdotes, asperjando la sangre sobre sus vestiduras, al igual que lo hacían los reyes de la Atlántida rociándose con la sangre del toro de Poseidón, se puede presumir, al menos, una cierta semejanza entre esos rituales y los realizados en las ceremonias de los taurobolios, en los que el sacerdote, o el neófito en el rito de iniciación, salen materialmente regados con la sangre del toro sacrificado y por tanto purificados con ese bautismo lustral y cruento. Los iniciados por este ritual, mediante el bautismo de la sangre purificadora, se beneficiaban con la inmortalidad.
Otra tradición de los aspectos lustrales de la sangre del toro y transmisora de los aspectos genésicos del animal, la encontramos en la costumbre encuadrada en los ritos del toro nupcial, que se desarrollaron en muchas partes de la geografía norteña extremeña hasta épocas cercanas del siglo XIX. La pervivencia de este ritual es bastante antiguo pues lo encontramos ya recogido en una de las Cantigas de Santa María, de Alfonso X El Sabio.
El acto central del ceremonial consistía en retirar un toro del matadero, dos días antes de los esponsales y enmaromado por los cuernos era conducido a la casa de la novia. Durante el trayecto, el novio lo toreaba con su capa o con una sábana del ajuar de los novios, con mejor o peor fortuna, procurando rozar por el lomo o los cuernos del toro las dichas prendas. Mientras llegaba la comitiva a la casa de la novia y el burel era atado a la reja de la ventana. La novia entregaba al novio unas banderillas, ricamente engalanadas, para que se las clavase al toro y manase la sangre lustral. Luego debía procurar impregnar la capa o la sábana del ajuar en la sangre del animal, en la creencia de que, esa impregnación sanguínea, transmitiría los poderes genésicos del toro a los desposados, cuando entraran en contacto con esas prendas, asegurando de este modo la fecundidad de la pareja. (15)
Otra variante, con reminiscencias en las creencias sobre la magia de la sangre táurica, la encontramos en el pueblo leonés del Rebollar, donde se sigue practicando una costumbre de carácter ancestral, el día siguiente de San Blas (Sa Blasín, como le llaman), donde los mozos fingen matar de un tiro a un simulacro de toro, constituido por dos hombres disfrazados. Después del sacrificio todos beben grandes cantidades de vino que aseguran es la sangre del animal muerto.(16) Es probable que este acto de libación conserve alguna reminiscencia de aquellas taurofagias rituales de la antigüedad, que se practicaban en los ritos dionisíacos.
El bigotudo, anti-taurino y anti-flamenquista Eugenio Noel, en su libro “Las Capeas” relata, con una prosa repulsiva y nauseabunda, cómo niños, mujeres y viejos, necesitados e indigentes, formaban cola ante el maloliente matadero municipal de Madrid, a principios del s.XX, para recoger alguna porción de sangre de toro que repartían diariamente, casi como único alimento reconstituyente para sobrellevar o matar el hambre.(17)
En el mitraísmo, era creencia general que las vides, las uvas y por tanto el vino, habían surgido de la sangre del toro, cuando fue sacrificado por el dios Mitra.(18)
Por tanto, no es de extrañar la existencia de ciertos ritos agrarios en la antigüedad, circunscritos al “creciente fértil” y las riberas del Mediterráneo, que consistían en rociar los sembrados con sangre de toro, en la creencia de aumentar la fertilidad de los sembrados. Puede que no exista nexo alguno aparente, pero parecida costumbre se sigue practicando en la actualidad entre los pueblos andinos, quienes derraman en los campos de labor sangre de las Llamas, al tiempo que invocan a la “Pacha Mama”(la madre tierra) para que aumente la fertilidad de sus campos.
En general el ganado bovino era considerado como los animales propicios para las ofrendas a los dioses, no solo por su valor económico, sino por ser la víctima sacrificial de mayor valor cultual, por la simbología que representaba de energía, virilidad y poder fecundante.
Flores Arroyuelo nos describe una leyenda que se remonta en el tiempo al reinado de Numa-Pompilio (2º rey de Roma 715-672 a.C., sustituyó a Rómulo): “…la ninfa Egeria (diosa romana de las fuentes y los partos), oráculo de Faunus (un dios que había promovido la agricultura y la cría de ganado entre los hombres), reveló a Numa el remedio para poner fin a años de penuria y pobreza, consistente en el sacrificio de una vaca preñada cuya sangre debía regar la tierra para fertilizarla. Éste se llevaba a cabo en cada una de las treinta curias (lugares de reunión) en que estaba dividida Roma, y en una época como era la primavera en que los rebaños estaban preñados y en la tierra germinaban las semillas, y en un acto que podemos comprender como mágico-simpático por el que “a la tierra fecunda se le ofrecía una víctima fecunda”, dentro de una ceremonia que se celebraba con gran solemnidad en el Capitolio o “ciudadela de Júpiter”, con los pontífices (Pontifex Máximus) como oficiantes en la primera parte en que se llevaba a cabo la inmolación del animal y la extracción del ternero de las entrañas maternas que, mientras se celebraba el banquete por los fieles en que se comían los trozos de la carne cocida del animal, era ofrecido a las vestales para que en una segunda parte, la de mayor edad entre ellas, lo quemase en el hogar del templo de Vesta hasta reducirlo a cenizas…”. Las vestales (sacerdotisas de la diosa del hogar Vesta), guardaban las cenizas de los terneros nonatos sacrificados, hasta la llegada del festival de la Parilia (fiestas conmemorativas de la fundación de Roma), donde se usaban para realizar purificaciones a los asistentes.(6)
A este respecto los partidarios del origen religioso de las corridas de toros, se basaban en ciertos ritos agrarios existentes en una vasta área histórico-cultural, desde el Japón a Madagascar, que “consiste en hacer luchar dos toros entre sí y sacrificar al vencedor, o sencillamente en sacrificar toros en primavera, siempre con la finalidad mágico-religiosa de vigorizar los sembrados con sangre de los toros”.(10) Una costumbre original la encontramos, en la actualidad, en el pueblo zamorano de Benavente, donde se celebra la “Fiesta del Toro” el día del “Corpus Christi”, donde tras correr el toro enmaromado y después de ser sacrificado y descuartizado el animal, las jóvenes llamadas “Corredoras del toro”, manchan sus zapatillas en la sangre del animal, como remembranza de las ofrendas sanguíneas que exigía Diana a sus sacerdotes y Nereidas, y la carne se reparte entre las y los jóvenes benaventanos. Este ritual, al parecer, hunde sus raíces en los antiguos ritos dionisíacos. “Se cuenta (según nota marginal del autor de la “Mitología ibérica”), que esta fiesta fue importada de tierras portuguesas: una condesa, a la que un toro le había matado un hijo, regalaba todos los años un toro para que fuera enmaromado y muerto”. (4) Una leyenda parecida, a la portuguesa, es la que dio origen al “toro de San Juan”, en Coria (Cáceres), con la variante de que cada año, por orden de la condesa, debía ser sacrificado un mozo que se escogía por sorteo entre los que alcanzaban la pubertad, hasta que fue sustituido por un toro, cuyo ritual ya fue descrito en el artículo sobre “La carne del toro-I”. En esta fiesta, cuando el animal es sacrificado, los mozos manchan sus alpargatas en la sangre del toro, en la creencia de que el contacto con la sangre táurica proporciona la fuerza y el poder fecundador y por tanto supone una garantía de fertilidad para la pareja.(6)
Mas no todas las cualidades de la sangre del toro eran beneficiosas ni de signo positivo como acabamos de ver y por ello no podían faltar algunos ejemplos de los aspectos nocivos y peligrosos de la sangre, como veremos a continuación. La ingestión de la sangre como bebida era considerada, en la antigüedad, como acto sacrílego, tal y como se penalizaba en la Biblia, expuesto anteriormente. En el mundo de la Grecia clásica, existía la creencia de que la sangre del toro era un veneno mortal para el hombre, como se pone de manifiesto en un relato en el que Esón (padre de Jasón y hermanastro de Pelias, rey de Yolco, Tesalia), se suicidó bebiendo la sangre de un toro, antes de que lo matase su hermanastro Pelias. También Heródoto asegura que el faraón Psamético III (526-525 a.C. de la XXVI dinastía), fue obligado por el rey persa Cambises I (528-521 a.C. hijo de Ciro II “El Grande”, el fundador del imperio persa de los “aqueménidas”) a beber sangre de toro hasta morir. O el caso de Temístocles (525-460 a.C. militar y estadista griego, figura clave en las Guerras Médicas y vencedor en la batalla de Salamina), murió, según una leyenda, por abusar de la ingestión de sangre de toro, aunque en la tradición griega se decía que se envenenó, de esa forma, para no ayudar al rey de Persia (Artajerjes I, 465-424 a.C.), donde se había refugiado, a atacar a su patria y al ser implicado en la traición de Pausanias. (16)
Un autor folklorista del s.XVI, Pero Mexía, se extrañaba de que semejantes creencias tuviesen justificación racional alguna, cuando dice: ”…cómo la sangre de toro bebida mata, y qué natural razón hay desto, y de algunos que se mataron con ella, y de qué manera no mata y quién fue el primero que domó toros, y los corrió por fiestas y otros al mismo propósito…”.(19)
Para finalizar, reparen en esta trova popular que circulaba entre las gentes de la Villa y Corte, de mediados del s.XVII, que, curiosamente, cantaba las excelencias del agua y de la sangre del toro:
“ Agua de San Isidro
cura las calenturas;
sangre de Toro joven
buenas piernas procura.”
Muchos más ejemplos podíamos traer aquí para mayor abundamiento, mas por ahora creo es suficiente.
Plácido González Hermoso.
BIBLIOGRAFIA
1.- Lev. 17, 14-15
2.- Gen. 9, 4-5
3.- Antonio García Bellido, “Veinticinco estampas de la España Antigua”, Colecc. Austral-A-181
4.- Maclug d’Obrheravt, “Mitología Ibérica”.
5.- Antonio Blanco Freijeiro, “Documentos metroacos de Hispania”.
6.- F.Flores Arroyuelo, “Del toro en la antigüedad”; y Juan Posada, reportaje en Atena Semanal.
7.- Miranda Jane Gree, “Mitos Celtas”. Edicc. AKAL
8.- Revista MUY ESPECIAL, nº 33, de enero-febrero 1.998
9.- Fernando Sánchez Dragó, “Volapié, Toros y Tauromagia”
10.- Angel Alvarez de Miranda.-”Ritos y juegos del Toro”.
11.- Lev. 8, 15-16
12.- Exodo, 24, 5-9
13.- Hebreos, 9, 13-14
14.- Hebreos, 10, 3-5
15.- Fco. Flores Arroyuelo, “Correr los toros en España”
16.- Cristina Delgado Linacero.- “El toro en el Mediterráneo”
17.- Eugenio Noel, “Las Capeas y otros escritos antitaurinos”
18.- José María González Estéfani, revista “EL TORO”, 1.966.- Club Taurino
19.-Pero Mexía,“Silva de varia lección”,2ª parte, capítulo XXIV, publicada en 1542
20.-Claudio Eliano “El Sofista”, “Historia de los Animales”, libro XI
¿Pero cómo se les ocurre publicar tamaño ladrillo?
ResponderEliminarLa publicación es correcta, por buscarle un defecto me psarece algo corta.
ResponderEliminarEl acceso a la cultura no es fácil para algunos, y menos recrearse en ella. Quizás les parezca más amena las biografías de Zapatero, de Bibiana Aído, y de la cultísima Leire Pajín, que sin duda aparecerán en la última edición de "Vidas ejemplares".
ResponderEliminarEnhorabuena Don Plácido.
R. Vega
Soy el segundo anónimo, que ahora si me identifico para contestar a R. Vega.
ResponderEliminarSoy Leopoldo Felices y lleva usted mucha razón cuando dice que el acceso a la cultura no es fácil para algunos, y menos recrearse en ella.
Es cierto que yo no tengo un nivel cultura como la mayoria de ustedes, tengo muchas faltas de ortografia y precisamente por todo eso me ha dado gran moral su comentario R Vega, cuando observo que hsay gente más tonta que yo, como es su caso. Que tiene que ver Zapatero, Bibiana Aído y Leire Pajín en este asunto ¿y usted se considera listo e inteligente? pues si es así muchas felicidades.
Saludos
Leopoldo Felices
P.D. Para su inteligente "patinazo" soy persona de derechas