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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 14 de septiembre de 2015

LA CONCESIÓN DE OREJAS / por Antolín Castro



Una oreja es lo que más interesa a muchos del toreo. Creímos que era un arte


LA CONCESIÓN DE OREJAS

Dan risa los argumentos que utilizan algunos, cuando quieren, para la concesión de una oreja, que siempre es a petición de público. Luego no se pueden comparar salvo que se haga torticera e interesadamente. Los presidentes no evalúan ni equiparan esas orejas, solamente las conceden. Quien lo haga es porque le mueve algún interés.

Una oreja es lo que más interesa a muchos del toreo. Creímos que era un arte

De un tiempo a esta parte, la concesión de orejas, se ha convertido en un asunto de estado… embarazoso por tanto. A través de las retransmisiones taurinas no se para de cuestionar el comportamiento de quienes ocupan los palcos. En ese tema, porque en otros, cuando consienten en la presentación del ganado, nada hay que reclamarles.

Decíamos, que la concesión de orejas es el tema estrella, parece que el conjunto de la lidia fuera un asunto menor, pero ese de las orejas pone de los nervios a los comentaristas, del mismo modo que muchas de las concesiones que se hacen ponen de los nervios a los aficionados que presencian los festejos por televisión.

Las varas de medir son muy diferentes en unos y en otros casos. Existe una corriente triunfalista desaforada para que cada faena acabe con despojos en la mano del matador de turno. Para nada se analiza más allá de que si ha dado muchas vueltas con el toro colaborador y muchísimo menos cómo ha sido la estocada. El fin, las orejas, justifica los medios.

Pongamos las cosas en su lugar: Del mismo modo que la primera oreja, así lo dice el reglamento, es del público, la segunda es del presidente que hace las veces de juez de plaza. Si ambas cosas las tuviéramos claras unos y otros se acabarían de raíz las discusiones y desavenencias. 

El público puede ser docto o ignorante pero se le concede ese derecho democrático y, basado en las mayorías, no se puede discutir su veredicto, si bien no necesariamente ha de ser compartido por la minoría. Igual que es imposible pedir comparar las faenas, ya que hemos quedado que es a gusto del consumidor. El presidente no analiza la diferencia de calidad de las faenas, solo intenta contar los pañuelos para conceder la primera. De ese modo, siempre ha sido así, se concede igual trofeo a una faena de un lidiador, de un artista, de un torero simpático o de un valiente, es el público el que vota, no el juez el que juzga los méritos.

Unas plazas son más fáciles que otras tal y como todos sabemos, basándonos en el tipo de afición que acude a las mismas. Por muy mal que estén los toreros, por mala que haya sido la ejecución de la suerte suprema, por muy borreguito que haya sido el astado, incluso que no haya tenido trapío, decide el público y punto. Hay mayoría, todos hemos de aceptar esa decisión. Por cierto la aceptan gustosos toda la torería andante, eso de pasear trofeos cuando muchas veces saben, para eso son profesionales, que su faena no lo haya merecido, no les importa.

Pero llega el siguiente peldaño, y se tiene atribuida a la presidencia la valoración de cuanto ha sucedido, no solo en la faena, sino durante toda la lidia. Se le concede ese derecho y esa responsabilidad, como a los árbitros en el fútbol, y son ellos, y solo ellos, quienes han de decidir. Claro que se pueden equivocar, faltaría más, pero está en las reglas que debemos aceptar su decisión. Cuando la mano es floja y saca pañuelos no hay quejas de las partes interesadas, pero cuando no es así se arma la marimorena. Eso puede ser lógico porque los profesionales quieren meter goles siempre, pero saben que no siempre entran, incluso que pueden hacerse en fuera de juego y, por tanto, no son válidos. Lo decide el árbitro.

En el toreo es el presidente el que decide ese segundo trofeo y puede advertir que existen fueras de juego, o fueras de cacho, que no han sido ponderados por los espectadores. El futbolista tampoco le gusta que se lo anulen, pero asume las reglas. Los toreros, sus acólitos, y también los comentaristas de la televisión se ponen de parte de los toreros sin más, con lo que la objetividad queda sujeta entonces a la subjetividad, a ese interés porque se corten la mayor cantidad de trofeos. 

No creemos que eso ayude a orientar debidamente a los teleespectadores, más al contrario lo que produce es desorientación cuando no desinformación directamente. Sería muy conveniente educar en el respeto a los jueces, máxime cuando son los de las plazas de más categoría, los más preparados, la élite de los presidentes, a los que más se censura y critica.

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