Unos hombres admirables, en aquella fecha inolvidable, fueron capaces de consensuar lo que parecía imposible pero que, gracias a su talante conciliador por parte de todos resultó una realidad incuestionable. Derecha e izquierda, incluido el partido comunista se abrazaron todos juntos para sellar aquella paz que todos anhelábamos. Y no es que viviéramos mal por aquellos años pero, ante el mundo, era preciso que nos rigiéramos por una Constitución en toda regla y, lo que es mejor, demostrarle al mundo que, pese a que vivíamos como reyes, no nos importaba convivir en democracia que, si se me apura ese fue el gran valor de aquellos hombres apasionados que, mirando a España, por ella y por la libertad, forjaron y le dieron vida a dicha Carta Magna.
No era sencillo lo que aquellos hombres lograron pero, a base de concordia y entendimiento, todos juntos le hicieron comprender al pueblo español que a partir de aquellos momentos tendríamos que empezar con una vida nueva para que nadie tuviera duda de que la libertad sería nuestra bandera para izar en cualquier confín del mundo. Así nos lo exigía aquella sociedad y así lo cumplimos. Teníamos la suerte de que en aquellos años, España funcionaba de mil maravillas en todos los órdenes, no había paro, apenas existían delincuentes, la industria resplandecía a nivel mundial, la Seguridad Social era un hecho consumado que tanta tranquilidad nos daba a los españoles; como digo, la Constitución llegó a nuestras vidas llena de prebendas que le daban mayor sentido a la misma. Es más, si analizamos con detalle aquella Carta Magna, a los políticos de la época les salió perfecta puesto que la misma albergaba la igualdad de todos los españoles en todos los sentidos y nos equiparaba a todos por igual.
Claro que, lo que no sospechábamos en aquellos años es que, dicha Constitución, perfecta por completo, sería mancillada, ninguneada y malherida por unos políticos criminales; vamos que, si Santiago Carrillo o Manuel Fraga levantaran la cabeza se morirían de tristeza. Recordemos que, hasta el mismísimo Felipe González fue capaz de respetar la ley de leyes pero, al paso de los años llegó al poder un indeseable asqueroso llamado Zapatero que, se pasó por el arco del triunfo la Constitución, la destrozó por completo saltándose las normas básicas de convivencia y lo que era un manantial de concordia, el aludido indeseable la convirtió en un barrizal lleno de excrementos.
Por si faltaba poco, y esto es gravísimo, el otrora partido socialista admirable, en manos de un trilero llamado Pedro Sánchez terminó de hundir en la miseria dicha Carta Magna mancillando sus principios de igualdad y legalidad. La Constitución, como tal, nunca merecía un apestoso como Sánchez que, a su libre albedrío y por un afán de poder incalificable, ha destrozado lo poco que quedaba de dicha Constitución para que la misma sea un solar desmantelado. A las pruebas me remito porque dicho “documento” no habla de separatismo, ni de pactos con asesinos, ni de la destrucción de España en todos los órdenes.
Así, de tal modo, con una tristeza desmesurada festejamos hoy aquella Constitución de hace cuarenta y cuatro años cuando, como digo, unos hombres admirables fueron capaces de reeditar la misma paz que gozábamos, pero con carácter de ley perpetua de la que nacía el respeto y la concordia. Ya nunca más podremos decir, emulando a la Constitución de Cádiz, ¡viva La Pepa! Ahora, en este día tan especial solo nos queda llorar y, si se me apura, rezar para que algún día los españoles, pensando en la Constitución que nos ha albergado durante tantos años, que cambiemos de signo político para seguir festejando la libertad, la que nos enseñó aquella Carta Magna.
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