"...Un horizonte edificado sobre claros y contundentes principios de identidad, historia, verdad y belleza, por supuesto. Pero esos nobles y grandes principios espirituales no pueden quedarse ahí. Obligan a luchar con igual ardor por alcanzar también un bienestar y una justicia social hoy imposibilitados por la opresión oligárquico-estatal que confisca (vía ganancias o vía impuestos) una parte sustancial de las riqueza producidas..."
VOX: o la vía social-patriótica, o la vía liberal-pepera. Se impone la primera
'De las dos posibilidades entre las que siempre se ha debatido Vox, parece ser la primera la que se impone'.
Javier Ruiz Portella
El Manifiesto/09 de agosto de 2023
La alternativa que esboza el titular muchos la habíamos apuntado desde hacía ya tiempo. Dos posibilidades se abrían ante Vox. La primera, la que parecía más evidente, era que el partido, convirtiéndose en una especie de “ala radical” del PP, acabara situándose definitivamente dentro del “mundo” de éste, impregnándose de su aire, de sus valores, de sus principios:
(los teóricos o propagandísticos, quiero decir; los principios reales del PP ya van de sobra indicados en sus siglas: la Pasta y el Poder).
Semejante posibilidad, dicho de otro modo, consistía en que Vox se limitara a ser la “mala conciencia de derechas” del PP, el “Pepito Grillo” dedicado a intentar que el PP no infringiera demasiado todo lo que lleva 45 años infringiendo:
desde nuestra unidad nacional (concesiones infinitas al secesionismo vasco-catalán) hasta nuestra historia y nuestra base antropológica y sexual (leyes de memoria histórica o de igualdad de género adoptadas por sus gobiernos regionales, o no derogadas a nivel nacional por ninguna de las mayorías absolutas que ha tenido el PP).
Tal era la vía liberal de Vox que tanto le encantaba, por ejemplo, a un Jiménez Losantos, cuyos odios se desataron contra el partido cuando, con fino olfato político, comprendió que era otra vía la que se estaba imponiendo.
La vía social-patriótica de Vox
Llamémosla así para referirnos a esa otra vía en la que ya no se respiran los aires del mundo pepero, es decir, los aires del Sistema. Es con el Sistema como tal, no sólo con el “sanchismo”, con lo que aquí se rompe. De lo que aquí se trata es de construir otro mundo, de abrirse a otro horizonte. Un horizonte edificado sobre claros y contundentes principios de identidad, historia, verdad y belleza, por supuesto. Pero esos nobles y grandes principios espirituales no pueden quedarse ahí. Obligan a luchar con igual ardor por alcanzar también un bienestar y una justicia social hoy imposibilitados por la opresión oligárquico-estatal que confisca (vía ganancias o vía impuestos) una parte sustancial de las riqueza producidas.
Hasta ahora, aparte de denunciar el expolio fiscal y el derroche burocrático, bien poco es lo que ha hecho o propuesto Vox a este respecto (probablemente porque las dos vías estaban abiertas... y enfrentadas en la cocina interna del partido, hasta que una de ellas ha acabado imponiéndose con la claridad con que ahora parece haberse impuesto). Milagro es que, pese a este silencio de Vox respecto a las cuestiones “sociales”, tan alto sea su posicionamiento en los barrios obreros de las periferias de los monstruos urbanos.
Que nadie, sin embargo, se haga ilusiones ni se lleve a engaño:
nada se podrá conseguir, nada se podrá cambiar, ninguno de nuestras ideales llegará jamás a cuajar en tanto en cuanto la derecha patriótica siga apareciendo, a ojos de las masas, como un reducto de “derechas”;
como un reducto, más exactamente dicho, de lo que los oligarcas y plutócratas de izquierdas ha conseguido que el imaginario colectivo considere que es “la derecha”: los poderosos, los ricos, los opresores.
¿Se trata, pues, de la revolución social... o socialista?
Ya salió la palabra maldita, el gran fantasma ante el cual tanta gente, burgueses y no burgueses, se echa a temblar. Es cierto que, en parte al menos, tiemblan con toda la razón del mundo. Se angustian porque, a lo largo de su existencia, el socialismo y su revolución no han hecho sino sembrar, por todas partes por donde han pasado, terror, muerte, hambre y desolación: la desolación gracias a la cual el capitalismo más desaforado —neoliberalismo, se le suele llamar— no sólo se ha impuesto, sino que lo ha hecho mediante la más perfecta de las coartadas: cualquier alternativa a su imperio, aunque nada tenga que ver con socialismo alguno, aparece como sinónimo de muerte y desolación.
Nada, por supuesto, tiene que ver con el socialismo la vía social-patriótica (“iliberal”, si se prefiere el término) que parece haber triunfado en Vox al abandonar el barco sus personalidades liberales más destacadas. Y brillantes, brillantísimas: la pérdida, desde este punto de vista, es considerable.
No, no se trata de aspirar al igualitarismo socialista que todo lo rasea y aplasta por abajo.
No se trata de acabar ni con el dinero, ni con la propiedad, ni con el mercado. Se trata de, manteniendo su existencia, relegarlos al lugar que les corresponde: el de meros instrumentos para la satisfacción de las necesidades materiales; lejos pues del gran corazón del mundo que ocupan en el capitalismo.
Colocadas en este lugar, no por secundario menos importante, los bienes materiales seguirán generando, como siempre han generado y lo seguirán haciendo hasta el fin de los tiempos, diferencias y desigualdades; profundas incluso, pero cuya profundidad es lo que se trata precisamente de reducir si se quiere que el conjunto de la población se beneficie lo más ampliamente posible del ingente incremento de riquezas que engendra la técnica moderna.
Todo ello tiene por lo demás, en el plano económico, un nombre consagrado: "reformismo", lo opuesto a “revolución”. Dejemos a ésta, reservemos su término (el de una revolución que, arraigándose en la tradición, no puede sino ser paradójicamente conservadora) para las grandes cuestiones ideológicas y espirituales que de tal modo se plantean.
O se plantearán si Vox, avanzando por la senda en la que parece haber penetrado, agarra definitivamente el toro de nuestro destino por los cuernos.
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