"..Los entonces escritores y poetas españoles, aman u odian la fiesta, pero a ninguno es indiferente. Si la belleza de la fiesta sigue siendo materia opinable, espero que muchos de los frutos literarios por ella sugeridos, han de merecer la adhesión unánime hasta de los más opuestos a sus discutidos encantos.." (José María Cossio).
Los toros, en nuestra cultura y arte literario
Si desde tiempo remotísimo ha debido ser su lidia costumbre constante de los españoles. Tal costumbre ha dejado sus reflejos en las artes y las letras; con tal afición , es injusto entender con juicio peyorativo a las manifestaciones artísticas y literarias que ha dado lugar. Juan Valera, a tenor del libro doctísimo del conde de Navas, “El espectáculo más nacional” , y a lo más que alcanzó su ingenio fue a probar que no son los toros espectáculo más salvaje que otros festejos y de que se gusta en pueblos tenidos por muy cultos y aún que otras prácticas corrientes en todos los que viven bípedos, implumes y carnívoros.
La bibliografía polémica del espectáculo taurino, es tan copiosa como se puede comprobar; el que se enfrasque en la lectura de los catálogos de por ejemplo Carmena Millán, autoridad máxima en la materia. De todos los argumentos esgrimidos en pro y en contra de la fiesta , quede en pie el que enunciaba Don Quijote al caballero del Verde Gaban: “bien parece un gallardo caballero a los ojos de su rey, en la mitad de una gran plaza, dar la lanzada con felice suceso a un toro bravo;” o el maravilloso claustro de Santo Domingo de Silos, o el barandal de la escalera de la Universidad de Salamanca, representando en sus pinturas y bajorrelieve escenas caballerescas de toros.
De la misma manera, en nuestro arte literario asiste desde sus orígenes más remotos, la visión de escenas taurinas; como en el momento culminante de heroísmo de Don Quijote, el tumulto de la fiesta le atropella y maltrata. Así dice el pasaje:
“el tropel de los toros bravos y de los mansos cabestros, con los vaqueros y otras gentes que a encerrar los llevaban a un lugar donde a otro día habían de correrse, pasaron sobre Don Quijote y sobre Sancho, Rocinante y el rucio…”
Es digno de notarse que figuren los toros como accidente de realidad viva de España. Apto para alucinar al gran Hidalgo, en el libro admirable que resume todas las sugestiones cotidianas de la vida española de entonces.
Otro ejemplo tan significativo en nuestro arte literario, es el recuerdo de la fiesta de toros en la poesía de Don Miguel de Unamuno glosando versos de Prudencio; dice así: que es Prudencio , tú psicomania, sino una tauromaquia a lo divino?
Corre la sangre del mártir,
del moro o del toro.
_ Igual destino__
Y se alza el coro
del coso resonante;
España, España triunfante!
suena el Clarín; de sepulcros abiertos
levantanse los muertos!.
Es tan significativo aquí la presencia del recuerdo taurino como en un claustro cenobio o una escalera de Universidad.
Un fenómeno de la persistencia de la afición taurina entre los españoles desde tiempo inmemorial, no puede ser atajado por la mera literatura, aunque el censor se llame Quevedo o se llame Jovellanos.
Los entonces escritores y poetas españoles, aman u odian la fiesta, pero a ninguno es indiferente. Si la belleza de la fiesta sigue siendo materia opinable, espero que muchos de los frutos literarios por ella sugeridos, han de merecer la adhesión unánime hasta de los más opuestos a sus discutidos encantos. (José María Cossio).
Hoy, la UNESCO, defiende la cultura como la relación existencial entre un patrimonio, (fiestas , espectáculos y ritos…) y una comunidad. En este caso la de los aficionados. Lástima grande es que muchos antitaurinos, no quieren saber nada de la fiesta, ignorando e incluso denostando a los toreros muertos; gran incultura: ejemplos como Joselito, Manolete, Paquirri o el Yiyo y muchos más a lo largo de la historia han dado su vida entre las astas de un toro.
El Yiyo con una cornada en el pecho que le atravesó el corazón; estos ignorantes, que empero están en su derecho de oponerse a la fiesta de los toros, emplean contra ella todos los recursos y soflamas que tienen a su alcance.
El toreo es el contraste entre la violencia de la embestida de los primeros momentos de la lidia y el apaciguamiento del noble animal a medida que se suceden los tercios; más tarde con el temple de los naturales del torero, el toro es dominado; hasta que llega el momento culminante de la lidia: la suerte suprema, donde el noble animal entrega su vida.
El arte de torear es similar a cualquier otro; el hombre domina al toro con su inteligencia y técnica, y aparece la belleza; lo mismo que en un lienzo de Monet, en los pasajes del Quijote o en una sinfonía de Mozart o Beethoven.
Hoy como siempre en los últimos siglos, se enfrentan en pro y en contra de la fiesta: unos esgrimen tortura y crueldad; arte y tradición responden otros. Un debate sin fin, que como decía Ortega refiriéndose al eterno problema catalán, no se puede resolver, solo conllevar.
En recuerdo del Doctor Juan Gómez López, eminente médico y gran aficionado.
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