la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 30 de marzo de 2024

Santo Entierro de Cristo


 Obra de Francisco Palma Burgos, sobre trono de Ramón Cuadra Moreno

"José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro." Evangelio según San Mateo 27, 59-61

Entierro de Cristo, de Tiziano

Culmina la Semana de Pasión con estos versos de Lope de Vega, Este romance dedicado «Al entierro de Cristo» pertenece a sus Rimas sacras (1614), que se acompaña con el «Entierro de Cristo» de Tiziano (Madrid, Museo del Prado)

«Al entierro de Cristo», de Lope de Vega

A los brazos de María
y a su divino regazo,
vienen a quitar a Cristo

los que a la Cruz le quitaron.

Porque en entrambas fue cierto
que estuvo crucificado,
en María con dolores
y en la Cruz con fuertes clavos.

Sus camas fueron las dos
al oriente y al ocaso,
la una para la muerte
y la otra para el parto.

Hincáronse de rodillas
los venerables ancianos,
a la Madre muerta en Cristo
y a Cristo muerto en sus brazos.

«Dadnos —le dicen—, Señora,
dadnos el difunto santo,
que ni en la tierra, ni el cielo
hay ojos para miraros.

Dádnosle, pues nos le distes,
que queremos enterrarlo,
para que diga la tierra
que tuvo al cielo enterrado.

Y porque sepan los hombres
que estuvo el cielo tan bajo,
que ya pueden, si ellos quieren,
alcanzarle con las manos.»

«Tomad —responde María,
Madre suya y mar de llanto—
el cuerpo que entre los hombres
pasó mayores trabajos.

Escondelde en el sepulcro,
porque le persiguen tantos,
que aun allí no está seguro
de que vuelvan a buscarlo.

Nueve meses solamente
que estuvo en mi virgen claustro
de la envidia de los hombres
le pude tener guardado.

Que el Bautista, que le vio,
lo dijo con sobresaltos,
y en voz expresa después
pasados treinta y dos años.

Tomad y enterralde, amigos;
las piedras sabrán guardarlo
mejor que el pecho del hombre,
que le vendió como ingrato.»

Mientras para su mortaja
la Virgen está rasgando
las telas del corazón,
velo de su templo casto,
cielo y tierra previnieron
el triste entierro, enlutando
la tierra los edificios
y el cielo los aires claros.

Todas las hachas del cielo
iban delante alumbrando,
pero el luto de la tierra
no dejaba ver sus rayos.

Sol y luna sangre visten,
porque el cielo en tanto agravio
mostró sangre en sus dos ojos
para señal de vengarlo.

Levantáronse los muertos
de los sepulcros helados,
que, como entierran la vida,
la que quisieron tomaron.

Las cajas fueron las piedras,
unas con otras sonando,
que era Cristo capitán
y con cajas le enterraron.

Hízose el velo del templo
no sin causa dos pedazos,
para que hubiese bandera
que llevasen arrastrando.

No vinieron sacerdotes,
aunque estaban consagrados,
que, siendo Dios el difunto,
no eran menester sufragios.

Él se llevaba la ofrenda,
pan y vino soberano,
la Misa y el Sacrificio,
que le consumió expirando.

Iba su Madre detrás,
y un mozo su primo hermano,
que se le dejó por hijo
en su testamento santo.

Llegaron con el difunto,
y la ballena de mármol
recibió para tres días
aquel Jonás sacrosanto.

Alma, la Virgen se vuelve,
a acompañarla volvamos,
pues con ella volveremos
a verle resucitado.

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